lunes, 27 de enero de 2014

Arte e Historia.





Escribir la historia del arte no es en absoluto una tarea neutra. Las naciones y las culturas luchan aún entre ellas sobre ese punto, y suele vencer quien consigue ganar también en otros planos. (…)

Embajadores del pensamiento, los artistas se han encontrado siendo protagonistas inconscientes de luchas por el equilibrio geopolítico. (…)
No es nada fácil resolver la cuestión del impacto político de la actividad artística, no solo en referencia al sistema entero, sino sobre todo en relación a problemas más concretos, como los derechos humanos, el cuidado de la naturaleza o la utilización de los recursos (…)

El arte visual ha invadido el mundo en su forma occidental, probablemente porque es la forma más simbólica de un pensamiento liberal, individualista, centrado en la propiedad privada, tanto de las ideas como de las cosas. (…)

Es probable que, como siempre en la Historia, la concepción y la tipología de las obras de arte que resulten vencedoras, serán aquellas ligadas al país o al área geográfica hacia donde se trasladará el nuevo centro del imperio. (…)

Vettese, A. El arte contemporáneo. Entre el negocio y el lenguaje, 2012.




 

Ciudades.





El espacio urbano no es el resultado de una determinada morfología predispuesta por el proyecto urbanístico; sino de una dialéctica ininterrumpidamente renovada y autoadministrada de miradas y exposiciones.

Ignorándolo casi siempre, los urbanistas trabajan a partir de la pretensión de que pueden determinar el sentido de la ciudad a través de dispositivos que dotan de coherencia a conjuntos espaciales altamente complejos.
La empresa que asume el proyectista es la de trabajar a partir de un espacio esencialmente representado, o más bien, concebido, que se opone a las otras formas de espacialidad que caracterizan la labor de la sociedad urbana sobre sí misma: espacio percibido, practicado, vivido, usado, ensoñado…
Su pretensión: mutar lo oscuro por algo más claro.
Delgado, M. Sociedades movedizas. Pasos hacia una antropología de las calles, 2007
 
 

jueves, 23 de enero de 2014

Información digna o dignidad informativa.





Antes de nada es necesario colocarse en lo que es el centro del debate: la información. Y la información es un bien. Los seres humanos convivimos y nos comunicamos. Y quien posee los medios para transmitir información o hacer que dicha información pase de unos manos a otras está haciendo uso de un bien que, en principio, es a compartir. Desde esta perspectiva, y sin olvidar nunca el contexto en el que estamos situados, y que remite a un tipo de sociedad que sólo mejorará si se producen cambios políticos relevantes, hay ciertos topes o niveles que tendrían que ser las referencias esenciales a cualquier informador. (…)

No se trata de vivir atrincherado. Pero sí es necesario mantener una postura firme cuando lo que se pone en juego es la propia dignidad. Porque la dignidad no tiene nada de metafísico. Es, más bien, una conquista histórica ligada a la autonomía humana.
Llegados a este punto nos podríamos preguntar lo siguiente: ¿no es la gente tonta y está de más cualquier esfuerzo en el sentido moral propuesto? La frase suena, sin duda, dura. Pero no baladí. Se la han planteado y se la plantean, directa o indirectamente muchos. Es obvio que la pregunta ha de ser autocrítica y, por tanto, todos hemos de englobarnos en el concepto “gente”. (…)

El periodista informador, por su parte, debería preguntarse también cómo juzga él la comunidad a la que se dirige. Naturalmente que diferenciará entre comunidades y su nivel de desarrollo. Ahora bien, incluso en aquellas sociedades en las que el grado de culturización es relativamente alto, la pregunta continúa en el aire. (…) El conocimiento en general mantiene un nivel ridículamente bajo en comparación con las posibilidades al alcance del consumidor de cultura.

¿Qué decir, entonces? Permítasenos una respuesta desde el campo de la moral y no desde los tests, más o menos rigurosos, de inteligencia. Y desde la moral lo que hay que decir es que el planteamiento está viciado. ¿Por qué? Porque la única manera verdaderamente moral de aproximarnos a cualquier ser humano es desde la perspectiva del respeto. (…) O lo que es lo mismo, sea la que sea la media de la humanidad en cuanto a sus capacidades cognitivas o volitivas, no hay más remedio que encararnos con los demás considerándolos como a uno mismo. Y uno, si se estima a sí mismo, no es que se considere un genio pero, no obstante, se contempla como un sujeto de derechos; y, por tanto, como alguien con habilidades, posibilidades de aprender y, en potencia, un perfecto ser humano.

Sádaba, J. La vida en nuestras manos, 2000.
 
 

 

jueves, 16 de enero de 2014

Libre y justo no es lo mismo cuando se habla del comercio.




Existe una descripción del impacto de la clase capitalista en unos términos que podrían aplicarse hoy a la Organización Mundial del Comercio (OMC):
Ha hecho de la dignidad personal un simple valor de cambio. Ha sustituido las numerosas libertades escrituradas y adquiridas por la única y desalmada libertad de comercio. (…) Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen añejas antes de llegar a osificarse. Todo lo estamental y estancado se esfuma; todo lo sagrado es profanado.
(Karl Marx y Friedrich Engels, El Manifiesto Comunista, 1848.)
 Los defensores de la OMC rechazarían términos cargados de juicios de valor como “desalmada”, pero aparte de eso aceptarían esta descripción de lo que intentan lograr. Que el libre comercio es un objetivo de importancia prioritaria está implícito en las decisiones de los grupos especiales de la OMC. También estarían de acuerdo con que un libre mercado global acabaría con el “cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos” y considerarían esto algo bueno, porque esas creencias limitan el uso de la creatividad individual que beneficia tanto al productor que innova como a los consumidores que pueden sacar ventaja de ello.
Ya aceptemos o rechacemos la idea de que la globalización económica es buena, podemos preguntarnos si hay formas de hacer que funcione mejor, o menos mal. Incluso aquellos que aceptan el argumento general a favor de los beneficios económicos de un mercado libre global deberían preguntarse hasta qué punto puede funcionar bien un mercado libre global en ausencia de una autoridad global que establezca niveles mínimos en cuestiones como el trabajo infantil, la seguridad en el trabajo, el derecho a constituir sindicatos, y a la protección del medio ambiente (…).
(…) Si una élite dominante no se preocupa de la clase obrera, o de la gente de una región particular de su territorio , puede no tener en cuenta el coste que para esas personas supone contaminar el aire o el agua, ni la cuestión de trabajar largas horas por poco salario. Los países gobernados por esas élites pueden tener una ventaja competitiva sobre otros que proporcionen unas condiciones mínimas a sus trabajadores:
Una proporción cada vez cada vez mayor de la producción mundial  emigra a países que hacen peor la contabilidad de costes, lo que es una receta segura para reducir la eficiencia de la producción global.
(H. Daly, Globalizations and its Discontents, 2001.)

El resultado es que el nexo entre el bienestar humano y el crecimiento de la economía global, incompleto en el mejor de los casos, se erosionará más aún.
P. Singer, Un solo mundo. La ética de la globalización, 2003.

 
 
 

 

sábado, 4 de enero de 2014

Ver delante de las narices.



(…) Ver lo que uno tiene delante de las narices exige una lucha constante. Algo que sirve de ayuda es llevar un diario o, al menos, algún tipo de registro de nuestras opiniones sobre sucesos importantes. De otro modo, cuando alguna creencia particularmente absurda se vaya al traste por los acontecimientos, puede que olvidemos que la sostuvimos alguna vez. Las predicciones políticas acostumbran a ser erróneas, pero incluso cuando hacemos una predicción correcta, puede ser muy instructivo descubrir por qué acertamos. En general, solo lo logramos cuando nuestros deseos o nuestros miedos coinciden con la realidad. Si aceptamos esto, no podemos, claro está, deshacernos de nuestros sentimientos subjetivos, pero sí podemos aislarlos hasta cierto punto de nuestras opiniones y realizar predicciones en frío, (…). En su vida privada, la mayoría de la gente es bastante realista, (…).

La política, por su parte, es una especie de mundo subatómico o no euclidiano en el que es bastante fácil que la parte sea mayor que el todo,  o que dos objetos estén en el mismo punto simultáneamente. De ahí las contradicciones y los absurdos que he recogido más arriba, todos ellos atribuibles en último término a la creencia secreta de que nuestras opiniones políticas, a diferencia del presupuesto semanal, no tendrán que someterse a la prueba de la tozuda realidad.
Orwell, G. Delante de las narices. Tribune, 22 de marzo de 1946.