El hecho es que los gobiernos pagan
sus deudas si les interesa hacerlo, pero no de otro modo. Un individuo
encuentra conveniente ser honesto en tanto quiera pedir nuevos préstamos y
obtenerlos, pero cuando ha agotado su crédito, le puede resultar más ventajoso
escaparse. Un gobierno está respecto de sus súbditos en una posición distinta
de aquella en que se halla respecto de otros países. Sus súbditos están a su
merced, y por tanto no tiene motivos para ser honesto con ellos a menos que
desee volver a pedirles prestado. Cuando ya no hay más esperanza de préstamo
interno, el permitir que la moneda se devalúe, enjugando así toda la deuda
interna, compensa a un país. Pero la deuda exterior es harina de otro costal.
Son pocas las naciones en condiciones de afrontar cosas de este tipo y por lo
tanto la mayoría de los países es prudente en lo tocante a la deuda externa
(…).
Cuando interesa a un gobierno
devaluar su moneda o cancelar sus deudas, lo hace. Algunas naciones, es cierto,
alborotan mucho en torno a la importancia moral de pagar las deudas, pero son
naciones acreedoras. Y que las naciones deudoras les escuchen se debe a su
fuerza, y no a una convicción ética (…).
Parece un tópico decir que el dinero
sólo es útil porque puede cambiarse por mercancías, y sin embargo hay pocas
personas para las que esto sea cierto, tanto emocional como racionalmente (…).
Puesto que las finanzas representan
la riqueza, hay una tendencia en los ricos a seguir la dirección de los
banqueros y financieros. Pero en realidad, los intereses de los banqueros son
opuestos a los intereses de los industriales (…).
En todo el mundo, los intereses de
las finanzas en los años recientes han
sido opuestos a los intereses públicos en general. No es probable que este
estado de cosas cambie por sí solo. No es probable que una comunidad moderna
prospere si sus asuntos financieros son conducidos teniendo en cuenta
únicamente los intereses de los financieros, sin considerar los efectos sobre
el resto de la población. Cuando éste es el caso, no es prudente dejar que los
financieros persigan desenfrenadamente su beneficio privado (…).
El resultado es una creciente
necesidad de intervención gubernamental en las finanzas. Sería necesario
considerar las finanzas y la industria como formando un conjunto (…). Las
finanzas son más poderosas que la industria cuando ambas son independientes,
pero los intereses de la industria se aproximan más a los de la comunidad que
los intereses de las finanzas. Ésta es
la razón por la que el mundo ha llegado a este extremo: el excesivo poder de
las finanzas (…).
El ciudadano ordinario se queda mudo
de espanto cuando le hablan en toda esa jerga. Siente que cualquiera que pueda
hablar con sospechosa facilidad de tales materias debe de ser muy sabio, y no
se atreve a preguntar qué dice (…). Esta situación de incomprensivo respeto por
parte del público en general es
exactamente lo que necesita el financiero para que la democracia no le ate las
manos. Tiene, por supuesto, muchas otras ventajas en sus relaciones con la
opinión pública. Siendo inmensamente
rico, puede fundar universidades y asegurarse de que la parte más influyente de
la opinión académica le esté sometida (…). Poseedor del poder económico, puede
distribuir la prosperidad o la ruina a naciones enteras, según se le antoje
(…). Es un hecho notable que, a pesar de la importancia de la economía para
cualquier persona, la materia casi nunca se enseña en las escuelas, y aun en
las universidades la estudia sólo una minoría. Además, esa minoría no aprende
estas cuestiones como las aprendería si no hubiese intereses políticos en
juego. Hay unas cuantas instituciones en que se enseña sin finalidad
plutocrática, pero son muy pocas. En general este tema se enseña siempre para
mayor gloria del “statu quo” económico (…).
En las finanzas, como en la guerra,
casi todos aquellos que tienen capacidad técnica tienen también propensiones
contrarias a los intereses de la comunidad (…). Exactamente lo mismo ocurre con
las finanzas. Casi nadie sabe nada acerca de ellas, excepto quienes se dedican
a obtener dinero del actual sistema y que, naturalmente, no pueden adoptar
puntos de vista completamente imparciales. Sería necesario, para resolver esta
situación, que las democracias del mundo tomaran conciencia de la importancia
de las finanzas y buscaran la manera de simplificar sus principios para que
fueran ampliamente comprendidos. Hay que admitir que ello no es fácil, pero no
creo que sea imposible. Uno de los impedimentos para el éxito de la democracia
en nuestra época es la complejidad del mundo actual, que hace cada vez más
difícil para la persona ordinaria formarse una opinión inteligente sobre
cuestiones políticas, e incluso decidir quién es la persona cuyo juicio experto
merece el mayor respeto. El remedio de ese mal está en mejorar la educación, y
en dar con modos de explicar la estructura de la sociedad más fáciles de
entender que los empleados actualmente. Todo creyente en la democracia efectiva
debe estar a favor de esta reforma.
B. Russell, El Midas moderno, 1932
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