La mitología dice que cuando los
propios dioses tuvieron miedo a la muerte, se refugiaron en el conocimiento, se
volvieron inmortales, y… sin temor. Y a esa condición pueden aproximarse los
humanos; en lo cual reside la vida feliz, en un sentimiento de inmortalidad sin
miedo.
Experimentar miedo es una señal
positiva, de protección, todos lo experimentamos alguna vez, es normal. Cuando percibimos una amenaza y
teniendo en cuenta que una amenaza se convierte en tal cuando no tenemos los
recursos necesarios para resolver el problema, sentimos una angustia que será
mayor o menor según cada persona.
Sin embargo, cuando éste sentimiento
se dirige a un motivo sin fundamento, se
transforma en irracional, persistente, inmoviliza, y en ese momento comienza a ser
nocivo, y es preciso controlarlo, porque el miedo que no se supera puede durar toda la vida.
Dicen que el miedo se alimenta de sí
mismo. Funciona como un círculo dando vueltas sobre sí mismo. Conocer el
círculo del miedo puede proporcionar los
recursos necesarios para afrontarlo de manera correcta. Madame Curie dijo: “dejamos de temer
aquello que empezamos a conocer”.
Seguramente, de pequeños, todos hemos
tenido miedo a algo o a alguien en especial. Con el paso de los años, algunos temores
desaparecen y otros no, o peor aún, puede que hayan crecido.
La lista de a qué o a quién tenemos
miedo puede ser interminable, y depende de los miedos que tenga cada uno: a un
familiar, a un compañero, a que te ataquen, a no ser querido, a sufrir, al
abandono, a no encontrar trabajo o a perderlo, al fracaso, a la pérdida de un
ser querido, a perder algo o a alguien, a morir,… o incluso a subir a un avión.
A veces nos obsesionamos tanto con
algo que aún está por suceder, o que
puede llegar a pasar, que perdemos de vista lo que tenemos por delante. Es como
si por miedo a que entren ladrones en casa, no nos fuéramos de vacaciones, o
como si por miedo a que nos abandonen emocionalmente, no tuviéramos una
relación de pareja estable.
El tema es que necesitamos aprender a
ser felices aunque no tengamos todo lo que creemos que necesitamos para ello.
Habría que reconocer nuestros miedos, afrontarlos, dejarlos atrás, y una buena
forma es mejorar nuestra autoestima. El miedo ofusca nuestra mente y
nuestro entendimiento, por eso debemos atacarlo por todos los flancos.
A veces, frente a una determinada
situación, el círculo del miedo se activa
a través de una imaginación exagerada. Todo comienza cuando empezamos a dar
rienda suelta a nuestra mente. Empezamos a recorrer las fases del miedo, cuando
pensamos que nos va a pasar lo peor frente a cualquier situación.
Por ejemplo, para una persona que
nunca ha hablado en público, por el mero hecho de pensar que tiene que hacerlo,
inmediatamente se activan en su mente ideas que harán de ese momento una
situación traumática. Esto nos causa miedo, nos paraliza, en nuestra imaginación
nos diremos muchas cosas a nosotros mismos. ¿Y si no me sale nada?, ¿Y qué pasa
si me olvido de lo que tengo que decir?,
¿Y si piensan que lo estoy haciendo mal?,… ¡Voy a hacer el ridículo!. Cuando frente a una situación nos
imaginamos exageradamente lo peor, habremos entrado en el círculo del miedo. La imaginación activa el miedo, y el miedo se
dispara, y empieza a crecer.
Los pensamientos negativos, recién
elaborados, que nos decimos a nosotros mismos ya causan miedo, y éste va a activar más
intensamente la percepción negativa de la realidad, y comenzará a
distorsionarla. También el cuerpo lo acusará, y se
volverá torpe, los nervios se activan; sudarán las manos y la frente, el corazón
se acelerará, la voz fallará...Todas estas respuestas corporales hacen que todo lo temido suceda.
Tendemos a no correr riesgos, porque
tenemos miedo a lo desconocido, pero en realidad, es un miedo a perder lo conocido. El creciente miedo, crecerá hasta tal punto que bloqueará todo el
cuerpo. Entonces lo más probable es quedarse sin voz. El miedo paraliza. Además, el miedo hace que uno se
mueva en la dirección opuesta a la que le conviene ir. Acelera de tal modo que
hace huir en dirección equivocada.
Cuando la imaginación induce al
miedo, éste nos paraliza o nos acelera, y esa
emoción queda grabada en nuestra mente. Después, cuando nos enfrentemos
a una situación similar, el primer recuerdo que tendremos será de freno o
aceleración. Esa mala experiencia será
el primer recuerdo que acuda a nuestra mente cuando se repita la
situación. Experimentado el miedo, hace
que la persona vuelva a ver y a sentir la experiencia traumática. A la persona
le sobreviene de golpe la imagen o escena, volviéndole ese dolor traumático
nuevamente. La persona vive con miedos extremos, miedo a que se repita, y
entonces cualquier cosa puede asociarse a la experiencia traumática. Un dolor,
un lugar, una fecha inmediata, una persona, disparan por asociación esa
experiencia traumática del pasado. Hay veces que se empieza a desarrollar una
hipervigilancia, ya que el hecho vivido les hace permanecer en un estado de
paranoia y de persecución permanente. Otras personas ven todo con vulnerabilidad,
con miedo a que les vuelva a pasar. Y cuando éste pensamiento está instalado,
la persona sentirá que sus defensas han caído y sufrirá un estado de
indefensión y de baja estima.
Todas esas sensaciones nos generan
grandes dosis de emociones: miedos, culpas, inseguridades que muchas veces, en
vez de afrontar, preferimos esconder. Hay
quienes hacen un intento por eliminar completamente los sentimientos. Personas
que aíslan el sentimiento, el recuerdo, y se observa con asombro cómo lo
cuentan, sin transmitir ningún sentimiento. Al oyente le puede impactar, pero
el que lo está contando lo hace
fríamente, porque es una persona herida que está usando un mecanismo
psicológico que se llama disociación, por el cual la persona exterioriza la
emoción, pero al mismo tiempo la reprime.
En vez de pensar en ocultar los
miedos, podemos decir: “voy a expresar
mis temores correctamente”. En vez de decir: “tengo que dejar de pensar en esa
idea”, se debe reemplazar directamente
por otra positiva. Hay que tener en cuenta que no podemos
modificar las conductas de otros, pero
sí tener dominio sobre nuestras conductas, y nuestra mente.
Un psicólogo de la Universidad de
Stanford, llamado Albert Bandura, creó el concepto de la “autoeficacia”, y dijo
que nace de evaluar las capacidades de cada uno, y sus circunstancias. Crecerá el sentido de autoconfianza haciendo un análisis , evaluando la situación, y teniendo en cuenta los puntos fuertes.
El primer paso es reconocer que
tenemos miedo, esa es la forma de hacerle frente y vencerlo. Si avanzamos hacia
lo nuevo, será un desafío que nos permitirá enfrentarnos a algo que antes no
habíamos experimentado o hecho. El miedo indica eso, que estamos haciendo algo
nuevo. Antes de afrontar una nueva acción
que nos cause temor, debemos pensar en cómo afrontar y resolver los miedos que
surjan. A eso se le llama pensamientos de acción, o pensamientos de previsión. Antes de que el temor dispare la
imaginación, se comienzan a elaborar
pensamientos de solución.
Las personas que viven refugiadas en
su miedo, pensando solo en sí mismas y en sus propios temores, hacen que al no
compartirlos con otros, crezcan los síntomas.
Detrás de todo gran miedo, hay un
gran temor: el temor al abandono. En el
fondo, siempre subsiste ese gran temor. Una buena forma de superarlo es
perdonando a las personas que nos lo hicieron sentir.
La otra cara del miedo es la
motivación. Hay que establecer nuevas metas para animarse. Si se tienen sueños
y proyectos, no hay que perder el tiempo pensando en los miedos. Si no se
arriesga nada, no se logra nada. La vida puede ser hermosa, y
emocionante, para bien o para mal, por lo menos para quien sea una persona
lúcida y capaz de correr riesgos, aunque éstos asusten. Cada uno debe intentar
poseer el control de su vida. A eso es a lo que se llama vitalidad y valentía.
No pocas veces, los miedos son
infundidos interesadamente como mecanismo de control. Una persona asustada se
convierte en alguien dócil y manejable. Pero se puede luchar contra eso, no
dejándose intimidar por las ideas. Una cosa es que alguien te apunte con un
arma, lo cual intimida y es peligroso, y otra muy diferente es dejarse
intimidar ideológicamente. Muchas personas con poder, rango, o
responsabilidades públicas, utilizan el amedrentamiento como forma de dirigir
(confunden dirigir con mandar, y la autoridad con el autoritarismo). Hacen de
meter miedo su herramienta de trabajo. Las personas que obran así son cobardes,
sin talla, y sin ideas, y ocultan su bajo perfil de ese modo. Con esa gente la
tolerancia debe de ser cero.
En opinión de Imanol Querejeta:
“Una persona es valiente por cómo afronta la
vida, y por cómo supera el miedo a los peligros. Y es cobarde por muchas
razones, entre otras, por esconderse siempre, y por abusar de su posición.”
Como se ha dicho, cuando percibimos
una amenaza, nuestro cuerpo reacciona. Cualquiera puede reconocer las
expresiones corporales externas del miedo: respiración acelerada, pulsaciones
aceleradas, sudores fríos, pelo de punta, palidez…Es curioso cómo a veces
algunas personas se tensan y asustan involuntariamente cuando detectan estos
síntomas en otro congénere, por ejemplo viendo a un actor en una película de
terror. Hay gente que va al cine, y desde sus butacas olvidan momentáneamente
su posición de espectador, mostrando empatía con la situación del personaje
acechado, y a la vez disfrutan con la película.
Aunque menos evidentes, hay otras
acciones inmediatas que desencadenan el miedo en nuestro cuerpo. El hígado
moviliza nutrientes para disponer de energía rápida, la sangre se dirige a los
músculos que deben ser oxigenados para huir, las pupilas se dilatan, la presión
sanguínea aumenta, el sistema nervioso central permanece más activo y en
alerta, las arterias se dilatan, y se agudizan los sentidos. Como dice Idoia
Múgica, estos efectos podrían estar destinados a una defensa inmediata o una
huída, en definitiva, sacan a relucir el yo más capaz o más fuerte. El sistema
nervioso simpático coordina las decisiones a tomar, que se harán de manera
automática o instintiva, sin pensar. Son fundamentales dos sustancias: la
adrenalina y la noradrenalina, segregadas por las cápsulas suprarrenales. Ambas
son hormonas y neurotransmisores. De hecho, se habla a menudo del “subidón de
adrenalina” que producen las experiencias fuertes, como por ejemplo los
deportes de riesgo.
Parece ser que éstos deportes triunfan cada
vez más debido a la adicción a la adrenalina. La búsqueda de la secreción
inmediata de esa droga endógena, es decir, una sustancia que fabrica nuestro
propio cuerpo, sería el motivo por el cual gusta exponerse al peligro. Pero es
que una vez desaparecido el riesgo, tras haber superado el miedo, a medida que
descienden los niveles de adrenalina, el cuerpo se recompensa con otros
neurotransmisores, como la dopamina y la serotonina, que nos hacen sentir bien
y se asocian con el placer, y se presentan tras un esfuerzo extraordinario, a
modo de recompensa, produciéndonos sensación de bienestar. Películas de terror,
hacer “puenting”, caída libre, salto base, montañas rusas…todas estas
actividades buscan activar nuestro sistema de respuesta ante el peligro. El ser
humano sigue buscando las emociones, incluso provocándolas.
¿Qué ocurre cuando tenemos miedo?: una de las explicaciones que se dan desde un
punto de vista casi filosófico es el mecanismo de respuesta lucha o huída
(“fight or flight”, como se dice en inglés). Viene a significar que habrá una
serie de reacciones fisiológicas que nos prepararán bien para huir del peligro,
o para hacerle frente.
Se puede frenar el círculo dañino del
miedo usando la imaginación de manera positiva, para visualizar aquellas
cosas que interesan en la vida. Hay que alimentarse de pensamientos
sanos, positivos, de esperanza. Deshacerse de todo mal recuerdo del pasado, y
vivir el presente de manera que seamos capaces de crear buenos recuerdos para
el futuro. No hay que alimentar los miedos con pensamientos que paralicen.
El miedo se manifiesta como ansiedad,
aprensión, temor, preocupación, consternación, inquietud, desasosiego,
incertidumbre, nerviosismo, angustia, susto, terror, y en caso de que sea
psicopatológico, fobia y pánico. Dentro de esta emoción primaria, éstos son
algunos de los miembros de esta familia del miedo.
Dice Goleman, que quienes hayan desarrollado adecuadamente
las habilidades emocionales, suelen sentirse más satisfechas, son más eficaces
y más capaces de dominar los hábitos mentales. Quienes, por el contrario, no
pueden controlar su vida emocional, se debaten en constantes luchas interiores
que socavan su capacidad, y les impide pensar con la suficiente claridad.
Así como pienses, así serás, terminarás
actuando de esa forma...
(Extractado de trabajo de N.B.)
(Extractado de trabajo de N.B.)
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