Desde que llegaron las grandes
cadenas de librerías, Internet incluido, las pequeñas librerías con encanto han
ido desapareciendo, como las tiendas del barrio, y con ellas el consejo experto
y el amor por los libros. Desde hace años, un viacrucis de pena y de nostalgia.
Y encima, la engañosamente llamada “crisis”. Definitivamente, ganar dinero es
una cosa, amar y entender de libros otra bien distinta.
Una vez más, unos días en Salamanca.
Siempre hay algo interesante que ver o hacer en esa histórica, monumental,
universitaria y maravillosa ciudad. Esta vez, de callejeo, he podido ver una
librería de esas que ya no quedan. Se llama La Nave. Es pequeña y a dos bandas.
Me explico. Ni ancha ni profunda, con libros antiguos a la derecha y joyas de
autor a la izquierda. O sea: todo allí son joyas. Pequeña librería, innovadora
y con encanto. Adentro pues.
Su dueño, atento y entendido, como bien hemos podido comprobar. Tras fisgar y ojear un buen
rato por la banda derecha, la de los libros, con harto dolor de corazón, por
aquello de que todo no se puede, ha sido preciso elegir, para luego dirigirse
al mostrador con varios libros de segunda mano y uno nuevo. No sólo estaba
nuevo, era nuevo, de reciente publicación. Viendo los libros elegidos, ha
preguntado amablemente si yo era profesor de filosofía. Le he dicho que no, y
tras decirle mi profesión, le he comentado algo sobre las “aficiones” que me hacían
estar presente allí, eligiendo aquellos tomos y temas. La verdad es que nunca
me ha convencido una tajante separación, que no he seguido en la vida: Ciencias
o Letras. Me ha dicho que era licenciado en Filosofía, y que uno de los libros
por mí elegidos, el nuevo precisamente, lo había escrito él en persona como
trabajo de su master en Filosofía.
Una breve conversación nos ha llevado
lejos, aunque rápido, hasta los acuerdos
de Bolonia, y los cambios originados en los estudios universitarios por
esa causa, que no razón. En algunos
casos, como el de las Humanidades, sería más adecuado hablar de reducción,
incluso eliminación o similar. Tras “el qué” y “el cómo”, han venido “el por
qué” y “para qué”, a cuyo respecto ha comentado: “Por qué lo hacen, eso está
muy claro”. También creo que está muy claro, así que no hemos seguido con el
tema. Creo que hubiésemos coincidido. Nos ha regalado uno de los libros
elegidos, y tras pagar, nos hemos despedido hasta otra ocasión.
He leído por encima su trabajo, lo
leeré con más calma. Es un excelente trabajo sobre Foucault y el poder. Ahora me
resulta evidente lo que él tenía claro. Sí, creo que estamos de acuerdo en ese
tema.
Los acuerdos de Bolonia han sido una
ocasión utilizada y aprovechada para poner la Universidad al servicio, no del
saber y del conocimiento, sino de empresas, corporaciones, e instituciones
varias. Con la “excusa” de la necesidad del empleo y de la utilidad social, así
como las requeridas homologaciones internacionales, se legitiman valores e
ideologías. El poder quiere personas que sepan “cómo” lograr “lo que” se manda,
sin preguntar “por qué”, “para qué”, o “para quién”. Interesan los
profesionales prácticos. Del “qué” se encargan otros. Se quiere gente
“formada”, eficiente y productiva, no pensadora, ni crítica. Empleados competitivos,
no solidarios. Que trabajen en equipo. En el suyo, claro está.
Ya no abundan ni las librerías ni las
personas así. Son “especies” en peligro de extinción, pero no por ello
protegidas, faltaría más. Nos gustaría volver. John Stuart Mill me espera en un
libro encuadernado en cuero azul, que no he comprado esta vez.
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