Es de suponer que en el tema de que
se trata a continuación se cumplen al menos dos dichos populares. Uno es: “No
es oro todo lo que reluce”, el otro: “Ni son todos los que están, ni están todos
los que son”.
La profunda y duradera crisis
financiera iniciada en 2008 ha afectado a la economía real (de realidad, no de
realeza) poniendo de manifiesto “lo nunca visto”. Al igual que cuando disminuye
el caudal de agua de un río aparecen las piedras de su lecho, así han aparecido
los “defectos estructurales” de muchas realidades.
Por estos lares no ha sido para
menos, sino más bien al revés. Siendo el tema peliagudo, manido, y debatido ya
desde muchos frentes, no es cuestión de entrar aquí en el análisis de causas y
efectos, ni de salidas y alternativas, ni de conclusiones sociales, económicas,
o políticas del mismo. El problema es sistémico, y el saqueo financiero
generado ha sido aprovechado para recortar, atacar, y poner en causa el Estado
del Bienestar desde la ideología neoliberal imperante.
Hay un tema específico que se ha
puesto especialmente de manifiesto, porque las diferencias y desigualdades
generadas por la llamada “crisis” (en realidad es el cambio de un paradigma que
ya no volverá), que hasta ahora era poco conocido y quizás consentido o tolerado, incluso no muy
mal visto por mucha “gente de a pie”: la corrupción (incluida la evasión fiscal).
Dicen que en el extranjero llaman ahora “síndrome español” al hecho de que
personalidades afectadas judicialmente en casos semejantes no dimitan en
primera instancia, e incluso la gente les siga votando, si llega el caso y
viene a cuento, o a cuenta.
Bien es verdad que existen
indicadores y ratings internacionales de corrupción y trasparencia, jueces y
fiscales anti-corrupción trabajan meritoriamente, se promulgan leyes al
respecto, se hacen públicos datos en aras de la trasparencia, etc. Pero las
razones de la existencia de tal fenómeno y su tolerancia son generalmente
superficiales, y aunque es verdad que la falta de trasparencia y control facilita
esa laxitud ética, no es menos cierto que las causas estructurales, culturales,
e idiosincrásicas que la generan no parecen haber sido analizadas en
profundidad. Pero causas hay, y muy antiguas, seculares, casi olvidadas en el
inconsciente colectivo (salvo para algunos especialistas que minoritariamente
puedan conocerlas y tenerlas presentes).
Las causas profundas podrían tener
sus raíces en:
-
La débil influencia de la Ilustración
en el siglo XVIII.
-
La ausencia de revoluciones burguesas
en la modernidad.
-
El poco arraigo de las ciencias.
-
La débil influencia de la Revolución
Industrial en el siglo XIX.
-
La débil industrialización en el
siglo XX.
-
La tardía introducción de la
democracia.
-
La inadecuación entre época y valores.
El problema empieza en los siglos XVI
Y XVII, al comienzo de la modernidad, tras el descubrimiento y conquista de
América, en pleno periodo hegemónico español. Recordemos que varios estados
europeos, entre otros las actuales Alemania
y Francia, sufrieron crueles guerras internas de religión entre católicos y
protestantes. No así España, cuya reconquista secular contra los musulmanes fue
culminada en el siglo XV, y cuya monarquía se posicionó contra la reforma protestante
en Europa, y contra los musulmanes en la cuenca mediterránea, principalmente el
Imperio turco Otomano. Internamente no había cuestión: monarquía, nobleza, y
pueblo eran monolíticamente católicos y contrarreformistas. Como consecuencia de lo anteriormente
expuesto, cuando llegó el siglo XVIII y surgió el fenómeno de la Ilustración en
Europa, el llamado Siglo de las Luces, o de la Razón, o del despotismo
ilustrado, ello ocurrió no casualmente en la librepensadora Francia y en
Alemania, pero no en España.
Citando a Kant:
“La Ilustración es la salida del hombre de su
autoculpable minoría de edad. La minoría de edad significa la
incapacidad de servirse de su propio entendimiento, sin la guía de otro. Uno mismo es
culpable de esta minoría de edad cuando la
causa de ella no reside en la carencia de entendimiento, sino en la falta de
decisión y valor para servirse por sí mismo de él sin la guía de otro. ¡Sapere aude!
¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí el lema de la Ilustración.
La pereza y la cobardía
son las causas de que una gran parte de los hombres permanezca, gustosamente,
en minoría de edad a lo largo de la vida, a pesar de que hace ya tiempo la
naturaleza los liberó de dirección ajena y por eso es tan fácil para otros
erigirse en sus tutores. ¡Es tan cómodo ser menor de edad! Si tengo un libro
que piensa por mí, un director espiritual que reemplaza mi conciencia moral, un
médico que me prescribe la dieta, etc, entonces no necesito esforzarme. Si
puedo pagar, no tengo necesidad de pensar: otro asumirá por mi tan fastidiosa
tarea. Aquellos tutores que tan bondadosamente han tomado sobre sí la tarea de
supervisión se encargan ya de que el paso hacia la mayoría de edad, además de
ser difícil, sea considerado peligroso para la mayoría de los hombres (y entre
ellos todo el bello sexo). Después de haber entontecido a sus animales
domésticos, y procurar cuidadosamente que estas pacíficas criaturas no puedan
atreverse a dar un paso sin las andaderas en que han sido encerrados, les
muestran el peligro que les amenaza si intentan caminar solos. Lo cierto es que
este peligro no es tan grande, pues ellos aprenderían a caminar solos después
de unas cuantas caídas: sin embargo, un ejemplo de tal naturaleza les asusta y,
por lo general, les hace desistir de todo intento.
Por tanto, es difícil
para todo individuo lograr salir de esa minoría de edad, casi convertida ya en naturaleza
suya. Incluso le ha tomado afición y se siente realmente incapaz de valerse de
su propio entendimiento, porque nunca se le ha dejado hacer dicho ensayo.
Principios y formulas, instrumentos mecánicos de uso racional -o más bien
abuso- de sus dotes naturales, son los grilletes de una permanente minoría de
edad. Quien se desprendiera de ellos apenas daría un salto inseguro para salvar
la más pequeña zanja, porque no está habituado a tales movimientos libres. Por
eso, pocos son los que, por esfuerzo del propio espíritu, han conseguido salir
de esa minoría de edad y proseguir, sin embargo, con paso seguro.
Pero, en cambio, es
posible que el pueblo se ilustre a sí mismo, algo que es casi inevitable si se
le deja en libertad. Ciertamente, siempre se encontrarán algunos hombres que
piensen por sí mismos, incluso entre los establecidos tutores de la gran masa,
los cuales, después de haberse autoliberado del yugo de la minoría de edad,
difundirán a su alrededor el espíritu de una estimación racional del propio
valor y de la vocación de todo hombre a pensar por sí mismo. Pero aquí se ha de
señalar algo especial: aquel pueblo que anteriormente había sido sometido a
este yugo por ellos obliga más tarde a los propios tutores a someterse al mismo
yugo; y esto es algo que sucede cuando el pueblo es incitado a ello por algunos
de sus tutores incapaces de cualquier Ilustración. Por eso es tan perjudicial inculcar
prejuicios, pues al final terminan vengándose de sus mismos predecesores y
autores. De ahí que el pueblo pueda alcanzar sólo lentamente la Ilustración.
Quizá mediante una revolución sea posible derrocar el despotismo, pero nunca se
consigue la verdadera reforma del modo de pensar, sino que tanto los nuevos
como los viejos prejuicios servirán de riendas para la mayor parte de la masa
carente de pensamiento.
Pero para esta
Ilustración únicamente se requiere libertad, y, por cierto, la menos
perjudicial entre todas las que llevan ese nombre, a saber, la libertad de
hacer siempre y en todo lugar uso público de la propia razón. Mas
escucho exclamar por doquier: ¡No razonéis!, el oficial dice: ¡No razones, adiéstrate!,
el funcionario de hacienda: ¡No razones, paga!, el sacerdote: ¡No razones, ten
fe!. Por todas partes encontramos limitaciones de la libertad. Pero ¿qué
limitación impide la Ilustración?, y por el contrario, ¿cuál la fomenta?, mi
respuesta es la siguiente: el uso público de la razón debe ser siempre
libre; sólo este uso puede traer Ilustración entre
los hombres.”(…)
Immanuel Kant, ¿Qué es la Ilustración? (1784).
Si bien en España tuvo
escaso eco, la Ilustración fue el germen de las revoluciones burguesas y del
desarrollo de las ciencias. Como más importantes sucesos del siglo XVIII
podemos citar la Independencia de los Estados Unidos de América frente a la
corona británica (1776), la Revolución Francesa (1789), y la Enciclopedia.
El desarrollo de las ciencias
tuvo como consecuencia la Revolución Industrial de los siglos XVIII y XIX,
primero en Inglaterra, luego en Europa y en los recientemente independizados
Estados Unidos, pero no en España. La máquina de vapor, el ferrocarril, la
industria textil, la industria del acero, etc., así como los conocimientos de
la termodinámica, el electromagnetismo, la mecánica, la química, las
matemáticas, y la ciencia-tecnología, llegaron tarde y desde el
exterior a la península. Tras la invasión napoleónica, el absolutismo y la Inquisición
se imponían de nuevo, en pleno siglo XIX,
al sur de los Pirineos.
El siglo XX es conocido y reciente, ¡que inventen ellos!, religión, dictadura, débil
industrialización, democracia tardía, educación sesgada o insuficiente, y una
investigación, desarrollo e innovación casi inexistentes (la construcción
inmobiliaria y el turismo no son ciencia y tecnología, mucho menos nuevas
tecnologías), por no mencionar terratenientes y similares.
Y en esas condiciones se
llegó a entrar en la Unión Europea (o viceversa, es decir, la UE entró aquí), y
el euro, la globalización, Internet y la era digital, junto con la especulación
financiera mundial, la nanotecnología, la biotecnología, y las neurociencias.
Demasiado “fuerte” la entrada en este siglo XXI, tras tres siglos pasados
(XVIII, XIX, y XX) en una existencia
pre-ilustrada.
En el Medievo el poder feudal se apropiaba de los
bienes, en la Modernidad el capital industrial explotó bienes y personas, en la
Posmodernidad el capital financiero
especula con todo, incluido lo digital y lo virtual, lo cosifica todo, incluso
las personas. Como consecuencia de todo ello, gran
parte de la sociedad española vive actualmente en una época digital - global,
pero con valores pre-ilustrados y pre-industriales, escasamente democráticos.
Esta podría ser una causa profunda del síndrome de corrupción, ni siquiera mal visto
socialmente hasta que la “crisis” vivida lo ha puesto de manifiesto, en
evidencia frente a la creciente desigualdad, y se ha cuestionado y rechazado. La apropiación feudal preindustrial, la
especulación financiera y digital, el neoliberalismo global, y la democracia
formal, forman una extraña mezcla.
¿No era mejor una Ilustración racional,
no despótica, democrática y participativa, transparente, sin perezas ni
cobardías, esforzándose para que algunos no “tutoricen” a todos los demás,
económica, racional, y éticamente, como preconizaba Kant en 1784?.
Parece que
vamos un poco retrasados.