Los juegos del lenguaje se convierten
frecuentemente en “timos” del lenguaje. Las palabras, los conceptos y la
realidad no suelen coincidir, nos engañan. Las medias verdades actúan como las
mentiras, aunque se “venden” mejor.
Las ideologías “cuelan” mejor
mezclando “churras y merinas”, no conviene poner la cosa demasiado fácil al
entendimiento. De la infraestructura económica surgen la ideología y los
valores que la legitiman, y no al revés, aunque frecuentemente se afirme lo
contrario.
La ideología liberal defiende una
concepción meritocrática de la sociedad, según la cual la sociedad se
estratificaría en función del mérito de cada persona, y sostiene que es justo
que así sea, lo cual justificaría sin más las desigualdades y diferencias
sociales existentes.
Pero la ideología liberal también
defiende la democracia política formal, según la cual la dirección política de
la sociedad se encomendaría a los elegidos por la voluntad de la mayoría de los
ciudadanos votantes, lo cual aún deja un amplio margen de aplicación de la
meritocracia en las funciones públicas, y otros tipos de cargos, o mejor aún,
en todo tipo de cargos.
El problema radica en la definición
de lo que se entiende como “mérito”. Inevitablemente, adjudicar mérito requiere
comparar las múltiples competencias de cada persona con las de las demás, y
llegar a saber quién “aporta” más a la sociedad. Esto nos conduce a otro problema
de clarificación: ¿quién aporta más de qué?...¿bienestar, riqueza, bondad,
justicia, sabiduría, virtud, esfuerzo, formación, educación, experiencia,
creatividad, inteligencia…?
A todo ello se podría contestar que
el proceso es “automático”, y que quien tiene más mérito, tiene más éxito.
Pero, en definitiva ¿qué se entiende por “éxito”, o “fracaso”, o “felicidad”…?
En la vida real es difícil definir y medir tales conceptos.
La ideología liberal elige una unidad
de medida del mérito: el dinero. Lo cual nos lleva a otro problema, ya que el
dinero se puede obtener de varios (no muchos…) modos, maneras y formas, no
todos igualmente “meritorios”. Ello induce a omitir las cuestiones éticas
relativas a su logro u obtención, y admitir que el dinero es una medida-patrón
única y absoluta del mérito.
Lo anteriormente expuesto
justificaría además que quienes tienen dinero, mucho dinero, ostenten el poder:
es la llamada plutocracia, que se caracteriza porque el poder está en manos de
aquellas personas que tienen posiciones económicas más ventajosas, poseyendo
simultáneamente riqueza y poder.
Se “resuelve” así un círculo vicioso
y global, en el cual los plutócratas ostentan el poder de facto, los políticos gobiernan por y para ellos, y los altos
cargos funcionariales administran por su
mérito, medido como eficacia y eficiencia económica.
El problema residual y secundario
generado, colateral se podría llamar, consistente en que muchas personas no
acepten que eso sea “meritorio”, sin más consideraciones personales, sociales,
familiares, circunstanciales, éticas, etc. se intenta neutralizar
desprestigiando ante la sociedad a quienes piensen así, utilizando para ello
todos los medios al alcance que, por cierto, son muchos.
Y me temo que en ello están,
mezclando “churras y merinas”, con mentiras muy gordas, y verdades a medias,
legitimando lo injustificable. En cuestión de valores e ideología se hace cada
vez más preciso contrastar con cuidado las palabras, los conceptos y las
realidades. O sea, utilizar el pensamiento crítico, en vez del alienante
pensamiento único.
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