La inmensa mayoría de las relaciones son tangenciales, se trata con personas de una manera relativamente automática, pero surge de vez en cuando algo profundamente distinto. Cuando el encuentro rigurosamente personal tiene plenitud, constituye algo así como una revelación. (…)
El descubrimiento de la persona es
inagotable, envuelve un proceso rigurosamente interminable. Si se lo da por
concluso, si se siente el “ya sé”, es que ha terminado la vivencia del otro
como rigurosamente personal. Es la causa de la disolución o degeneración de las
relaciones que exigen el mantenimiento de la tensión argumental, y que por eso
son incompatibles con el aburrimiento, cuyo poder destructor suele
desconocerse. (…)
Hay casos en que se siente por una
persona una ilusión pasajera, que se extingue pronto, sin que haya propiamente
decepción. A veces se encuentra a una persona que aparece con un carácter
ilusionante. La atención se vuelve hacia ella con complacencia, pero esa
curiosidad, ese deseo de asistir a su vida se disipa pronto. ¿Por qué? No es
que esa persona nos haya defraudado, nos haya hecho una mala impresión, no nos
parezca estimable. Es más bien que hemos empezado a acompañarla en una
trayectoria vital que ella ha abandonado apenas iniciada, o que no puede ser
nuestra, no podemos asociarnos a ella. Sentimos una vaga nostalgia de algo que
no ha existido, que no hemos poseído. Tenemos la impresión de que esa persona
podría haber seguido esa trayectoria que nos ilusionó un momento, o acaso
hubiésemos podido, en otras circunstancias, asociarnos a ella; pero de hecho no
ha ocurrido así y nos quedamos con la mera posibilidad de una relación personal
que no llegó a existir.
Hay otra posibilidad en que la
ilusión también interviene, y que tiene mayor alcance. A veces hemos sentido
ilusión real por una persona que ya no nos la inspira. Tal vez por
envejecimiento, pérdida de proyección, estrechamiento del horizonte vital; o
bien por cualquier forma de cosificación, por ambición, afán de éxito, versión
exclusiva hacia las cosas, invasión del prosaísmo. Pero recordamos la persona
que ha sido, y la asociamos a la que vimos y vivimos con ilusión en otro
tiempo. Tenemos una curiosa ilusión por la persona pasada, no por la actual,
que no la deja renacer. Y vemos con nostalgia la pretérita, que sigue
perteneciendo a la memoria de nuestro mundo personal, estorbada por la actual y
viviente, que destruye la ilusión. (…)
Y si se considera una larga relación,
que abarca varias edades de sus miembros, se ve que puede haber épocas de
entorpecimiento o decaimiento, de disminución de la tensión argumental, pero
también esos rebrotes o renacimientos, en que se descubre la novedad de una
persona a la que se daba por bien conocidas y acaso conclusa, y que de pronto
manifiesta un escorzo vital con el que no se contaba, y que hace posible una
nueva etapa descubridora.
Esta condición argumental es la
decisiva. Hay personas que la mantienen a lo largo de toda la vida, incluso en
la extrema vejez cuando no va acompañado de deterioro psicofísico; pero hay
casos en que se produce, frecuentemente en la edad madura, una reducción de los
proyectos, casi siempre por simplificación o exclusivismo.
Julián Marías (1914 – 2005)
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