Además de la imperfección natural del
lenguaje y la oscuridad y confusión que tanto cuesta evitar en el uso de las
palabras, las personas cometen errores voluntarios y descuidos al comunicarse.
El primero y más palpable abuso de
este tipo es usar palabras carentes de ideas claras y distintas, o peor aún,
signos que no significan nada. En todos los idiomas existen ciertas palabras
que cuando se las examina, demuestran no significar ninguna idea clara y
distinta, ni respecto a su origen ni a su uso apropiado.
Hay otros que llevan el abuso aún más
lejos: como no se cuidan de no utilizar palabras que apenas se refieren a
ninguna idea clara y distinta, usan de manera familiar, con imperdonable
negligencia, palabras que en el lenguaje apropiado se asocian a ideas muy
importantes, sin darles ningún significado diferenciado. Son palabras
frecuentes en boca de las personas, pero si a muchos de quienes las usan se les
preguntara qué significan con ellas se quedarían tiesos y no sabrían qué
contestar: clara prueba de que, aunque han aprendido las palabras y las tienen
siempre en los labios, no hay en sus mentes ninguna idea determinada que
quieran comunicar con ellas a los demás.
Aunque la gente se las arregla en las
circunstancias normales de la vida cuando quiere hacerse entender, cuando se
pone a razonar sobre sus principios o intereses, llena palmariamente su discurso
con una jerigonza vacía, en especial en lo relativo a las cuestiones morales, donde la mayoría de
las palabras no coexisten regular ni permanentemente en la naturaleza, son con
frecuencia puros sonidos, o evocan nociones muy oscuras e inciertas asociadas a
ellas.
La gente adopta las palabras que oye
a sus vecinos, y para no parecer ignorante de lo que estas significan, las
emplea a sus anchas, sin romperse la cabeza en pos del sentido exacto. Además
de comodidad, obtiene de este modo una ventaja: pese a que en su discurso rara
vez tiene razón, rara vez puede probarse que se equivoca.
Otro abuso del lenguaje es la
oscuridad afectada. La palabrería docta ha prevalecid en los últimos tiempos,
por obra e interés de quienes no hallaron mejor manera de obtener autoridad y
poder que entretener a las personas de negocios y a los ignorantes con palabras
difíciles, o enredar a los ingeniosos y ociosos en disputas intrincadas acerca
de términos ininteligibles, y tenerlos siempre desorientados en ese laberinto
infinito.
Sería bueno para la humanidad, cuyo
interés es conocer las cosas como son y hacer lo debido, no empeñar la vida en
habladurías y juegos de palabras, que el uso de las palabras fuera llano y
directo, y que no se empleara el lenguaje, que puede aumentar el conocimiento y
cementar el vínculo social, para oscurecer la verdad y desestabilizar los
derechos de la gente.
Otro gran abuso de las palabras es
tomarlas por cosas. Los nombres tomados por las cosas pueden confundir el
entendimiento. Pero cualquiera que sea el inconveniente que se sigue de esta
confusión de palabras, estoy seguro de que por el uso constante y familiar,
estas inspiran nociones muy alejadas de la verdad de las cosas. Como las
palabras a las que se han habituado las personas desde hace mucho tiempo están
grabadas en sus mentes, no es extraño que no puedan deshacerse de las nociones
erróneas que se asocian con ellas.
Otro abuso de las palabras, más
general aunque quizás menos observado, estriba en que las personas, al
asociarlas a ciertas ideas durante un uso continuo y familiar, tienden a
imaginar que existe una conexión tan estrecha y necesaria entre los nombres y
el significado que les dan que se precipitan a suponer que uno no puede sino
entender lo que ellas quieren decir, y por tanto, debe aceptar las palabras
pronunciadas como si estuviera fuera de toda duda que, en el uso de esos
sonidos comunes, el hablante y el oyente han de tener las mismas precisas
ideas. Por ello suponen que al usar un término en conversación exponen, por así
decirlo, la cosa de la que hablan delante de los demás. Y como igualmente creen
que las palabras ajenas significan por naturaleza justo aquello a lo que ellos
mismos están acostumbrados a aplicarlas, nunca se molestan en explicar las
propias o entender con claridad los significados de los demás.
Las personas toman las palabras como
las marcas constantes y regulares de nociones aceptadas, cuando en verdad no
son sino los signos voluntarios e inestables de sus propias ideas, Y sin
embargo a las personas les resulta extraño que se les pregunte el significado
de sus términos.
Para concluir estas consideraciones
sobre la imperfección y el abuso del lenguaje, diré que los fines del lenguaje,
cuando conversamos con los demás, son principalmente tres: dar a conocer una
persona a otra sus ideas, hacerlo con tanta facilidad y rapidez como sea
posible, y transmitir así el conocimiento de las cosas. No se produce el
conocimiento de las cosas transmitidas por las palabras cuando las ideas no
concuerdan con la realidad de las cosas. Aunque sea un defecto que se origina
en nuestras ideas se extiende también a nuestras palabras, cuando las usamos
como signos de entes reales que nunca han tenido realidad o existencia alguna.
Como en el mundo el ingenio y la
fantasía se disfrutan más que la dura verdad y el conocimiento real, las
expresiones figuradas y las alusiones rara vez se tendrán por imperfección y
abuso del lenguaje. Sin embargo, si queremos hablar de las cosas tal como son,
todas las aplicaciones artificiosas y figuradas de las palabras que ha
inventado la elocuencia no sirven sino para sugerir ideas incorrectas, agitar
las pasiones y confundir el juicio, siendo pues una trampa.
John Locke (1632-1704)
Nota:
Parece bastante evidente la
influencia que tuvieron las ideas de Locke (1632-1704) acerca de las palabras y
el lenguaje en la muy posterior Filosofía del Lenguaje de Wittgenstein
(1889-1951). Nadie parte de cero, y la parte que falta por desarrollar en cualquier
teoría siempre suele ser la más importante. Los gigantes se suben a hombros de
otros gigantes, y eso es bueno para el avance del conocimiento humano.
Por ejemplo, Poincaré (1854-1912) ya
había tratado sobre la relatividad antes que Einstein (1879-1955), si bien no
llegó a postular la constancia de la velocidad de la luz respecto a cualquier
sistema de referencia, la equivalencia entre masa y energía, etc. Es imposible
que Einstein no conociese el trabajo de Poincaré y es claro que el mérito de la
Teoría de la Relatividad Restringida y Generalizada es de Einstein.
Pero Einstein no mencionó ni citó a
Poincaré nunca para nada en absoluto. Y creo que Wittgenstein tampoco a Locke.
La vanidad es también cosa de genios.
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