Quien imagine que la alabanza y la
censura no son motivos suficientes para hacer que los hombres se mantengan
dentro de las opiniones y las reglas establecidas para todos los que con ellos
conviven, no parece tener muchos conocimientos sobre la naturaleza o la
historia de los hombres, pues entre ellos se puede encontrar que, en una gran
mayoría, se gobiernan fundamentalmente, si no exclusivamente, por esa ley
establecida en ese momento, de tal manera que hacen aquello que les proporcione
una buena reputación entre sus compañeros, sin tener demasiado en cuenta las
leyes de Dios o de los magistrados. (...)
Nadie puede evitar el castigo de la
censura y el desagrado que inevitablemente se impone a aquel que va contra las
modas y las opiniones de su sociedad, entre la que desea ganar reputación. Ni
existe uno solo, entre diez mil, lo suficientemente duro e insensible para
soportar el desagrado continuo y la condena social de sus propios compañeros.
Muy extraña e insólitamente tiene que estar formado aquel que se contente con
vivir un descrédito constante y en la desgracia de su sociedad particular.
John Locke (1632-1704), Ensayo sobre el entendimiento humano.
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