Existe una descripción del impacto de
la clase capitalista en unos términos que podrían aplicarse hoy a la
Organización Mundial del Comercio (OMC):
Ha hecho de la dignidad personal un
simple valor de cambio. Ha sustituido las numerosas libertades escrituradas y
adquiridas por la única y desalmada libertad de comercio. (…) Todas las
relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas
veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen añejas antes de
llegar a osificarse. Todo lo estamental y estancado se esfuma; todo lo sagrado
es profanado.
(Karl Marx y Friedrich Engels, El Manifiesto Comunista, 1848.)
Los defensores de la OMC rechazarían términos
cargados de juicios de valor como “desalmada”, pero aparte de eso aceptarían
esta descripción de lo que intentan lograr. Que el libre comercio es un
objetivo de importancia prioritaria está implícito en las decisiones de los
grupos especiales de la OMC. También estarían de acuerdo con que un libre
mercado global acabaría con el “cortejo de creencias y de ideas veneradas
durante siglos” y considerarían esto algo bueno, porque esas creencias limitan
el uso de la creatividad individual que beneficia tanto al productor que innova
como a los consumidores que pueden sacar ventaja de ello.
Ya aceptemos o rechacemos la idea de
que la globalización económica es buena, podemos preguntarnos si hay formas de
hacer que funcione mejor, o menos mal. Incluso aquellos que aceptan el
argumento general a favor de los beneficios económicos de un mercado libre
global deberían preguntarse hasta qué punto puede funcionar bien un mercado
libre global en ausencia de una autoridad global que establezca niveles mínimos
en cuestiones como el trabajo infantil, la seguridad en el trabajo, el derecho
a constituir sindicatos, y a la protección del medio ambiente (…).
(…) Si una élite dominante no se
preocupa de la clase obrera, o de la gente de una región particular de su
territorio , puede no tener en cuenta el coste que para esas personas supone
contaminar el aire o el agua, ni la cuestión de trabajar largas horas por poco
salario. Los países gobernados por esas élites pueden tener una ventaja
competitiva sobre otros que proporcionen unas condiciones mínimas a sus
trabajadores:
Una proporción cada vez cada vez mayor de la
producción mundial emigra a países que
hacen peor la contabilidad de costes, lo que es una receta segura para reducir
la eficiencia de la producción global.
(H.
Daly, Globalizations and its Discontents,
2001.)
El resultado es que el nexo entre el
bienestar humano y el crecimiento de la economía global, incompleto en el mejor
de los casos, se erosionará más aún.
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