El ser humano, sólo reuniéndose en sociedad es capaz de compensar sus defectos y llegar a ser igual a las demás criaturas, y aun de adquirir superioridad sobre ellas. Mediante la sociedad, todas sus debilidades se ven compensadas, y aunque en esa situación se multipliquen sus necesidades, aumenta aun más su capacidad, quedando más satisfecho y feliz de lo que podría haber sido en caso de permanecer en su condición solitaria. Cuando una persona cualquiera trabaja por separado y sólo para sí misma, su fuerza es demasiado débil para realizar una obra considerable, si emplea su trabajo en satisfacer todas sus diferentes necesidades no alcanzará nunca la perfección en ninguna tarea en particular.
D. Hume (1711 – 1776), Tratado sobre la naturaleza humana, 1737, Libro III, 4ª parte.
El ser humano ha dejado de ser el
animal político que definieron los griegos. La sociedad política es ahora una
creación contractual, necesaria sólo por la complejidad que ha adquirido la
agrupación de los individuos, pero nada permite esperar de cada uno de ellos la
voluntad de servicio que en principio entraña la cosa pública. (…) Faltan
valores que relacionen y agreguen voluntades humanas, que nos aglutinen en
torno a ideales. (…) Se acabaron también las ideologías políticas que
alimentaban las esperanzas en mundos mejores. La historia de la humanidad no
ofrece garantía de progreso, más bien al contrario, se apoya en la tesis de que
el ser humano no tiene remedio, que nada es capaz de cambiarlo: ni un Dios
bondadoso y justiciero que promete recompensar a los buenos y amenaza con
castigar a los perversos, ni la esperanza de alcanzar una convivencia más
lograda en este mundo. La vida individual es demasiado corta para apostarla a
empresas de carácter total, a revoluciones que auspicien la transformación del mundo
o de la humanidad. Así, cada uno acaba prefiriendo vivir para sí mismo, con
proyectos pragmáticos a corto plazo.
V. Camps, Paradojas del individualismo, 1993.
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