Hace
poco más de cuatro siglos, el 1 de septiembre de 1596, una flotilla “pirata”
apareció frente a Bermeo con intención de tomar la villa y saquearla, pero no
lo consiguió, tal y como se explica a continuación. En la retirada, desolaron la isla
de Izaro y el monasterio franciscano que allí se ubicaba.
Las
tradiciones populares culpaban al corsario Francis Drake de tal “hazaña”, pero
Drake no estuvo allí, entre otras cosas porque ya había muerto. Fueron
hugonotes franceses con base en La Rochelle los ejecutores de tamaña acción,
propia de aquella época, aunque con triste resultado para algunos de ellos, como luego se verá.
Sir Francis Drake (1540-1596) navegó desde joven al Caribe, Centroamérica y
Sudamérica saqueando barcos y poblaciones españolas. Entre 1577 y 1580
circunvaló América, llegando hasta California y desde allí, por las islas
Molucas y el Cabo de Buena Esperanza regresó a Inglaterra.
En
1585 tomó Santo Domingo, y a la vuelta de aquella expedición llevó a Gran
Bretaña los primeros ejemplares de tabaco y patatas. En 1587 atacó las costas
españolas, incendiando la flota que se encontraba en Cádiz y robando su
cargamento. Como respuesta a la protesta española por este ataque, la reina
Isabel de Inglaterra le otorgó el título de “Sir”, sobre el mismo puente de su propio navío.
Al
año siguiente luchó contra la Armada Invencible como Vicealmirante y en 1589, con
una potente escuadra y 20.000 hombres, atacó la ciudad de A Coruña. En 1595 fue
nombrado Almirante, partiendo en la que sería su última expedición a América,
donde murió en Portobelo, en la costa de Panamá, el 28 de enero de 1596.
Respecto
a los hugonotes, ese es el nombre que se dio en Francia a los protestantes a lo
largo de los siglos XVI, XVII y XVIII. El protestantismo calvinista inició su
penetración en Francia hacia 1520. Las tensiones entre católicos y protestantes
fueron creciendo hasta que en 1562 estalló en Francia la primera guerra civil
de las llamadas guerras de religión, de las que hubo ocho, hasta que en 1598 se
firmó el Edicto de Nantes que puso fin a este sangriento conflicto político y
religioso, garantizando la libertad religiosa para protestantes y católicos. A
lo largo de los años siguientes se reiniciaron las persecuciones y en 1685 se revocó el
Edicto de Nantes, por lo que millares de hugonotes tuvieron que huir a
otros países de centro y norte Europa y a Norteamérica.
Volviendo
al 1 de septiembre de 1596, domingo, ese día una flotilla de corsarios
franceses e ingleses se presentó de madrugada en la bocana del puerto de
Bermeo. Varios cientos de mosqueteros y arcabuceros desembarcaron en cuatro
gabarras y dos lanchas, y llevaron a cabo un ataque por tierra, iniciando el
asalto a la villa de Bermeo.
En
esa época Bermeo estaba rodeado de murallas, a excepción del puerto, donde se
centró el ataque. En el interior del recinto amurallado se encontraba una población
arruinada por los incendios y muy disminuida por las continuas levas forzosas
de hombres que la corona española había ido realizando a lo largo del siglo
XVI.
En
cuanto los vecinos se percataron del ataque, empezaron a repicar las campanas y
acudieron los apenas doscientos hombres que quedaban en la villa con sus
arcabuces y armas ligeras. En el puerto se enfrentaron a los atacantes,
consiguiendo cerrar las puertas de las murallas y en pocas horas, ante la
imposibilidad de saquear la villa y viendo que los sitiados empezaban a recibir
refuerzos de otras poblaciones vecinas, los corsarios se retiraron a la bocana
donde les esperaban seis navíos de gran calado.
La
flota corsaria se sintió segura en mar abierto y una de sus naves, separándose del
resto de la flotilla, se dirigió a la isla de Izaro donde, desde 1422, se
levantaba un convento de frailes franciscanos. Los atacantes, identificados por los
cronistas de la época como “herejes”, desembarcaron en la isla y la saquearon.
El
convento siguió la misma suerte que sus frailes. Destruyeron, quemaron y saquearon los
edificios, aunque sin conseguir destruirlo todo, ya que no lograron quemar la
iglesia ni el claustro. Los atacantes, hugonotes o protestantes franceses,
llevaban más de treinta años enfrentándose a los católicos en ese país y viceversa, cosa entonces común en casi toda Europa.
Cuando
los que atacaron el convento de Izaro volvieron a su navío y se
hicieron a la mar, fueron arrastrados, no se sabe si por una repentina galerna
o por las corrientes, hacia la costa de Mundaka, estrellándose contra las
rocas y hundiéndose en ese lugar, a la vista de los hombres que habían acudido a
defender las costas del Señorío de Bizkaia. Murieron todos los tripulantes del navío, a
excepción del grumete, que consiguió llegar a nado a tierra.
Pero Francis
Drake no dirigió este ataque contra la costa de Bizkaia y se
desconoce el nombre de los corsarios que participaron en la expedición, sólo se
sabe que la flotilla tenía su base en el puerto francés de La Rochelle, que era villa hugonote.
El
convento franciscano de la isla de Izaro no se repuso totalmente del saqueo, y aunque se reconstruyó, fue
abandonado en 1719.
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