jueves, 23 de enero de 2014

Información digna o dignidad informativa.





Antes de nada es necesario colocarse en lo que es el centro del debate: la información. Y la información es un bien. Los seres humanos convivimos y nos comunicamos. Y quien posee los medios para transmitir información o hacer que dicha información pase de unos manos a otras está haciendo uso de un bien que, en principio, es a compartir. Desde esta perspectiva, y sin olvidar nunca el contexto en el que estamos situados, y que remite a un tipo de sociedad que sólo mejorará si se producen cambios políticos relevantes, hay ciertos topes o niveles que tendrían que ser las referencias esenciales a cualquier informador. (…)

No se trata de vivir atrincherado. Pero sí es necesario mantener una postura firme cuando lo que se pone en juego es la propia dignidad. Porque la dignidad no tiene nada de metafísico. Es, más bien, una conquista histórica ligada a la autonomía humana.
Llegados a este punto nos podríamos preguntar lo siguiente: ¿no es la gente tonta y está de más cualquier esfuerzo en el sentido moral propuesto? La frase suena, sin duda, dura. Pero no baladí. Se la han planteado y se la plantean, directa o indirectamente muchos. Es obvio que la pregunta ha de ser autocrítica y, por tanto, todos hemos de englobarnos en el concepto “gente”. (…)

El periodista informador, por su parte, debería preguntarse también cómo juzga él la comunidad a la que se dirige. Naturalmente que diferenciará entre comunidades y su nivel de desarrollo. Ahora bien, incluso en aquellas sociedades en las que el grado de culturización es relativamente alto, la pregunta continúa en el aire. (…) El conocimiento en general mantiene un nivel ridículamente bajo en comparación con las posibilidades al alcance del consumidor de cultura.

¿Qué decir, entonces? Permítasenos una respuesta desde el campo de la moral y no desde los tests, más o menos rigurosos, de inteligencia. Y desde la moral lo que hay que decir es que el planteamiento está viciado. ¿Por qué? Porque la única manera verdaderamente moral de aproximarnos a cualquier ser humano es desde la perspectiva del respeto. (…) O lo que es lo mismo, sea la que sea la media de la humanidad en cuanto a sus capacidades cognitivas o volitivas, no hay más remedio que encararnos con los demás considerándolos como a uno mismo. Y uno, si se estima a sí mismo, no es que se considere un genio pero, no obstante, se contempla como un sujeto de derechos; y, por tanto, como alguien con habilidades, posibilidades de aprender y, en potencia, un perfecto ser humano.

Sádaba, J. La vida en nuestras manos, 2000.
 
 

 

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