En el siglo XII y en una sociedad eminentemente masculina, donde la mujer salvo contadas excepciones en razón de su alto rango está casi siempre sojuzgada y sus derechos ignorados o menospreciados, la importancia del papel de los trovadores es enorme: se convierten en propagandistas del papel civilizador de las damas y no cesan de inculcar a los varones la deuda que tienen hacia el sexo femenino.
Es natural, por lo tanto, que haya
sido en las cortes del mediodía de Francia donde la misión de la mujer como
educadora en el orden social alcanza, por primera vez, toda su importancia: las
damas no sólo contaban con una preparación superior, ya que por lo general
sabían leer y escribir, hacer versos, tocar y cantar, sino que su trato más
delicado y su refinamiento les permitieron imponerse muy pronto a los rudos
modales masculinos. De este modo, el arte amatorio y la poesía cortesana se
aliaron para modificar decisivamente el concepto de la consideración social
hacia la mujer. La mujer, que en tiempos antiguos era simplemente propiedad del
hombre, botín de guerra, motivo de disputa, esclava, y cuyo destino estaba aún
sujeto en la Alta Edad Media al arbitrio de la familia y de su señor, adquiere
entonces un enorme valor. Este es uno de los rasgos distintivos de la cultura
cortesana medieval: es una cultura específicamente femenina.
En contraste con los antiguos poemas
heroicos e incluso con las canciones de gesta, que estaban destinadas a un
auditorio de hombres, la poesía amorosa provenzal, y hasta las novelas bretonas
del ciclo del rey Arturo, se dirigen en primer lugar a las mujeres.
O. Aceves (1998)
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