Recientemente ha habido oportunidad
de oír y leer algunas cosas que básicamente se relacionan con la necesidad
vital del ser humano de adaptarse y evolucionar para seguir viviendo, como individuo y como especie. Pero
las aproximaciones a este tema son básicamente diferentes, tanto en su enfoque
como en su nivel intelectual y vital.
Por ejemplo:
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Un sociólogo afirma que el Capitán
Garfio es más humano y real que un Peter Pan inmaduro y ambiguo, y porque lo digan
unos cuantos “niños”, no hay que creerse viejo, solo y acabado. No es digno, y
menos aún lanzarse por ello a las fauces de un cocodrilo para acabar con todo.
Son conveniencias sociales y roles de edad cambiantes en el tiempo, con una
base biológica y muchas bases económico-sociales cambiantes.
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Leo una interpretación básicamente
vegetativa del ser humano, en la que al mismo tiempo se habla de coletillas del
lenguaje que indican que una persona está prácticamente “muerta” cuando ha sido
sobrepasada por la vida moderna… (Charles Chaplin ya hizo una película llamada
“Tiempos Modernos” a principios del siglo XX, era una crítica de la producción
en serie o en cadena. ¿Estaría sobrepasado o rendido en el combate de la vida?
No lo creo).
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En una conferencia, un experto en Bioética
dice que el ser humano ya puede y debe dirigir la propia evolución de su
especie. Un asistente a la conferencia le pregunta para qué hay que
evolucionar, quiénes van a elegir el
rumbo de esa evolución y quiénes serán beneficiados por ella, pero no obtiene
respuesta.
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Un catedrático de Filosofía del Derecho
cita a Ortega y Gasset para que decir que frecuentemente quienes quieren
decidir lo que es bueno o malo para la civilización desconocen los propios
fundamentos de la civilización.
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Los neurocientíficos saben que el Yo individual es una creación del
cerebro humano, y que el ser humano no es objetivamente libre, sino que su
libertad es subjetiva y determinada por múltiples condicionantes biológicos y
sociales. No hay razón para creer que la indeterminación cuántica que existe en
la materia del Universo no exista también en la materia cerebral.
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Un experto en Derecho Penal afirma
que una pena no supone una condena moral, sino una condena social, con un
componente de peligrosidad, y por tanto es irrelevante el grado de libertad de
la persona, salvo en casos psiquiátricos reconocidos. Lo contrario cambiaría el
concepto funcional de nuestro mundo.
De todo ello y de unas cuantas cosas
más, se puede deducir que el saber y la sensatez no van ni siempre ni
necesariamente unidos, y que es imperativa una visión sistémica, y no puramente
experta, para decidir o simplemente opinar acerca de temas relevantes para el
ser humano.
El concepto de evolución genética es
claro, no así su sentido ni su reparto planetario, que hará necesaria una nueva
generación de Derechos Humanos.
En cuanto a la modernidad, es un
concepto tan rápidamente cambiante que no merece la pena hablar de ello. Los
paradigmas científicos, tecnológicos, económicos y sociales la convierten en
“humo” con sus cambios. Sobrevivir en la vida cotidiana con un mínimo de
felicidad, o simplemente bienestar, no permite pensar demasiado, hay que
adaptarse.
Pero evitar juicios de valor es una cosa, y
evitar pensamientos críticos otra bien diferente. El pensamiento único no lleva
sino al “pesebre” y a la adaptación mimética social y económica: es adaptación,
no evolución. Evolucionar es otra cosa, la vida es combate, pero la cooperación
es necesaria en ese combate. El individualismo no vale, y el gregarismo
tampoco.
Todo esto es materia resbaladiza,
porque implica temas de gran saber y mayor poder, es el futuro de la humanidad
desde la biología hasta la ética, pasando por la técnica, la economía y el
derecho.
El futuro humano individual acaba siempre
en la muerte: “todos calvos”. El de la especie se juega durante esta época en
estos campos:
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Física de partículas y Cosmología.
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Nanotecnología.
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Neurociencia.
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Genoma humano y Biotecnologías.
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Aire, agua, alimentos y energías.
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Educación y sanidad.
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Sistemas sociales, económicos y
financieros éticos y controlados democráticamente.
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Culturas e ideologías, la gran
batalla de nuestros tiempos.
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Derechos Humanos y ética
transcultural.
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Globalización y gobernanza, humana y
con alternativas.
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Cooperación y desarrollo humano.
No es cuestión de antes, ahora y
después. Sólo vivimos en el ahora. Y el combate vital, entendido como sentido
de la vida, es imprescindible. Pero en la Historia ha sido frecuente confundir
poder económico, cultura dominante y legalidad con la justicia y la bondad. Y
eso es algo que cambia lentamente, cuando cambia. Todo esto son opiniones, ni
más ni menos que las de otros, incluidos los expertos. Claro, “pasando” y sin “saber”
se suele sufrir menos. Pero es cuestión de dignidad, porque sin ella sí que se
está “muerto en vida”.
Se hace aún más necesario algo que
siempre ha convenido: aprender antes de hablar. Y tras aprender, no engañar
diciendo verdades a medias, ni únicamente lo que conviene, como por ejemplo:
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“Adáptate y sobrevivirás”.
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“El libre mercado evita guerras y
conflictos”.
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“Hemos vivido por encima de nuestras
posibilidades”.
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“Internet favorece la democracia en
el mundo”.
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“La riqueza es cuestión de mérito”.
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“No hay otra solución”.
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“Creamos riqueza (o mejoras genéticas)
para algunos, pero luego estarán al alcance de todos”.
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“Hay que elegir entre libertad y
seguridad”.
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“La gente no puede entender, es mejor
no explicar”.
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“La mano invisible del mercado hace
innecesarias las regulaciones”.
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“Todos lo hacen”.
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“El mundo libre del Occidente
democrático”,
y tantos más.
Tarea probablemente imposible, o al
menos muy difícil, pero no es cuestión de edad ni de economía, sino de las
ideologías y de la naturaleza humana.
Adaptarse es necesario, pero no
suficiente: la dignidad exige más.