viernes, 12 de abril de 2013

Nietzsche y el olvido.






El olvido no es meramente una "fuerza de inercia", es más bien un poder activo, una capacidad de inhibición en el verdadero sentido de la palabra, facultad a la que hay que atribuir el hecho de que todo lo que nos sucede en la vida, de que todo lo que absorbemos se presenta a nuestra conciencia durante el estado de "digestión", al que podría llamarse absorción psíquica, un poco como el proceso que tiene lugar en nuestro cuerpo mientras asimilamos el alimento.

Cerrar de tiempo en tiempo las puertas y ventanas de la conciencia, permanecer insensibles al ruido y a la lucha que el mundo subterráneo de los órganos a nuestro servicio libran para colaborar o para destruirse entre sí, restablecer el silencio, hacer tabla rasa en nuestra conciencia para dejar nuevamente espacio para las cosas nuevas, y en particular para las funciones más nobles, para gobernar, para prever, para presentir: ése es el papel de la capacidad activa de olvido, una especie de guardián, de vigilante encargado de mantener el orden psíquico, la tranquilidad, la norma.

De lo cual podrá concluirse inmediatamente que ni la felicidad, ni la serenidad, ni la esperanza, ni el orgullo, ni goce alguno del instante presente podrían existir sin esta capacidad de olvido.

Nietzsche, Genealogía de la moral.
















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