Se han desarrollado con furia
inconsciente innumerables frivolidades y ejercicios. No es que yo censure la práctica de algunos
juegos de palmaria eficacia educadora. Usados con prudencia y mesura, durante
la adolescencia y juventud, robustecen el sistema muscular, agudizan la vista,
dan aplomo y serenidad ante el peligro y, en fin, desarrollan el espíritu de
cooperación, solidaridad y compañerismo. Lo que fustigo es la frenética exageración.
Y deploro la idolatría del público hacia ciertos campeones afortunados,
consagrándoles como héroes, sin reparar en que no se contentan con sencillas coronas
de laurel u otras distinciones honoríficas, sino con los opulentos honorarios
del profesionalismo. Y el mal ejemplo cunde. Todos aspiran a ser profesionales
bien remunerados.
Es de ver cómo la chiquillería
convierte en palenques de balompié todas las plazas y calles anchurosas y cómo
los aficionados entusiastas se extasían ante las fotografías de los “ases”. Defecto incorregible es la imitación
de todas las frivolidades extrañas, verdaderas excrecencias parásitas de la
civilización universal. Suponemos, ilusos, que a la práctica de esos deportes
deben los pueblos anglosajones su supremacía. Y nos olvidamos de sus altos
valores morales e intelectuales. Y esos valores, ambición, perseverancia,
laboriosidad, patriotismo, disciplina, combatividad espartana, etc., no se
enseñan en los estadios sino en las escuelas y colegios.
En el carácter tenaz y perseverante
de los anglosajones influyen más los grandes ejemplos de su historia, y en el
fondo del alma inglesa late una energía heroica, a prueba de fracasos y
contrariedades. El denuedo y altivez ingleses comienzan en las enseñanzas de
las “nurses” y terminan con la disciplina mental de los “Colleges”, que son
escuelas de energía y emulación.
Durante mis visitas a Inglaterra he
tenido ocasión de conversar con sabios insignes acerca de la posible influencia
intelectual de los deportes y he sabido, como ya presumía, que de los
deportistas fogosos y perseverantes no ha salido ningún entendimiento de primer
orden. Los sabios, los políticos enérgicos y clarividentes y los grandes
industriales , muchos de ellos educados en Oxford y Cambridge, sedes de las
competiciones deportivas, cuidaron más, durante la adolescencia y juventud, de
hipertrofiar y diferenciar sus neuronas que de robustecer los músculos y
ampliar la caja torácica.
Y lo peor es el arrollador estímulo
causado por los triunfadores sobre los débiles e insuficientes. Los deportes
físicos, no deben encaminarse a producir “ases”, de pujanza excepcional, sino a
elevar prudentemente la robustez del promedio, vivero de luchadores en las
contiendas pacíficas del trabajo social.
(Santiago Ramón y
Cajal, Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1906, texto parcial escrito en
1934)
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