Decimos que alguien tiene cultura cuando posee una serie de conocimientos no específicamente profesionales. Pero la Cultura no es eso. La Cultura es el conjunto de soluciones que un grupo social da a los problemas humanos: su forma de vida (incluido el lenguaje, la tecnología, las instituciones, usos, costumbres, etc...).
Hacer juicios transculturales es una osadía, y una impertinencia, porque cada persona está condicionada en gran medida por su educación y costumbres entre otras cosas.
Ciertamente unas culturas fracasan y desaparecen, mientras otras "triunfan", pero ello no debe de implicar juicios de superioridad o inferioridad, aunque pueda existir una superioridad tecnológica, o un problema de decadencia social, pero no necesariamente una superioridad cultural, y menos aún una superioridad ética.
En 1854, el Presidente de los Estados Unidos de América, Franklin Pierce, hizo una oferta de compra por una gran extensión de tierras en el noroeste de los Estados Unidos, en la que vivían los indios de la tribu Swaminsh, de la gran familia Sioux, ofreciendo en contrapartida crear una reserva para ellos. La respuesta del Jefe indio Seattle fue la siguiente:
“El Gran Jefe de Washington
nos ha enviado palabras diciendo que desea comprar nuestra tierra. Nos envía también palabras de amistad y buena
voluntad. Apreciamos mucho esta delicadeza porque sabemos la poca falta que le
hace nuestra amistad. Vamos a considerar su oferta, pues sabemos que, de no
hacerlo, vendrán con sus armas de fuego
y tomarán nuestras tierras. El Gran Jefe de Washington puede confiar en la
palabra del Gran Jefe Seattle, con la misma certeza que confía en el retorno de
las estaciones. Mis palabras son inmutables como las estrellas del firmamento.
¿Cómo
se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra?, esta idea nos parece
extraña. Si no somos dueños de la frescura del aire, ni del brillo del agua,
¿Cómo podréis comprarlos? Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo,
cada aguja brillante de pino, cada grano de arena de las riveras de los ríos,
cada gota de rocío entre las sombras de los bosques, cada claro en la arboleda
y el zumbido de cada insecto son sagrados en la memoria y tradiciones de mi
pueblo. La savia que recorre el cuerpo de los árboles lleva consigo los
recuerdos de los nuestros.
Los muertos blancos olvidan
la tierra donde nacieron cuando emprenden su paseo por entre las estrellas, en
cambio nuestros muertos, nunca pueden olvidar esta bondadosa tierra, pues ella es
nuestra madre. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las flores
perfumadas son nuestras hermanas, el venado, el caballo, el gran águila, todos
son nuestros hermanos. Las escarpadas montañas, los húmedos prados, el calor de
la piel del potro y el ser humano, todos pertenecemos a la misma familia.
Por eso, cuando el Gran Jefe
de Washington manda decir que desea comprar nuestra tierra, pide mucho de
nosotros. Nos dice que nos reservará un lugar donde podremos vivir cómodamente.
Él se convertirá en nuestro padre y nosotros en sus hijos. Por lo tanto, vamos
a considerar su oferta de comprar nuestra tierra. Pero no es fácil, ya que esta
tierra es sagrada para nosotros.
Esta
agua cristalina que fluye por los arroyos y corre por los ríos no es solamente
agua, sino también sangre de nuestros antepasados. Si os vendemos la tierra, debéis
recordar que es sagrada, y debéis enseñar a vuestros hijos que es sagrada, y
que los reflejos misteriosos sobre las aguas claras de los lagos hablan de
acontecimientos y recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo del agua de
los ríos es la voz de los padres de nuestros padres. Los ríos son nuestros
hermanos, ellos calman nuestra sed. Los ríos llevan a nuestras canoas y nos dan
peces para alimentar a nuestros hijos. Si os vendemos nuestras tierras, debéis recordar y enseñar a vuestros hijos que
los ríos son nuestros hermanos y también los suyos, y por tanto debéis tratar a
los ríos con la misma dulzura con que se trata a un hermano.
Sabemos que el hombre blanco
no comprende nuestro modo de vida. Tanto le importa un trozo de nuestra tierra como
otro cualquiera, pues es un extraño que llega en la noche a arrancar de la
tierra aquello que necesita. La tierra no es su hermana, sino su enemiga, y una
vez conquistada la abandona, y prosigue su camino dejando atrás la tumba de sus
padres sin importarle nada. Roba a la tierra aquello que pertenece a sus hijos
y no le importa nada. Tanto la tumba de sus padres como los derechos de sus
hijos son olvidados. Trata a su madre, la tierra y a su hermano, el cielo, como
cosas que se pueden comprar, saquear y vender, como si fuesen corderos o
collares que intercambian por otros objetos. Su hambre insaciable devorará todo
lo que hay en la tierra y detrás de sí dejarán tan sólo un desierto.
Yo no entiendo. Nuestro modo
de vida es muy diferente. La sola vista de vuestras ciudades nos apena los
ojos. No existe
un lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ni hay sitio donde
escuchar cómo se abren las flores de los árboles en primavera, o el movimiento
de las alas de un insecto. El ruido de
las ciudades parece insultar los oídos. Y yo me pregunto: ¿ qué tipo de vida
tiene el hombre si no puede escuchar el canto solitario del pájaro, ni las
discusiones nocturnas de las ranas al borde de una laguna?. Nosotros preferimos el suave susurro del
viento sobre la superficie del lago, así como el olor de ese mismo viento
purificado por la lluvia del mediodía, o perfumado por la fragancia de los
pinos.
El aire es algo precioso, ya
que todos los seres comparten el mismo aliento, el animal, el árbol, el ser
humano, todos respiramos el mismo aire. El hombre blanco no siente el aire que
respira, como un moribundo que agoniza durante muchos días es insensible al
hedor. Si os vendemos nuestras tierras debéis recordar que el aire es precioso
para nosotros, que el aire comparte su espíritu con la vida que sostiene. El
viento que dio a nuestros antepasados el primer soplo de vida, también recibió
de ellos su último suspiro. Si os vendemos nuestras tierras, debéis conservarlas sagradas, como un lugar
en donde hasta el hombre blanco pueda saborear el viento perfumado por las
flores de las praderas.
Queremos considerar su oferta
de comprar nuestras tierras. Si decidimos aceptarla, yo pondré una condición:
el hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos.
He visto miles de búfalos pudriéndose en las praderas, abandonados allí por el
hombre blanco que les disparó desde
el ferrocarril sin ni siquiera parar. No
comprendo como el humeante ferrocarril puede importar más que el búfalo, al que
nosotros sólo matamos para poder vivir. ¿Qué sería del hombre sin los animales?
Si todos los animales fuesen exterminados, el hombre también perecería de una
gran soledad de espíritu, pues lo que ocurra a los animales pronto habrá de
ocurrirle también al ser humano. Todas las cosas están relacionadas entre sí.
Debéis de enseñar a vuestros
hijos que el suelo que pisan son las cenizas de nuestros antepasados. Decid a
vuestros hijos que la tierra está enriquecida con las vidas de nuestro pueblo,
a fin de que sepan respetarla. Es necesario que enseñéis a vuestros hijos, lo
que nuestros hijos ya saben: que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra
a la tierra, les ocurrirá también a los hijos de la tierra. Cuando los hombres
escupen en el suelo, se están escupiendo a sí mismos. Esto es lo que sabemos: la
tierra no pertenece al ser humano, es el ser humano el que pertenece a la
tierra. Esto es lo que sabemos: todas
las cosas están ligadas como la sangre que une a una familia. El sufrimiento de
la tierra se convertirá en sufrimiento para los hijos de la tierra. El hombre
no ha tejido la red que es la vida, sólo es un hilo más de la trama. Lo que
hace con la trama se lo está haciendo a sí mismo.
Nuestros hijos han visto cómo
sus padres eran humillados mientras defendían su tierra. Nuestros guerreros han
sentido vergüenza, y ahora pasan sus días ociosos, mientras contaminan sus
cuerpos con comida dulce y licor. Importa poco donde pasaremos el resto de
nuestros días: no son demasiados. Unas pocas horas, unos pocos inviernos, y
ninguno de los descendientes de las grandes tribus que alguna vez vivieron
sobre esta Tierra, estarán aquí para lamentarse sobre las
tumbas de una gente que un día tuvo poder y esperanza. Ni siquiera el hombre
blanco, cuyo Dios pasea y habla con él de amigo a amigo, quedará exento del
destino común. Quizás seamos hermanos a pesar de todo, ya se verá algún día.
Sabemos una cosa que quizás el hombre blanco tal vez descubra algún día: el
Dios nuestro y el vuestro es el mismo Dios. Creéis que Dios os pertenece, de la
misma manera que deseáis que nuestras tierras os pertenezcan, pero no es así.
Él es el Dios de todos los hombres y su compasión se extiende por igual entre
todos.
Esta tierra es preciosa, y
despreciarla es despreciar a su Creador y se provocaría su ira. También los
blancos se extinguirán, quizás antes que todas las otras tribus. Contaminan sus
lechos, y una noche perecerán ahogados en sus propios desechos. Camináis hacia vuestra destrucción rodeados
de gloria, inspirados por la fuerza del Dios que os trajo a esta tierra y, que
por algún designio especial, os dio dominio sobre ella y sobre nosotros. Ese
destino es un misterio para nosotros, pues no entendemos por qué se exterminan
los búfalos, se doman los caballos salvajes, se impregnan los rincones secretos
de los densos bosques con el olor de tantos hombres y se obstruye la visión del
paisaje de las verdes colinas con un enjambre de alambradas.
¿Dónde está el bosque?:
Destruido.
¿Dónde está el águila?:
Desapareció.
Es el
final de la vida, y el inicio de la supervivencia.”
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