
En tiempos remotos, la isla que hoy
integran Inglaterra, Escocia y Gales, era llamada Logres por sus habitantes,
descendientes de grupos raciales diversos, pero llamados “britones” por los
romanos a causa de una tribu así conocida, de origen celta, con la cual
entablaron buenas relaciones tras la invasión de la isla, la cual tuvo lugar en
el siglo I.
Muchos integrantes de las legiones se
habían convertido al cristianismo, religión que predicaron a los habitantes de
Inglaterra. De este modo, lo que con los años seria la Gran Bretaña (Great
Britain), fue cristiana antes que el resto de Europa septentrional.
Roma ocupó la isla durante más de
tres siglos, y terminó por abandonarla a principios del siglo V. Exactamente en
el año 410 se fue la última legión romana. Los “ingleses” entre tanto, habían
alcanzado cierto grado de bienestar gracias a la paz romana. Sus iglesias eran
ricas, y la economía rural y minera se había desarrollado, aunque no
sobrepasara lo que era normal en el sur de Europa.
Los pueblos semi-bárbaros que vivían
en el norte, comenzaron a codiciar los bienes poseídos por aquellos pueblos.
Inspirados en una mitología guerrera, y anhelantes de riquezas, comenzaron a
asolar las costas de Inglaterra, robando, incendiando y violando.
Los “viejos dioses”, como llamaban a
sus divinidades, exigían la muerte de los cristianos, empresa que parecía a su
alcance cuando los romanos dejaron de defenderlos. Las primeras incursiones
fueron fáciles, con lo cual las mismas se multiplicaron y llegaron hasta el
corazón mismo de Gran Bretaña. Al finalizar las tormentas invernales, salían
las hordas de Dinamarca y de Germania rumbo al este y al sur de la isla,
sembrando a su paso dolor y destrucción, sometiendo a los vencidos a tributo o
esclavizándolos.
Algunos jefes de tribu pretendieron
resistir sin éxito. Pasaban los años añorando los viejos tiempos de paz, hasta
que un señor valeroso y ambicioso llamado Constantine, consiguió formar un
pequeño reino en el sudoeste, cerca de Gales, preservándolo de las invasiones.
Constantine tuvo tres hijos:
Constance, Aurelius y Uther. Al morir el
padre, su primogénito fue asesinado por
un señor galés llamado Vortinger, coronándose rey. Este creyó posible la paz
con los bárbaros sajones, intentando llegar a un acuerdo con uno de sus jefes.
Invitado éste a una gran fiesta para celebrarlo, Vortinger fue engañado y hecho
prisionero.
Para salvar su vida tuvo que ceder
sus tierras, poblados y siervos. Huyó a las montañas de Gales, donde consiguió reunir
hombres con los cuales quería vengarse del invasor, ya que todo el sur de la
isla estaba asolado.
Mientras tanto, la viuda de
Constantine había huido con sus otros dos hijos, pero Merlin vaticinó que estos
volverían a vengarse de Vortinger y arrebatarle el reino.
Así sucedió, volvieron con
setecientos navíos sin que el rey pudiera hacer nada contra ellos. Uther
pasaría a reinar, emprendiendo grandes hazañas en busca de la libertad y la paz
de sus dominios.
Tuvo un hijo que se llamó Arturo, que
sería más adelante el que impondría su autoridad como vaticinó Merlin, y que
junto a sus caballeros de la Tabla Redonda, siendo Lancelot el más poderoso y
su brazo derecho, protagonizarían todos ellos las leyendas artúricas.
Caballeros errantes en busca del Grial rodeados de hechiceros y magia.
Durante unos años, toda la atención
de Arturo giró en torno a conseguir la expulsión de los paganos de tierras de
Bretaña. Para esa larga tarea, comenzó con la elección de un amplio grupo de caballeros
valientes y virtuosos, con quienes formó su corte y sentó sus principios de
gobierno, obligando a todos los habitantes de su reino a obedecerlos al margen
de su condición social. De este modo y con su ayuda logró pacificar el país
Entonces Arturo decidió que ya era
hora de someterse a la coronación y realizar casamiento, idea que había ido posponiendo,
porque reconocido como rey de Bretaña cuando contaba 15 años.
En una de sus aventuras, Arturo había
conocido a la hija del rey Leodegrace, soberano de las tierras de Cameliard,
Guenevere, a la que no había podido olvidar. Ordenó a Merlin que formara un
séquito y que se dirigiera a su corte a pedir su mano.
Leodegrace aceptó y le envió como
regalo la mesa redonda que en cierta ocasión le diera Uther, a la cual podían
sentarse ciento cincuenta caballeros.
Arturo, feliz, dispuso en seguida que
su mejor amigo y jefe de los caballeros, Sir Lancelot, acudiese a recibir a su
prometida y la condujese a palacio. Fue así como al verse, y siendo ambos de
parecida edad mucho más jóvenes que el rey, surgió el enamoramiento, aunque
ambos guardaron para sí aquellos sentimientos. Llegaron a Camelot, a donde
llevaron la Mesa o Tabla Redonda. Allí
se celebró la boda, la cual sería seguida por la coronación del rey Arturo.
Se dispuso la Gran Tabla Redonda en
el salón de honor del palacio junto a sus 150 asientos. La intención de Arturo
consistía en hacer jurar a todos los caballeros que iban a tomar sitio en la
Mesa, una absoluta limpieza de pensamiento y una lealtad inconmovible a los
altos principios que regían su reino. Debían consagrar sus vidas a Cristo y
luchar por la implantación de un modo de vida ejemplar que se extendiera a toda
Inglaterra.
Cuando la mesa estuvo dispuesta, se
sentaron todos a ella y el Arzobispo de Canterbury la bendijo. Entonces se
produjo un gran estruendo de truenos y música celestial. Los corazones de todos
se colmaron de dicha, y el rostro de Arturo pareció bañarse en una luz
sobrenatural.
Merlin entonces pidió a los
caballeros que se acercaran al rey y le rindieran homenaje. Cuando cada uno se
arrodillaba ante el monarca y hacia su juramento, Merlin hacia aparecer su
nombre en letras de oro en el respaldo de sus respectivos asientos; todos menos
tres que se reservaron para los caballeros que ganaran más prestigio cada año
(uno de los tres, al que nadie debía osar sentarse salvo muerte fulminante,
estaba destinado al autor de la hazaña de más riesgo).
Arturo enseguida advirtió que no era
una mesa ordinaria aquella por el dispuesta, sino algo en que Dios mismo se
veía materializado. Sobre él y su séquito recaía ahora una bendición y así
quedaba instaurada la fundación de La Orden de La Tabla Redonda. Poco podía
imaginar Arturo que, apenas establecida la orden, surgiría la discordia.
Al día siguiente se celebró la boda y
se dispusieron para el banquete. Los caballeros se fueron sentando junto al rey
en la tabla redonda según sus rangos y grados, incluidos los hijos de su
hermana Morgana que ocupaban un lugar de privilegio junto a él.
Guenevere, ya proclamada reina,
aunque presidia el banquete como anfitriona, se sentaba en una mesa aparte
junto a las damas invitadas desplegando una parecida magnificencia en su
estancia y dando muestras como anfitriona de unas refinadas maneras que serian
imitadas y que se extenderían por toda Bretaña.
Los británicos conservaban una
antiquísima costumbre, en virtud de la cual, hombres y mujeres no debían
sentarse juntos a la mesa. Los nobles no llevaban nunca a sus esposas cuando
asistían a los banquetes.
Más tarde el rey Arturo, que no en
vano pasó a la historia como rey galante, iba a romper con esa tradición.
Todos los caballeros juraron atenerse
a la regla dictada por Arturo, comprometiéndose a renovar sus votos cada año en
la fiesta de Pentecostés. También se acordó que esa fuera la fecha para la coronación,
cuando el tiempo era más templado. Fueron invitados todo tipo de señores y
gobernantes, como también príncipes del continente.
Nunca hasta entonces se había visto
tanto esplendor. La coronación del rey Arturo y de Guenevere pasó a la leyenda
como uno de los acontecimientos más esplendorosos y deslumbrantes.
Lancelot du Lac, no era inglés ni
galés. Se trataba en realidad de un caballero nacido en Bayona, cerca de la
frontera franco-española. Era hijo del Rey Ban de Banwick, deformación fonética
inglesa de Bayona.
Se llamaba “du Lac”, porque según se afirmaba,
había sido robado de pequeño por la Dama del Lago. Ésta quería un hijo, y al
serle negado por el Cielo, optó por raptar al más bello de los infantes para
criarlo y educarlo en su reino. Era muy poderosa y poseía propiedades no sólo
en Inglaterra sino también en Francia, pues como la familia de Lancelot,
también provenía del continente.
Nada se dice sobre las causas que
guiaron a Lancelot a preferir la corte del rey Arturo a la de su padre o a la
del rey francés. Sólo se comenta que llegó a Camelot muy mal trajeado y que se
abrió camino por sus propios méritos, omitiendo decir al principio que era hijo
de un rey.
Pronto se pasa a mencionar que era
uno de los más importantes miembros de la orden creada por el rey Arturo, la
cual no tardó en capitanear. Tras pasar los dos un par de años en Francia, volvieron a Bretaña. Para entonces Lancelot ya
era el brazo derecho indiscutible del rey, al que había jurado dedicar la vida
a su servicio, y ser siempre el campeón de la reina.
Nunca fue vencido en combate y su
valor resultaba proverbial en todo el país. Sólo le presentaban batalla los que
ignoraban quién era, sinó se declaraban vencidos de antemano, y le reconocían
como el mejor hombre de armas ante el que nadie se hubiera enfrentado nunca.
Llevaba a cabo aventuras sin par,
escapando de ardides de damas urdidos para comprometerle, haciéndole victima de
innumerables estratagemas y sufriendo
tentativas de asesinato.
Lancelot, el más fuerte, el más alto
e invencible caballero, empezó a aburrirse en sus aventuras y comenzó a caer en
una rutina que le llevó a perder la ilusión. Nada ni nadie le llenaban, salvo
su amor por la reina.
El rey, preocupado, envió a la reina para que le diera
ánimos, ya que al haber paz y sin batallas que pelear, debía recomendarle
buscar nuevas metas y conquistar más altos y loables ideales.
Arturo no podía imaginar por entonces
que ese acercamiento para aconsejarle e
instruirle en sus pensamientos iba a despertar el amor dormido que la
reina sentía. Mantendrían en adelante en secreto su historia de amor.
Recorrió las tierras de Bretaña y
Gales, especialmente aquellas donde la ley empezaba a flaquear. De este modo
llegó a una aldea donde Lancelot fue requerido para liberar a una dama presa de
un dragón encerrada en una torre. Liberada la bella Elaine, hija del rey Pelles,
ésta se quedó prendada del caballero y mediante una pócima que le dieron a
beber después de cenar, consiguió
hacerle yacer con ella.
Al despertar del encantamiento y ver
lo ocurrido, aterrado y dolorido por haber traicionado el amor de su reina, volvió
corriendo a Camelot. Lancelot pensaba
que su vigor en las artes caballerescas emanaba de los votos de lealtad hacia
sus reyes, de servirles y permanecerles fiel. Angustiado, ejercía sus funciones
habituales, adiestramiento de los caballeros e inspección de escudos y armas
que se llevarían a la batalla; no podía soportar el haber traicionado su
juramento.
Elaine tuvo un hijo varón, afirmando
que era hijo de Lancelot, al cual puso
como nombre, Galahad. La noticia pronto llegó a Camelot, causando dolor y furia
en la reina que le tildó de traidor y de ser indigno de la corte. Lancelot
consideró con desaliento que había perdido su honor y el respeto, y que ya no
sería en adelante un ejemplo para nadie. Explicó lo ocurrido, y aunque ella
excusó en parte su conducta, ambos se sintieron muy desgraciados durante un
tiempo.
Volvieron a salir los caballeros de
aventuras, y cuando regresaron victoriosos con todas las naves, el rey,
orgulloso, celebró una gran fiesta. Apareció el rey Pelles con su hija Elaine y su nieto
Galahad. Ella venía en calidad de esposa de Lancelot, todo lo cual dio origen a
malévolos comentarios, ya que las malas lenguas dijeron que se iban a reunir en
secreto. La reina haciendo caso de los rumores, echó a Lancelot de la corte, lo
que le obligó a vagar por los bosques, privado de razón durante algún tiempo.
Pasados los años, se presentó Elaine
en presencia de Lancelot y cuando recordó quien era, accedió a acompañarle a una
Abadía de monjes blancos (cistercienses, orden fundada por Bernardo de
Claraval), y allí le presentaron a su hijo Galahad, al que habían educado para
que fuera un caballero. Lancelot se llenó de emoción al sentirse invadido de la
honestidad y afecto que desprendía el muchacho de sólo 15 años. Otorgó a su
hijo la Orden de la que él mismo se viera despojado, pero comprendió que todo
el dolor y locura pasados habían servido para que emanara el bien del mal.
Volvió a la corte llevando a su hijo
consigo, lo que produjo gran contento en Arturo. Para sorpresa de todos, cuando
se fueron a sentar en la mesa, apareció el nombre de Galahad en el asiento que
siempre se había mantenido vacío, el asiento peligroso, con la inscripción
“este asiento es de Galahad llamado también el Alto Príncipe”. Después de
tantos años el asiento se ocuparía por fin.
Galahad fue el nuevo caballero
invencible de la Tabla Redonda, al cual estaba destinado el Santo Grial. El
puro Galahad, hijo del esforzado Lancelot, cuyo amor pecaminoso le veda el
progresar en tan santa aventura, siempre vestido de blanco (educado por monjes
blancos, cistercienses), será un modelo de castidad y pureza sin vínculos
pasionales con el mundo.
Los caballeros, ya de edad avanzada a
estas alturas, decidieron partir en una nueva, grande y muy arriesgada aventura
en busca del Santo Grial. Arturo se
entristeció. Para él significaba la dispersión de la Orden de la Tabla Redonda
y el fin de su tarea como legislador pacífico. Volvería el caos a apoderarse
del pueblo y sabía que ya nunca más se reunirían, la mayoría moriría en el
intento. Lancelot mostró precaución, pero los otros caballeros pensaban que la
vida ha de acabarse, y era propio de caballeros velar para que su final
aportase prestigio individual y para la Orden.
Consiguió volver Lancelot con vida, pero
la Orden se hallaba en decadencia. Las gestas eran aisladas y se narraban como
un pasado glorioso. Pero la ruina completa sobrevino al estallar la guerra
entre Arturo y Lancelot, fruto de las intrigas del clan de Orkney que deseaba
la derrota de Arturo como rey, de su estado y del ideal que representaba como
guía de espiritualidad.
Algunos caballeros de la Orden también
creyeron llegado el momento de que el poder pasara a sus manos. Odiaban al más
poderoso, Sir Lancelot, por lo que extendieron rumores de que la reina y el
querían derribar al rey Arturo y estalló una guerra civil.
Lancelot tuvo que luchar para
conseguir que la reina huyera, la batalla no se podía parar, todo el pueblo
estaba soliviantado tomando partido por uno u otro bando, y él sabía que si le
mataban, a ella le quemarían en la hoguera. Pero llegó un mensaje del Papa de
Roma pidiendo al rey que respetara su juramento matrimonial volviendo con la
reina, y que pactara la paz con Lancelot. Así ocurrió, pero Lancelot fue
expulsado y partió rumbo a Francia.
Más adelante, Arturo murió de forma
misteriosa en batalla contra Mordred. Su hermana Morgana le recogió en una
barca y se lo llevó a Avalon. La reina entonces ingresó en un convento, y
aunque más tarde Lancelot al enterarse volvió en su búsqueda, ésta quiso acabar
su vida dedicándosela a Dios. Entonces él también lo hizo, haciéndose monje.
Cuando tuvo noticia de la muerte de la reina no lo pudo superar, y en seis
meses murió él también de tristeza.
Por obra y gracia de la literatura de
ficción, el rey Arturo de Bretaña aparece como el monarca medieval más
prestigioso, rodeado de una fastuosa corte de caballeros, los paladines de la
Tabla Redonda, los defensores del orden y la cortesía en un mundo enigmático,
en los límites de la realidad y la fantasía.
Muchos contribuyeron a la difusión de
las leyendas artúricas, los “chanteurs” bretones difundieron y tradujeron episodios fantásticos, en los que se
expresaban reflejos de la mitología
céltica, una literatura épica oral de extrañas y antiguas raíces.
Chrétien de Troyes es el escritor que en 1180
introdujo a Lancelot y los temas artúricos en la tradición de la novela europea
y fue el padre de la novela francesa. Las figuras de Arturo y sus caballeros de
la Tabla Redonda podían rivalizar con los de Carlomagno y sus doce pares,
exaltados por la epopeya francesa. La épica se escribió antes de la lírica. Mezcla las enseñanzas refinadas de los
trovadores del amor cortés con motivos y figuras de variado origen
integrándolos en hábiles relatos.
Es en el libro de “El Caballero de la
Carreta” donde Lancelot aparece como protagonista, encarnando uno de
los personajes más influyentes de los creados, o al menos configurado
espiritualmente de modo perdurable por Chrètien.
Entre los más aguerridos caballeros
de la Tabla Redonda, Sir Lancelot ocupaba el lugar más destacado. Había dado
prueba de sí mismo, acrecentando su honra y dignidad hasta ganar fama como el
mejor caballero del mundo. Nadie le derrotaba en la batalla ni en el torneo,
salvo por traiciones o encantamientos. Ya bien joven había escuchado la
profecía de Merlin según la cual estaba destinado a ganar preeminencia en la
Orden de Caballería. Él se había empeñado en dar cumplimiento a la profecía,
desdeñando todo lo que no fuera su oficio de caballero hasta superar a todos.
Lancelot amaba profundamente a la
reina, desde el mismo momento en que la viera por primera vez, y le amó hasta
su muerte. En el siglo XII, se produce un “renacimiento” cultural que trajo
consigo la literatura del amor cortés: el caballero andante al servicio de la
dama. Son muchos escritos los que recogen los amores de la reina Guenevere y de
Lancelot, desde las narraciones orales de origen galés y los romans de Chrétien
de Troyes, hasta la obra de Thomas Malory escrita en el siglo XV. Lancelot amaba al rey, pero sucedió que al no
tener rival, sintió que su destreza se echaba a perder, y sus ánimos
decayeron. El rey, preocupado, y tras mantener un largo consejo
con la reina Guenevere (Ginebra), ésta le prometió hacer de Lancelot el
primer paladín de la justicia del rey,
preparándole para importantes aventuras. Esto dio pie a los amores entre ambos,
y al declive de Lancelot, puesto que ya los problemas y la tristeza no tuvieron
fin.
Fuente N.B.
Fuente N.B.