viernes, 14 de noviembre de 2014

Iglesias cerradas.



 

Andando por la ciudad causan una extraña impresión las puertas cerradas de las iglesias. Ya solo se abren para los servicios litúrgicos. Para cualquier otro asunto, hay que tocar al timbre o similares, o bien suele figurar entre los carteles y letreros del habitual tablero un número de teléfono, quizás el del párroco. Puede que previa cita concertada.
Antes las iglesias eran un lugar de acogida y ayuda. Mantenían las puertas abiertas siempre. Eran lugares de reflexión, oración,  protección. Lugares para la paz interior.
Eso sin mencionar aquel “acogerse a sagrado” de pretéritos siglos, en los que entrando en una iglesia se quedaba protegido de la justicia mundana. No se podía detener a nadie en un sagrado recinto.
Evidentemente los tiempos han cambiado. Las causas y causantes de ello son ya otro cantar, y se acogen a sagrado en otros templos con despachos y ventanillas. Así que en la calle abundan los “ocupas”, los robos, los pobres, y los turistas. Y también los centros de jubilados, las residencias de ancianos, y los psicólogos. Y si hace frio o calor siempre se puede entrar a unos grandes almacenes.
Las iglesias disponen de menos personas, que quizás tienen otras cosas más urgentes que hacer, ayudando en otros sitios, o discutiendo la titularidad de la propiedad del inmueble. Mientras, las puertas siguen cerradas, salvo excepciones.
Pena. Sin más.