domingo, 18 de octubre de 2015

Deporte, valores e idiosincrasia.



 
 
Se han desarrollado con furia inconsciente innumerables frivolidades y ejercicios. No  es que yo censure la práctica de algunos juegos de palmaria eficacia educadora. Usados con prudencia y mesura, durante la adolescencia y juventud, robustecen el sistema muscular, agudizan la vista, dan aplomo y serenidad ante el peligro y, en fin, desarrollan el espíritu de cooperación, solidaridad y compañerismo. Lo que fustigo es la frenética exageración. Y deploro la idolatría del público hacia ciertos campeones afortunados, consagrándoles como héroes, sin reparar en que no se contentan con sencillas coronas de laurel u otras distinciones honoríficas, sino con los opulentos honorarios del profesionalismo. Y el mal ejemplo cunde. Todos aspiran a ser profesionales bien remunerados.
Es de ver cómo la chiquillería convierte en palenques de balompié todas las plazas y calles anchurosas y cómo los aficionados entusiastas se extasían ante las fotografías de los “ases”. Defecto incorregible es la imitación de todas las frivolidades extrañas, verdaderas excrecencias parásitas de la civilización universal. Suponemos, ilusos, que a la práctica de esos deportes deben los pueblos anglosajones su supremacía. Y nos olvidamos de sus altos valores morales e intelectuales. Y esos valores, ambición, perseverancia, laboriosidad, patriotismo, disciplina, combatividad espartana, etc., no se enseñan en los estadios sino en las escuelas y colegios.
En el carácter tenaz y perseverante de los anglosajones influyen más los grandes ejemplos de su historia, y en el fondo del alma inglesa late una energía heroica, a prueba de fracasos y contrariedades. El denuedo y altivez ingleses comienzan en las enseñanzas de las “nurses” y terminan con la disciplina mental de los “Colleges”, que son escuelas de energía y emulación.
Durante mis visitas a Inglaterra he tenido ocasión de conversar con sabios insignes acerca de la posible influencia intelectual de los deportes y he sabido, como ya presumía, que de los deportistas fogosos y perseverantes no ha salido ningún entendimiento de primer orden. Los sabios, los políticos enérgicos y clarividentes y los grandes industriales , muchos de ellos educados en Oxford y Cambridge, sedes de las competiciones deportivas, cuidaron más, durante la adolescencia y juventud, de hipertrofiar y diferenciar sus neuronas que de robustecer los músculos y ampliar la caja torácica.
Y lo peor es el arrollador estímulo causado por los triunfadores sobre los débiles e insuficientes. Los deportes físicos, no deben encaminarse a producir “ases”, de pujanza excepcional, sino a elevar prudentemente la robustez del promedio, vivero de luchadores en las contiendas pacíficas del trabajo social.
(Santiago Ramón y Cajal, Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1906, texto parcial escrito en 1934)
 
 
 
 
 

 

sábado, 3 de octubre de 2015

Antipatías y enemistades.





Somos algo responsables del encono o aversión de algunas otras personas. La hostilidad activa o pasiva de los demás representa, a menudo, el reflejo de nuestros defectos. Peligroso es proclamar verdades amargas, pero ¿estamos bien seguros de que, dulcificadas con bondadosa indulgencia, no habrían sido mejor toleradas y acaso agradecidas? ¿Hemos disimulado contrariedades y displicencias en momentos que pedían comprensión, simpatía y cordialidad? ¿No habremos regateado algún elogio merecido? ¿Hemos cumplido diligentes con los deberes de la cortesía? ¿Estamos seguros de haber acudido solícitos y generosos al hogar de compañeros contristados o abatidos por desgracias de familia, o reveses de fortuna? ¡Son tantas las faltas imputables al carácter, la pereza, al mal humor o la excesiva absorción en el trabajo obsesionante!...Ellas explican o excusan antipatías y enemistades.
Hay un fondo de razón en quienes afirman que los viejos son incomprendidos por los jóvenes. Es que vivimos en capas sociales diferentes, y adoptamos actitudes contrapuestas. Como atravesamos fases evolutivas diferentes, la diversa arquitectura cerebral estorba la mutua intelección. Les hablan de una cosa absurda e inútil: la experiencia. Pero no exageremos, muchas son las excepciones. Todos, además, conocemos jóvenes mentalmente viejos y ancianos seductoramente jóvenes.
(Santiago Ramón y Cajal, Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1906, texto parcial escrito en 1934)