lunes, 30 de abril de 2018

Las mejores personas son vulnerables.




“Las mejores personas 
poseen 
sensibilidad 
para la belleza, 
valor 
para enfrentar riesgos, 
disciplina 
para decir la verdad, 
capacidad 
para sacrificarse. 
Irónicamente, 
estas 
virtudes 
los hacen 
vulnerables; 
frecuentemente 
se les lastima, 
a veces 
se les destruye.”

~ Ernest Hemingway 
(1899-1961)
Premio Pulitzer, 1953.
Premio Nobel de Literatura,1954.



sábado, 21 de abril de 2018

Másteres.





1.
Cuando surge el envite de un
impulso,
sin poder evitarlo, se
produce.
Que es natural, atávico e
insulso,
de este hecho, sin duda, se
deduce.

2.
No se le altere a nadie aún el
pulso.
La Voluntad controla, y hasta
induce:
Si la Ética y Moral dicen:
'Repulso',
a terreno permitido
reconduce.

3.
'Harina de otro costal' son otros cursos,
llamados ahora 'máster' a
menudo
por dar prosopopeya a los
discursos
y en el CV quedan
macanudo.

4.
Para estudiantes, el máster es posgrado,
lo que antes era la
licenciatura,
necesario para hacer el
doctorado,
ser alguien en la vida...,
¡criatura!.

5.
Para algunos personajes es
listura,
digamos que son algo de su
agrado,
para lucir mejor su alta
cultura,
y quedar bien con todo el que está
al lado.

6.
Para algunos hay cursos
especiales,
supongo que serán dignos de
ellos,
porque se meten en
berenjenales,
bien hundidos hasta los
cabellos.

7.
Mas no pueden tomarse como
tales,
por mucho que figuren en
papeles,
pues tienen condiciones
anormales,
para ponerlos con los
oropeles.

8.
No se aplican al resto de
mortales,
sería caso de locura
hacerlo,
y sirven para limpiar los
cristales,
hasta dejarlos que dé gloria
verlo.

9.
Títulos en cajón son
inmortales,
evitan de este modo que se
pierdan,
no sirven para mejoras
mentales,
a tope inflan sus Egos y se
enmierdan.

10.
En realidad son másteres
virtuales.
Cuando opositan al
funcionariado,
mejoran sus currículos
vitales.
Y luego engañan al
electorado.

@fga51

martes, 17 de abril de 2018

Immanuel Kant ~ ¿Qué es la Ilustración?




Immanuel  Kant.

Respuesta a la pregunta:
¿Qué es la Ilustración?

La ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad. Él mismo es culpable de ella. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la ilustración. La mayoría de los hombres, a pesar de que la naturaleza los ha librado desde tiempo atrás de conducción ajena (naturaliter maiorennes), permanecen con gusto bajo ella a lo largo de la vida, debido a la pereza y la cobardía. Por eso les es muy fácil a los otros erigirse en tutores. ¡Es tan cómodo ser menor de edad! Si tengo un libro que piensa por mí, un pastor que reemplaza mi conciencia moral, un médico que juzga acerca de mi dieta, y así sucesivamente, no necesitaré del propio esfuerzo. Con sólo poder pagar, no tengo necesidad de pensar: otro tomará mi puesto en tan fastidiosa tarea. Como la mayoría de los hombres (y entre ellos la totalidad del bello sexo) tienen por muy peligroso el paso a la mayoría de edad, fuera de ser penoso, aquellos tutores ya se han cuidado muy amablemente de tomar sobre sí semejante superintendencia. Después de haber atontado sus reses domesticadas, de modo que estas pacíficas criaturas no osan dar un solo paso fuera de las andaderas en que están metidas, les mostraron el riesgo que las amenaza si intentan marchar solas. Lo cierto es que ese riesgo no es tan grande, pues después de algunas caídas habrían aprendido a caminar; pero los ejemplos de esos accidentes por lo común producen timidez y espanto, y alejan todo ulterior intento de rehacer semejante experiencia.
Por tanto, a cada hombre individual le es difícil salir de la minoría de edad, casi convertida en naturaleza suya; inclusive, le ha cobrado afición. Por el momento es realmente incapaz de servirse del propio entendimiento, porque jamás se le deja hacer dicho ensayo. Los grillos que atan a la persistente minoría de edad están dados por reglamentos y fórmulas: instrumentos mecánicos de un uso racional, o mejor de un abuso de sus dotes naturales. Por no estar habituado a los movimientos libres, quien se desprenda de esos grillos quizá diera un inseguro salto por encima de alguna estrechísima zanja. Por eso, sólo son pocos los que, por esfuerzo del propio espíritu, logran salir de la minoría de edad y andar, sin embargo, con seguro paso.
Pero, en cambio, es posible que el público se ilustre a sí mismo, siempre que se le deje en libertad; incluso, casi es inevitable. En efecto, siempre se encontrarán algunos hombres que piensen por sí mismos, hasta entre los tutores instituidos por la confusa masa. Ellos, después de haber rechazado el yugo de la minoría de edad, ensancharán el espíritu de una estimación racional del propio valor y de la vocación que todo hombre tiene: la de pensar por sí mismo. Notemos en particular que con anterioridad los tutores habían puesto al público bajo ese yugo, estando después obligados a someterse al mismo. Tal cosa ocurre cuando algunos, por sí mismos incapaces de toda ilustración, los incitan a la sublevación: tan dañoso es inculcar prejuicios, ya que ellos terminan por vengarse de los que han sido sus autores o propagadores. Luego, el público puede alcanzar ilustración sólo lentamente. Quizá por una revolución sea posible producir la caída del despotismo personal o de alguna opresión interesada y ambiciosa; pero jamás se logrará por este camino la verdadera reforma del modo de pensar, sino que surgirán nuevos prejuicios que, como los antiguos, servirán de andaderas para la mayor parte de la masa, privada de pensamiento.
Sin embargo, para esa ilustración sólo se exige libertad y, por cierto, la más inofensiva de todas las que llevan tal nombre, a saber, la libertad de hacer un uso público de la propia razón, en cualquier dominio. Pero oigo exclamar por doquier: ¡no razones! El oficial dice: ¡no razones, adiéstrate! El financista: ¡no razones y paga! El pastor: ¡no razones, ten fe! (Un único señor dice en el mundo: ¡razonad todo lo que queráis y sobre lo que queráis, pero obedeced!) Por todos lados, pues, encontramos limitaciones de la libertad. Pero ¿cuál de ellas impide la ilustración y cuáles, por el contrario, la fomentan? He aquí mi respuesta: el uso público de la razón siempre debe ser libre, y es el único que puede producir la ilustración de los hombres. El uso privado, en cambio, ha de ser con frecuencia severamente limitado, sin que se obstaculice de un modo particular el progreso de la ilustración. Entiendo por uso público de la propia razón el que alguien hace de ella, en cuanto docto, y ante la totalidad del público del mundo de lectores. Llamo uso privado al empleo de la razón que se le permite al hombre dentro de un puesto civil o de una función que se le confía. Ahora bien, en muchas ocupaciones concernientes al interés de la comunidad son necesarios ciertos mecanismos, por medio de los cuales algunos de sus miembros se tienen que comportar de modo meramente pasivo, para que, mediante cierta unanimidad artificial, el gobierno los dirija hacia fines públicos, o al menos, para que se limite la destrucción de los mismos. Como es natural, en este caso no es permitido razonar, sino que se necesita obedecer. Pero en cuanto a esta parte de la máquina, se la considera miembro de una comunidad íntegra o, incluso, de la sociedad cosmopolita; en cuanto se la estima en su calidad de docto que, mediante escritos, se dirige a un público en sentido propio, puede razonar sobre todo, sin que por ello padezcan las ocupaciones que en parte le son asignadas en cuanto miembro pasivo. Así, por ejemplo, sería muy peligroso si un oficial, que debe obedecer al superior, se pusiera a argumentar en voz alta, estando de servicio, acerca de la conveniencia o inutilidad de la orden recibida. Tiene que obedecer. Pero no se le puede prohibir con justicia hacer observaciones, en cuanto docto, acerca de los defectos del servicio militar y presentarlas ante el juicio del público. El ciudadano no se puede negar a pagar los impuestos que le son asignados, tanto que una censura impertinente a esa carga, en el momento que deba pagarla, puede ser castigada por escandalosa (pues podría ocasionar resistencias generales). Pero, sin embargo, no actuará en contra del deber de un ciudadano si, como docto, manifiesta públicamente sus ideas acerca de la inconveniencia o injusticia de tales impuestos. De la misma manera, un sacerdote está obligado a enseñar a sus catecúmenos y a su comunidad según el símbolo de la Iglesia a que sirve, puesto que ha sido admitido en ella con esa condición. Pero, como docto, tiene plena libertad, y hasta la misión, de comunicar al público sus ideas —cuidadosamente examinadas y bien intencionadas— acerca de los defectos de ese símbolo; es decir, debe exponer al público las proposiciones relativas a un mejoramiento de las instituciones, referidas a la religión y a la Iglesia. En esto no hay nada que pueda provocar en él escrúpulos de conciencia. Presentará lo que enseña en virtud de su función —en tanto conductor de la Iglesia— como algo que no ha de enseñar con arbitraria libertad, y según sus propias opiniones, porque se ha comprometido a predicar de acuerdo con prescripciones y en nombre de una autoridad ajena. Dirá: nuestra Iglesia enseña esto o aquello, para lo cual se sirve de determinados argumentos. En tal ocasión deducirá todo lo que es útil para su comunidad de proposiciones a las que él mismo no se sometería con plena convicción; pero se ha comprometido a exponerlas, porque no es absolutamente imposible que en ellas se oculte cierta verdad que, al menos, no es en todos los casos contraria a la religión íntima. Si no creyese esto último, no podría conservar su función sin sentir los reproches de su conciencia moral, y tendría que renunciar. Luego el uso que un predicador hace de su razón ante la comunidad es meramente privado, puesto que dicha comunidad sólo constituye una reunión familiar, por amplia que sea. Con respecto a la misma, el sacerdote no es libre, ni tampoco debe serlo, puesto que ejecuta una orden que le es extraña. Como docto, en cambio, que habla mediante escritos al público, propiamente dicho, es decir, al mundo, el sacerdote gozará, dentro del uso público de su razón, de una ilimitada libertad para servirse de la misma y, de ese modo, para hablar en nombre propio. En efecto, pretender que los tutores del pueblo (en cuestiones espirituales) sean también menores de edad, constituye un absurdo capaz de desembocar en la eternización de la insensatez.
Pero una sociedad eclesiástica tal, un sínodo semejante de la Iglesia, es decir, una classis de reverendos (como la llaman los holandeses) ¿no podría acaso comprometerse y jurar sobre algún símbolo invariable que llevaría así a una incesante y suprema tutela sobre cada uno de sus miembros y, mediante ellos, sobre el pueblo? ¿De ese modo no lograría eternizarse? Digo que es absolutamente imposible. Semejante contrato, que excluiría para siempre toda ulterior ilustración del género humano es, en sí mismo, sin más nulo e inexistente, aunque fuera confirmado por el poder supremo, el congreso y los más solemnes tratados de paz. Una época no se puede obligar ni juramentar para poner a la siguiente en la condición de que le sea imposible ampliar sus conocimientos (sobre todo los muy urgentes), purificarlos de errores y, en general, promover la ilustración. Sería un crimen contra la naturaleza humana, cuya destinación originaria consiste, justamente, en ese progresar. La posteridad está plenamente justificada para rechazar aquellos decretos, aceptados de modo incompetente y criminal. La piedra de toque de todo lo que se puede decidir como ley para un pueblo yace en esta cuestión: ¿un pueblo podría imponerse a sí mismo semejante ley? Eso podría ocurrir si por así decirlo, tuviese la esperanza de alcanzar, en corto y determinado tiempo, una ley mejor, capaz de introducir cierta ordenación. Pero, al mismo tiempo, cada ciudadano, principalmente los sacerdotes, en calidad de doctos, debieran tener libertad de llevar sus observaciones públicamente, es decir, por escrito, acerca de los defectos de la actual institución. Mientras tanto —hasta que la intelección de la cualidad de estos asuntos se hubiese extendido lo suficiente y estuviese confirmada, de tal modo que el acuerdo de su voces (aunque no la de todos) pudiera elevar ante el trono una propuesta para proteger las comunidades que se habían unido en una dirección modificada de la religión, según los conceptos propios de una comprensión más ilustrada, sin impedir que los que quieran permanecer fieles a la antigua lo hagan así— mientras tanto, pues, perduraría el orden establecido. Pero constituye algo absolutamente prohibido unirse por una constitución religiosa inconmovible, que públicamente no debe ser puesta en duda por nadie, aunque más no fuese durante lo que dura la vida de un hombre, y que aniquila y torna infecundo un período del progreso de la humanidad hacia su perfeccionamiento, tornándose, incluso, nociva para la posteridad. Un hombre, con respecto a su propia persona y por cierto tiempo, puede dilatar la adquisición de una ilustración que está obligado a poseer; pero renunciar a ella, con relación a la propia persona, y con mayor razón aún con referencia a la posteridad, significa violar y pisotear los sagrados derechos de la humanidad. Pero lo que un pueblo no puede decidir por sí mismo, menos lo podrá hacer un monarca en nombre del mismo. En efecto, su autoridad legisladora se debe a que reúne en la suya la voluntad de todo el pueblo. Si el monarca se inquieta para que cualquier verdadero o presunto perfeccionamiento se concilie con el orden civil, podrá permitir que los súbditos hagan por sí mismos lo que consideran necesario para la salvación de sus almas. Se trata de algo que no le concierne; en cambio, le importará mucho evitar que unos a los otros se impidan con violencia trabajar, con toda la capacidad de que son capaces, por la determinación y fomento de dicha salvación. Inclusive se agravaría su majestad si se mezclase en estas cosas, sometiendo a inspección gubernamental los escritos con que los súbditos tratan de exponer sus pensamientos con pureza, salvo que lo hiciera convencido del propio y supremo dictamen intelectual —con lo cual se prestaría al reproche Caesar non est supra grammaticos— o que rebajara su poder supremo lo suficiente como para amparar dentro del Estado el despotismo clerical de algunos tiranos, ejercido sobre los restantes súbditos.
Luego, si se nos preguntara ¿vivimos ahora en una época ilustrada? responderíamos que no, pero sí en una época de ilustración. Todavía falta mucho para que la totalidad de los hombres, en su actual condición, sean capaces o estén en posición de servirse bien y con seguridad del propio entendimiento, sin acudir a extraña conducción. Sin embargo, ahora tienen el campo abierto para trabajar libremente por el logro de esa meta, y los obstáculos para una ilustración general, o para la salida de una culpable minoría de edad, son cada vez menores. Ya tenemos claros indicios de ello. Desde este punto de vista, nuestro tiempo es la época de la ilustración o “el siglo de Federico”.
Un príncipe que no encuentra indigno de sí declarar que sostiene como deber no prescribir nada a los hombres en cuestiones de religión, sino que los deja en plena libertad y que, por tanto, rechaza al altivo nombre de tolerancia, es un príncipe ilustrado, y merece que el mundo y la posteridad lo ensalce con agradecimiento. Al menos desde el gobierno, fue el primero en sacar al género humano de la minoría de edad, dejando a cada uno en libertad para que se sirva de la propia razón en todo lo que concierne a cuestiones de conciencia moral. Bajo él, dignísimos clérigos —sin perjuicio de sus deberes profesionales— pueden someter al mundo, en su calidad de doctos, libre y públicamente, los juicios y opiniones que en ciertos puntos se apartan del símbolo aceptado. Tal libertad es aún mayor entre los que no están limitados por algún deber profesional. Este espíritu de libertad se extiende también exteriormente, alcanzando incluso los lugares en que debe luchar contra los obstáculos externos de un gobierno que equivoca sus obligaciones. Tal circunstancia constituye un claro ejemplo para este último, pues tratándose de la libertad, no debe haber la menor preocupación por la paz exterior y la solidaridad de la comunidad. Los hombres salen gradualmente del estado de rusticidad por propio trabajo, siempre que no se trate de mantenerlos artificiosamente en esa condición.
He puesto el punto principal de la ilustración —es decir, del hecho por el cual el hombre sale de una minoría de edad de la que es culpable— en la cuestión religiosa, porque para las artes y las ciencias los que dominan no tienen ningún interés en representar el papel de tutores de sus súbditos. Además, la minoría de edad en cuestiones religiosas es la que ofrece mayor peligro: también es la más deshonrosa. Pero el modo de pensar de un jefe de Estado que favorece esa libertad llega todavía más lejos y comprende que, en lo referente a la legislación, no es peligroso permitir que los súbditos hagan un uso público de la propia razón y expongan públicamente al mundo los pensamientos relativos a una concepción más perfecta de esa legislación, la que puede incluir una franca crítica a la existente. También en esto damos un brillante ejemplo, pues ningún monarca se anticipó al que nosotros honramos.
Pero sólo alguien que por estar ilustrado no teme las sombras y, al mismo tiempo, dispone de un ejército numeroso y disciplinado, que les garantiza a los ciudadanos una paz interior, sólo él podrá decir algo que no es lícito en un Estado libre: ¡razonad tanto como queráis y sobre lo que queráis, pero obedeced! Se muestra aquí una extraña y no esperada marcha de las cosas humanas; pero si la contemplamos en la amplitud de su trayectoria, todo es en ella paradójico. Un mayor grado de libertad civil parecería ventajoso para la libertad del espíritu del pueblo y, sin embargo, le fija límites infranqueables. Un grado menor, en cambio, le procura espacio para la extensión de todos sus poderes. Una vez que la Naturaleza, bajo esta dura cáscara, ha desarrollado la semilla que cuida con extrema ternura, es decir, la inclinación y disposición al libre pensamiento, ese hecho repercute gradualmente sobre el modo de sentir del pueblo (con lo cual éste va siendo poco a poco más capaz de una libertad de obrar) y hasta en los principios de gobierno, que encuentra como provechoso tratar al hombre conforme a su dignidad, puesto que es algo más que una máquina.

(Immanuel Kant)





miércoles, 11 de abril de 2018

Sobre la naturaleza de la luz.


Imagen de un fotón
Derecha: Cálculo Teórico
Izquierda: Fotografía Real
(Forma en Cruz de Malta)

  

Desde el punto de vista de la propia luz, si fuese un ente consciente, sólo existe el 'aquí' y 'ahora'.
La llamada 'constante de la velocidad de la luz en el vacío (c), es la tasa constante de manifestación del espacio-tiempo a un observador.

La propia luz no necesita ser ni onda ni partícula. De hecho, no lo es: no sabemos qué es, no tenemos nombre para lo que es.
Esa necesidad sólo surge para un observador, para el cual la luz parece atravesar espacio y tiempo.

La luz se manifiesta a un observador como partículas (fotones) u ondas electromagnéticas, según el tipo de observación, pero no es ninguna de las dos. Es otra 'cosa'. Pero el lenguaje humano tiene límites y nuestra naturaleza como observadores también.

Consideremos los fotones como 'partículas' que componen la luz. Son bosones, o sea partículas de intercambio, del campo electromagnético. Carecen de masa (m=0), pero tienen 'momento', por tanto energía. No todos los fotones tienen la misma energía, ni tampoco cualquier cantidad de energía. Son 'paquetes' de energía, sin masa, viajando por el vacío a velocidad c=300.000 Km/seg, constante universal para cualquier observador sin que importe el sistema de referencia en que esté ubicado el observador.

La energía de los fotones está cuantificada por la fórmula de Planck, [E=hf], en la que (E) es su energía, (h) es la constante de Planck y (f) es la frecuencia del fotón como onda, es decir, el inverso de su longitud de onda: [f=1/L]. Hay frecuencias visibles para el ojo humano (según varía la frecuencia cambia el color), y otras no: los infrarrojos y los ultravioletas.
Así se inició la Física Cuántica, la Física de las partículas y subpartículas elementales, con los cuantos (quanta) o paquetes de energía luminosa: la Luz vista a la luz de la Ciencia.

Como según la Física Relativista de Einstein, real siempre y necesaria cuando se realizan cálculos con objetos que se mueven 
a altas velocidades de orden (c), la gravedad no es sino las deformaciones que las masas y energías del universo producen en el espacio-tiempo, y dado que los fotones tienen energía, aunque no tengan masa, son afectados por los efectos gravitatorios, tal y como se ha calculado y comprobado observando la desviación observada en un rayo lumínico al pasar junto a una estrella.

Puesto que los fotones se mueven en el vacío a la velocidad de la luz, se rigen por las leyes de la física cuántica relativista, desarrollada por Dirac, quien dedujo las ecuaciones de onda relativistas, a partir de la ecuaciones de onda de Schrödinger, que no lo son. Para ello, Dirac aplicó a la ecuación de onda tanto los principios cuánticos como los relativistas. Y dedujo la existencia del spin y de la antimateria.

Las ecuaciones de onda deducidas pasan a ser ondas de la probabilidad de encontrar una partícula dada en un lugar del espacio y en un momento temporal determinados. El grado de acierto es extraordinariamente exacto: el mundo microscópico no se rige por la causalidad sino por la probabilidad.
 Del mismo modo, al viajar a la velocidad de la luz (o de ese orden), se rige por leyes relativistas. Siempre con un grado de indeterminación, según predijo Heisenberg, en su localización o su momento, porque la propia observación requiere luz que  afecta a la 'partícula' y porque la naturaleza del universo es así.
Se interpretó originalmente como un campo físico o campo de materia que por razones históricas se llamó función de onda y fue el precedente histórico del moderno concepto de función de onda. El concepto actual de función de onda es causa de debate en la Física actual, sobre todo en lo que respecta la realidad objetiva e intrínseca de dicha función de onda. Matemáticamente, la implicación del cuadrado de la función de onda es la amplitud de la probabilidad de presencia de materia. Esta interpretación, introducida por Max Born, le valió la concesión del premio Nobel de física en 1954. 

En el caso del fotón en el vacío viajando a la velocidad de la luz,
y según las fórmulas relativistas, para el fotón (no para nosotros) el tiempo de cualquier desplazamiento es (t=0)y el espacio de cualquier desplazamiento es (e=0). Es decir, para el fotón no hay tiempo ni espacio, todo está junto y ocurre a la vez, si pensase no podría concebir el espacio-tiempo. Un fotón 'vive' siempre en el Big Bang. El fotón no lo sabe. Nosotros los humanos sí, en este grado de nuestra evolución lo observamos, lo calculamos y lo sabemos.
Eso sí que es asombroso. 

Para nuestra vida cotidiana y a nuestra escala la Física Clásica es suficientemente exacta y causal: causa-efecto.
Para 'partículas' elementales se debe aplicar la Física Cuántica, no causal sino probabilística.
Para altas velocidades debe utilizarse la Fisica Relativista Especial.
Para la escala cosmológica debe aplicarse la Física Relativista Generalizada.

En el Universo hay cuatro tipos de fuerzas elementales:

• Gravitatoria*
• Electromagnética
• Nuclear débil
• Nuclear fuerte

que afectan a la Materia y a la Energía, que son lo mismo, mutuamente convertibles según la Ecuación de Einstein:  [E=mc^2] , siendo m la masa relativista, que es [m= γ.m°], siendo (m°) la masa en reposo, (γ) el factor de Lorentz que es función de (v/c), siendo (v) la velocidad y (c) la constante de la velocidad de la luz en el vacío.

No se ha logrado encontrar un Campo Unificado de los cuatro tipos de fuerza. Pero, a excepcion de la gravitatoria, sí de las otras tres.

El fotón es la partícula de intercambio (bosón) del Campo Electrmagnético.

* La Gravitatoria es una fuerza de atracción entre masas para la Física Clásica, sin más explicaciones y con cálculos exactos a esa escala.

Para la Física Relativista Generalizada la Gravedad no es una fuerza, sino deformaciones del espacio-tiempo originadas por la presencia y repartos de la Materia y Energía en el Universo. 
Está comprobado, y las fórmulas Campo de Einstein lo calculan con exactitud. Como se ha dicho afecta también a la luz, o sea, a los fotones,
los cuales carecen de masa, precisamente por eso viajan a la velocidad de la luz (c). Cualquier otra partícula con masa no puede alcanzar esa velocidad, ya que su masa se haría infinita, y se necesitaría infinita energía para acelerar su infinita inercia.
En los aceleradores de partículas éstas llegan a alcanzar un 99, 99999.....% de la velocidad (c), recibiendo una enorme cantidad de energía antes de hacerles chocar. Pero no alcanzan nunca el 100%, es decir (c). Es imposible.


Se investiga una forma cuántica de la gravitación, la Gravedad Cuántica, que tendría su propia partícula, el gravitón, pero no se ha logrado encontrarlo ni demostrarlo, hasta el momento.

@fga51








sábado, 7 de abril de 2018

Pedro Salinas: sobre el alma y la prisa.








Conté mis años
y descubrí que tengo
menos tiempo para vivir
de aquí en adelante,
que el que he vivido
hasta ahora.

Me siento
como aquel niño
que ganó un paquete de 'dulces';
los primeros los comió
con agrado,
pero,
cuando percibió
que quedaban pocos,
comenzó a saborearlos profundamente.

Ya no tengo tiempo
para reuniones interminables
donde se discuten
estatutos, normas,
procedimientos y reglamentos internos,
sabiendo que
no se va a lograr nada.

Ya no tengo tiempo
para soportar
a personas absurdas que,
a pesar de su edad cronológica,
no han crecido.

Mi tiempo es escaso
como para discutir títulos.
Quiero la esencia,
mi alma tiene prisa…
Sin muchos 'dulces'
en el paquete…

Quiero vivir
al lado de gente humana,
muy humana.
Que sepa reírse
de sus errores.
Que no se envanezca
con sus triunfos.
Que no se considere electa
antes de la hora.
Que no huya
de sus responsabilidades.
Que defienda
la dignidad humana.
Y que desee tan sólo
andar del lado de la verdad
y la honradez.

Lo esencial
es lo que hace
que la vida valga la pena.

Quiero rodearme de gente,
que sepa tocar el corazón
de las personas...
Gente a quien
los golpes duros
de la vida,
le enseñaron
a crecer
con toques suaves
en el alma.

Sí…,
tengo prisa…,
tengo prisa por vivir
con la intensidad
que sólo la madurez
puede dar.

Pretendo
no desperdiciar
parte alguna
de los 'dulces' que me quedan…
Estoy seguro
que serán más exquisitos
que los que hasta ahora
he comido.

Mi meta es llegar al final
satisfecho y en paz
con mis seres queridos
y con mi conciencia.

Tenemos dos vidas
y la  segunda comienza
cuando te das cuenta
que sólo tienes una......

~ Pedro Salinas





viernes, 6 de abril de 2018

Recibido por WhatsApp.



Cuando un pájaro
está vivo,
se come las hormigas,
pero
cuando muere,
son las hormigas
las que se lo comen a él.

El tiempo
y las circunstancias
pueden cambiar
en cualquier momento,
por eso,
no desprecies
nada en tu vida.

Puedes tenerlo todo hoy,
pero
acuérdate:
el tiempo
es mucho más poderoso
que cualquiera de nosotros.

De un árbol
se obtienen
millones de cerillas
pero
basta una cerilla
para quemar
millones de árboles.

El tiempo
es
como un río:
Nunca
podrás tocar
la misma agua
dos veces,
porque
el agua que ya pasó,
nunca pasará nuevamente.

Aprovecha
cada minuto de tu vida
y acuérdate:

Nunca
busques
las apariencias,
porque
cambian con el tiempo.

No busques
personas perfectas,
pues no existen.

Busca
por encima de todo
a quien conozca
tu verdadero valor.

Ten tres amores:
La vida;
La familia;
Y los amigos.

La vida
porque es corta;

La familia
porque es única;

Y los amigos
porque son escasos.

Carpe diem

Vale

@fga51


miércoles, 4 de abril de 2018

Ironía, Compasión y Vida Humana.




“Cuanto más medito sobre 
la Vida Humana, 
más convencido estoy 
de que merece 
que le demos 
como 
jueces y testigos 
la Ironía y la Compasión. 
La Ironía y la Compasión 
son dos buenas consejeras: 
una, 
sonriendo, 
nos hace la vida 
amable; 
la otra, 
llorando, 
nos la hace 
sagrada. 
La Ironía 
que invoco 
no tiene 
nada de cruel. 
No se mofa 
ni del amor 
ni de la belleza. 
Es dulce 
y bondadosa. 
Su risa 
calma la cólera, 
y nos enseña 
a mofarnos 
de los malos 
y de los imbéciles, 
a quienes 
sin ella 
pudiéramos 
incurrir 
en la debilidad 
de 
aborrecer”.

~ Anatole France, Premio Nobel de         Literatura, 1921


☆ Reflexiones:

1.Jesucristo es el prototipo de la sagrada Compasión.

2. Sócrates es el prototipo de la 
sabia Ironía.

3. Ambos fueron condenados a muerte a instancias de sus propios pueblos.

4. En Occidente no parece haber ni mucha Ironía ni mucha Compasión.


                      ☆ Conclusión:

1.La Cultura Occidental es Greco-Romana Judeo-Cristiana.

2. Quizá la Cultura Occidental sí lo sea.
 Pero los corazones y las acciones   occidentales no lo son.

@fga51





En las fotografías
Martin Luther King
(Asesinado
tal día como
hoy 
hace 50 años)
~ In Memoriam ~


“I always 
fear less 
a dull man 
who is 
naturally 
strong
                              Than 
                           someone 
                             who is 
                               weak 
                                and 
                              clever.”

 "Temo siempre menos a quien es tonto y fuerte, por naturaleza, que a quien es débil e inteligente."

ἀεὶ γὰρ ἄνδρα σκαιὸν ἰσχυρὸν φύσει
ἧσσον δέδοικα τἀσθενοῦς τε καὶ σοφοῦ.
                       ~ Euripides