“Big data”, o sea, gran cantidad de datos. Es el nombre más bien “tonto” con que se
designa a la enorme cantidad de información personal, y de todo tipo, que
actualmente pueden obtener a través de Internet, la red que se la “pesca”, tanto las
empresas como los gobiernos, con fines comerciales, informativos, estadísticos,
estratégicos, represivos, sociales, económicos, políticos, de control, y de
todo tipo.
No es un tema exclusivo de falta de
privacidad, sobrepasa con mucho ese concepto. Son nuevas técnicas de poder, que
dan acceso a temas hasta ahora puramente mentales, que convierten la mente en
un potente medio de producción controlable. La dominación no se ejerce ya
oprimiendo, sino seduciendo, y consigue que las personas se sometan por su
propia voluntad, sin darse casi ni cuenta. Con un sistema así, las personas no
son conscientes de su sometimiento, o aún peor, lo toleran y celebran.
De este modo y manera, las personas
se creen libres, cuando en realidad es un eficaz sistema quien controla su
supuesta libertad. El “Big Data” es el “Big Brother” digital, que se apodera de
los datos que los individuos le entregan de forma voluntaria y animosa. De este
modo, la comunicación y la libre expresión se difunden por la red para
convertirse en control y vigilancia totales, permitiendo hacer pronósticos,
incluso del comportamiento de las personas y colectivos, para así poder
condicionarlos.
Un poder tan inteligente puede
detectar patrones de comportamiento, individuales y colectivos, y por tanto ejercer un
control ilimitado. No hay salvación posible, salvo volverse inservibles, inutilizables,
singulares, no cuantificables, “idiotas” en el sentido griego clásico de la
palabra: no participar, no compartir, no intervenir en asuntos públicos ni
sociales, no opinar, dedicarse a lo particular, volverse asociales, renunciar a
existir para los demás, así como a la vida sociopolítica y económica, morir en
vida, pasar de todo. Es lo que antes quería “Leviatán”, pero…eso ya no es suficiente, pretende un gozoso sometimiento: las mentes.
Quien no participa se ha vuelto aún
más sospechoso y hostil que el disidente, no hay escapatoria, se hace forzoso elegir:
o someterse felizmente, o enfrentarse con indignación. Partidarios o enemigos,
los disimulos se “pillan”. Hacer “lo de la avestruz” nunca ha servido de gran
cosa. Pero ya no cabe ni “esconderse” realmente. Ya no es opción porque no hay dónde hacerlo.