Es probable que las causas del escepticismo moderno sean más sociológicas que
intelectuales. La causa principal es siempre la concurrencia del
bienestar con la falta de poder. Los dueños del poder no son cínicos, porque
son capaces de imponer sus ideas. Las víctimas de la opresión no son cínicas,
porque están llenas de rencor, y el rencor, como cualquier otra pasión intensa,
implica una serie de creencias concomitantes.
Hasta el advenimiento de la
educación, de la democracia y de la producción en masa, los intelectuales
tenían en todas partes una considerable influencia sobre la marcha de las cosas
que no disminuía en absoluto aunque les cortaran la cabeza. El intelectual
moderno se encuentra en una situación completamente distinta. No le resulta difícil encontrar un empleo y buenos ingresos con tal que esté
dispuesto a vender sus servicios al estúpido rico, como propagandista o como
bufón de corte. La consecuencia de la producción en masa y de la educación
elemental es que la estupidez está más firmemente atrincherada que en ningún
otro tiempo desde el comienzo de la civilización.
El trabajo de los intelectuales es
ordenado y pagado por los gobiernos o por los ricos, cuyas aspiraciones parecen
absurdas, si no perniciosas, a los intelectuales en cuestión. Pero una pizca de
cinismo les permite ajustar sus conciencias a la situación. Existen,
ciertamente, algunas actividades en las cuales los poderes existentes desean
una obra absolutamente admirable: la principal es la ciencia, y la segunda es
la arquitectura pública. Pero si la educación de una persona ha sido literaria,
como es todavía el caso muy a menudo, ésta se encuentra , a los veintidós años,
con una considerable preparación que no puede emplear de ninguna manera que le
parezca importante. Las personas de ciencia no son cínicas ni siquiera en
Occidente, porque pueden emplear sus mejores dotes con entera aprobación de la
comunidad, pero en esto son excepcionalmente afortunados entre los
intelectuales modernos.
Si este diagnóstico es acertado, el
cinismo moderno no se puede curar con la simple prédica. La cura se producirá
solamente cuando los intelectuales logren dar con una ocupación que dé cuerpo a
sus impulsos creadores.
Pero ha de haber para ello una
educación más real que la que por lo común se da en nuestros días, y ha de haber una educación que tenga en
cuenta los verdaderos valores culturales y no sólo el deseo utilitario de
producir tantos productos que nadie tenga tiempo de disfrutarlos.
No se consiente a una persona que
practique la medicina a menos que sepa algo del cuerpo humano, pero se
consiente a un financiero que opere libremente sin el menor conocimiento de los
múltiples efectos de sus actividades, con la única excepción del efecto que
tengan sobre su cuenta bancaria. ¡Qué agradable sería un mundo en el que no se
permitiera a nadie operar en la bolsa a menos que hubiese pasado un examen de
economía y poesía griega, y en el que los políticos estuviesen obligados a
tener un sólido conocimiento de la historia y de la novela moderna!
La causalidad en el mundo actual es
más compleja y remota en sus ramificaciones que nunca debido al crecimiento de
las grandes organizaciones, pero los que controlan estas organizaciones son
personas ignorantes que no conocen la centésima parte de las consecuencias de
sus actos.
Los gobernantes del mundo siempre han
sido estúpidos, pero nunca en el pasado fueron tan poderosos como lo son ahora.
Por tanto, es más importante que nunca dar con algún sistema para asegurarnos
de que sean más inteligentes.
Russell, Sobre el cinismo de la juventud, (1929)
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