lunes, 23 de diciembre de 2013

Pensiones y falacias.

 
 


De alto interés, muy explicativo y conveniente de leer para no admitir como buenas y ciertas tantas falacias que frecuentemente oímos respecto a la economía, la demografía y las pensiones públicas, es lo escrito por Juan Torres, publicado en Público.es, así como el libro escrito por él y Vicenç Navarro, citado en este texto. Referencia del texto a pie de artículo:

“Los bancos y las grandes compañías de seguros (cuyos representantes tienen amplia mayoría en el grupo de sabios que creó el gobierno para que proporcionara las claves de la nueva reforma llevan muchos años tratando de gestionar en provecho propio el gran volumen de fondos que mueven las pensiones públicas. Con tanta liquidez como la que maneja la seguridad social se pueden obtener grandes ganancias en unos mercados financieros como los de hoy día, en donde las nuevas tecnologías permiten invertir con rentabilidad a una velocidad de 250 millones de dólares por segundo.

Pero las pensiones púbicas son un derecho muy querido por la población y un instrumento que la gente sabe que es el más eficaz para evitar la pobreza de la mayor parte de nuestros mayores: ¿cuántas personas ganan lo suficiente para vivir con dignidad cuando se jubilan?

Por eso les resulta tan complicado a bancos y seguros conseguir directamente la opción a la que realmente aspiran, privatizar las pensiones públicas para gestionarlas por entero.

Y por eso es por lo que han tenido que elegir un camino intermedio, debilitar progresivamente al sistema público para que la gente, temerosa de que sea insuficiente para garantizarle una vejez decente, trate de cubrirse las espaldas (quienes pueden) ahorrando en planes privados.

Para conseguirlo, la estrategia seguida por los bancos y por los que defienden sus intereses ha sido muy clara: asustar constantemente a la población diciéndole que dentro de unos años no se podrán financiar las pensiones públicas, así que lo más razonable y previsor es justamente eso, ahorrar en planes privados. Y la convicción se ha conseguido divulgando hasta la saciedad un argumento que aparentemente es indiscutible: como cada vez vivimos más y hay más personas jubiladas resulta que la factura a pagar por las pensiones públicas será tan cara en un futuro próximo que el sistema será materialmente insostenible.

Con el fin de convencer a la gente de esa idea los bancos y compañías de seguros vienen financiando generosamente a un buen número de economistas que periódicamente presentan sus previsiones siempre de la misma forma. Con gran cobertura mediática informan a los cuatro vientos de que dentro de tantos o cuantos años la seguridad social tendrá un déficit insuperable y que eso colapsará el sistema público de pensiones así que hay que rebajarlas, atrasar la edad de jubilación y, en suma, hacer más difícil que realmente sirva de protección en la vejez.

Es muy significativo que ninguno de ellos (he dicho bien, ninguno) haya acertado nunca. Algo normal porque sus  modelos son muy sofisticados pero concebidos a propósito para “demostrar” lo que estaba establecido de antemano para asustar: que habría déficit en 1990, en 1995, en 2000, 2005, 2010, 2030, 2060….Y es verdaderamente sorprendente que los bancos y compañías de seguros hayan seguido pagando buena cantidad de millones a esos mismos autores a pesar de que no acertaban nunca en las previsiones para los años a los que ya se ha llegado. Un caso único en los anales de la historia: nunca los bancos han mirado tan mal por su dinero gastándolo en economistas que no aciertan nunca en las previsiones que se les piden.

Muy sorprendente salvo, claro está, que no busquen argumentos científicos y rigurosos sino excusas para presionar y sacar adelante su estrategia.

En todos esos informes los argumentos que dan para asustar a la gente y lograr que el mayor número posible de personas salga corriendo a suscribir planes de ahorro privados son aparentemente muy sofisticados y se presentan como el último grito del conocimiento científico. Pero en realidad son una manipulación grosera de los hechos y de lo que de verdad sabemos sobre las pensiones y la evolución de los sistemas de seguridad social.

En el libro que Vicenç Navarro y yo acabamos de publicar (Lo que debes saber para que no te roben la pensión, publicado por Espasa) explicamos con claridad la falsedad de sus argumentos. Recomiendo vivamente que se lea y difunda para poder explicar a la gente las mentiras que nos están diciendo. Pero ahora simplemente quiero mencionar la falacia sobre la que la mayoría de los sabios convocados por el gobierno están basando sus conclusiones acerca de la sostenibilidad del sistema.

Parten de una idea también aparentemente indiscutible: hay que lograr que el sistema de pensiones públicas sea sostenible, es decir, que sus gastos no superen a los ingresos porque si no se vendría abajo. Y, para ello, como he dicho, lo único que se les ocurre es rebajar la cuantía de las pensiones. Una falacia porque equivale a decir que para que no bajen las pensiones en el futuro lo que hay que hacer es que bajen ya, desde ahora.

Podemos afirmar que este tipo de argumentos son falsos porque, suponiendo que lo adecuado sea lograr la sostenibilidad equilibrando ingresos y gastos ( en muchos países se financian a través de los Presupuestos del Estado), no podemos actuar solo sobre los gastos sino también sobre los ingresos.

Y resulta que es falso que los ingresos del sistema de pensiones públicas dependan solo de variables demográficas y particularmente de la mayor esperanza de vida (un concepto que, como explicamos en el libro, utilizan erróneamente). También dependen de otras variables, algunas de las cuales nunca se mencionan.

Una de ellas es el empleo, otra el nivel de salario y, por tanto, la desigualdad.

Pongamos un ejemplo muy fácil.

Supongamos que financiar las pensiones públicas cuesta 7 euros, que los ingresos totales de una sociedad son de 40 euros que se reparten al 50% entre los propietarios del capital y los asalariados y que éstos dedican la mitad de sus salarios a financiar las pensiones, es decir, 10 euros. Por tanto, en este caso, habría 3 euros de superávit (10-7=3) en el sistema de pensiones, dinero de sobra para financiarlas.

Pero ahora supongamos que se han aplicado políticas muy injustas que disminuyen los salarios en beneficio de las rentas del capital, por ejemplo, haciendo que a éstas últimas les corresponda 30 euros y a los trabajadores solo 10 euros. Si aceptamos que la población trabajadora y los pensionistas siguen siendo los mismos, a las pensiones solo irán ahora 5 euros y por tanto, no habría suficiencia para pagar las pensiones, el sistema tendría un déficit de 2 euros (5-7=-2).

Es fácil comprobar, por tanto, que los ingresos con los que se financian las pensiones públicas se deterioran no solo porque vivamos más y haya menos gente trabajando (incluso esto puede ser un factor poco preocupante si logramos, como suele suceder siempre a lo largo de la historia, que los que trabajan sean más productivos y que menor número de empleados puedan mantener a más número de pensionistas). Como en el ejemplo que acabo de poner, el sistema puede entrar en déficit si la masa salarial disminuye, bien porque haya menos empleo, bien porque los empleados perciban menos salario.

Por tanto, basar la sostenibilidad del sistema solo en el factor demográfico del envejecimiento (sin hablar nada de la gran concentración de la renta a favor del capital que se viene produciendo) es un truco para rebajar la pensión y lograr lo que he dicho que de verdad persiguen los bancos y compañías de seguros.

Por tanto, lo que en realidad pone en peligro a las pensiones (entre otras cosas que explicamos en el libro) no es que vivamos más años, sino las políticas de austeridad que crean paro, y que por tanto hacen que haya menos cotizantes. Y, sobre todo, la mayor desigualdad de rentas, que es lo que se viene produciendo en los últimos años, porque, como he mostrado en el sencillo ejemplo anterior, con la desigualdad disminuye la masa salarial con la que se financian.

En definitiva. El problema que amenaza las pensiones no es de naturaleza demográfica. No. Lo que hay detrás es en realidad un conflicto de intereses entre grupos sociales, entre los de arriba y los de abajo, entre banqueros y financieros y la inmensa mayoría de la población que vive de su salario, entre propietarios del capital y asalariados. Dicho más claramente, es la lucha de clases. Ese conflicto que dicen que ya no existe para hacernos creer que los asuntos sociales son neutros y que solo los pueden arreglar los técnicos mediante fórmulas matemáticas (como las del grupo de sabios del gobierno) que nadie más que ellos puede entender.

Lo cierto es todo lo contrario. El futuro de las pensiones públicas no depende de esas fórmulas sino de la fuerza que tengan los asalariados para defender sus derechos y para asegurar que sus ingresos no disminuyan constantemente como viene sucediendo.”

(Juan Torres López, Pensiones: ¿demografía o lucha de clases?, La Tramoya, Público.es, 7 de junio de 2013).


 
 
 
 

domingo, 22 de diciembre de 2013

Cerrando temas.





Estando en la terraza de una cafetería una persona me ha preguntado si yo me llamo como efectivamente me llamo. Le he dicho que sí, que era yo, y entonces él me ha dicho su nombre. Entonces he recordado, el nombre y una cara, pero era la cara de un adolescente. Era un compañero de colegio a quien no veía desde hace 46 años. Me ha impresionado verle, y a la vez me ha hecho ilusión.
Tras una breve charla, hemos descubierto que actualmente vivimos en la misma zona. Quizás nos volvamos a ver. Me gustaría. Antes de despedirnos le he preguntado qué tal estaba y me ha respondido: “Ya sabes, ahora cerrando temas. Fueron tiempos bonitos aquellos”. Y tras darnos la mano nos hemos despedido, hasta otra.
Todo ha sido muy natural, pero me ha impresionado. Siempre es ahora, no vivimos en el pasado aunque lo recordemos en parte, ni en el futuro aunque lo planifiquemos. Pero la vida es un proceso y su respuesta me ha parecido madura y profunda. Nos educaron bien. Efectivamente fueron tiempos bonitos aquellos, los de la adolescencia casi siempre lo son, otros también. Esa parte es nostalgia. La parte madura y profunda de su respuesta es la otra: “cerrando temas”. Porque en la vida hay épocas en las que abrimos temas que luego evolucionan y llegan a donde llegan, y otras épocas en las que nos toca ir cerrando temas, y hacerlo bien, para que estos tiempos también sean “lo más bonito posible”.
Feliz Navidad!!!
 
 

sábado, 21 de diciembre de 2013

Mayores.



Hace no demasiado tiempo, recordarán Uds la “boutade” del ministro de finanzas de Japón que pidió a los ancianos nipones un acto supremo de patriotismo: que aceleren su muerte para evitar gastos innecesarios a la sanidad pública. Lo dijo muy claramente: “Que se den prisa y se mueran…Yo me despertaría sintiéndome mal si sé que el tratamiento está pagado por el Gobierno”. Insólita sinceridad la del  ministro, a la sazón uno de los políticos más ricos de Japón, pidiendo el suicidio en masa como remedio para aliviar la crisis; pero insólita no solo por lo inhabitual de decir estas cosas en público, que tantos otros ya habrían pensado, sino por haberlo dicho a la provecta edad de 72 años. Incluso en Japón se ofendieron y el tipo zanjó el asunto pidiendo disculpas por sus “declaraciones inapropiadas” (sic).

Aunque meditando sobre el tema nuevamente al fin y al cabo no resulta disparatado intentar desembarazarse de los viejos cuando estás anegado de codicia. El capitalismo es un sistema que se basa en la rentabilidad independientemente de las necesidades de las personas. Éstas se convierten en un medio más y cuando alguien no es productivo, aunque haya trabajado toda su vida aportando recursos a la sociedad, es lógico que desaparezca como unidad de coste, por improductivo. Hace unos meses, un poco antes de las declaraciones del citado ministro japonés, el Fondo Monetario Internacional elaboró un informe pidiendo que se bajaran las pensiones por “el riesgo de que la gente viva más de lo esperado”. Esto no ocasionó ningún escándalo, como lo del ministrillo japonés, porque cada vez nos suena más esta cantinela de que vivir más tiempo de lo debido es todo un problema.
Durante décadas se trabajó para que las personas vivieran más y mejor, pero ahora la crisis sugiere que dicha política sanitaria, asistencial, educativa, ha resultado contraproducente desde el punto de vista económico. En unos pocos años se calcula que en los países desarrollados se vivirá dos años más y eso preocupa al FMI y a muchos gobiernos que actúan como su alargada sombra sobre la economía real, es decir, contra los intereses reales de sus ciudadanos. Y no paran de intentarlo sin disfraz, con la piel de lobo, que al fin y al cabo ser auténticos les sale muy barato.

Pero puede haber otras fórmulas igualmente efectivas: trabajar más años, congelar leyes como la de Dependencia, privatizar la sanidad pública aunque haya que incluir los beneficios, imponer el repago del euro por receta para limar el consumo de medicinas, laminar competencias de las Comunidades Autónomas que tanto estorban la gestión del desaguisado, etc. Recordemos que la posibilidad de empeorar la expectativa de vida es algo factible, como ya demostró la política de Margaret Thatcher en el Reino Unido.
En el FMI se sabe que España , junto con Japón, es uno de los países donde la gente vive más años. El Gobierno está dispuesto a aplicar, obediente, las recetas propuestas de recortes por el despiadado organismo internacional a través de “los hombres de negro” de Bruselas. Lo cierto es que vienen a por los viejos con la disculpa de que hay que dar salida a los jóvenes. Y para ayudarles (…) y la subida del IVA en lontananza, en lugar de bajarlo y gravar las transacciones especulativas financieras que aliviarían las consecuencias de tanto regalo público a las instituciones financieras peor gestionadas, (…).

Es un grave error asociar solamente la vejez o la juventud con la edad como también lo es asociar la sabiduría a la edad. No se es más sabio por ser anciano pero está claro que existen jóvenes ancianos (...), y ancianos jóvenes de los cuales puedes aprender muchísimo. Todo menos apartarles para que no molesten y el ojalá que se mueran.

(Gabriel Otalora, Objetivo: los viejos, Deia, lunes 16 de diciembre de 2013).



jueves, 19 de diciembre de 2013

Neguko solstizioa./Solsticio de invierno.

 




Dringilin dron, gaur Gabon,

dringilin dron, gaur Gabon,

sabela betea daukat eta

besteak hor konpon.


Mazkelu bete aza egosi,
koloretsu ta gorriak
bereala iruntsi neutzazan
azkenengoko orriak.

 
Dringilin dron, gaur Gabon,

dringilin dron, gaur Gabon,
sabela betea daukat eta
besteak hor konpon.

 
Hiru puntako askal batekin,

sakatrapua bailitzan

ezti-lapiko handisko bati

barrua uts-uts ein neutsan.

                 (Eguberrietako euskal abesti herrikoia. Aramaio. Araba.)
 
 
 
En el camino aprendí
que llegar alto no es crecer,
que mirar no siempre es ver
ni que escuchar es oír
ni lamentarse sentir
ni acostumbrarse, querer.
 
En el camino aprendí
que estar solo no es soledad,
que cobardía no es paz
ni ser feliz, sonreir
y que peor que mentir
es silenciar la verdad.
 
En el camino aprendí
que ignorancia no es no saber,     
ignorante es ese ser
cuya arrogancia más vil
es de bruto presumir
y no querer aprender.
 
En el camino aprendí
que humildad no es sumisión,
la humildad es ese don
que se suele confundir,
no es lo mismo ser servil
que ser un buen servidor.
 
En el camino aprendí
que ternura no es doblez
ni vulgar la sencillez
ni lo solemne verdad,
vi al poderoso mortal
y a tontos con altivez.
 
En el camino aprendí
que es mala la caridad
del ser humano que da
esperando recibir,
pues no hay defecto más ruin
que presumir de bondad.
 
En el camino aprendí
que en cuestión de conocer,
de razonar y saber
es importante, entendí,
mucho más que lo que vi
lo que me queda por ver.
(Rafael Amor)
 

                                       FLUIR: siempre es AHORA.

 
 
 
 

 
 
 
 
 

 

sábado, 14 de diciembre de 2013

Distopías literarias del siglo XX y profecías cumplidas.





La ciencia- ficción puede resultar fascinante, y desde Jules Verne en el siglo XIX hasta la actualidad, asombra el grado de acierto predictivo de los avances tecnológicos descritos por los diversos autores (sobre todos el citado y famoso Verne con obras como Viaje al centro de la Tierra, Viaje a la Luna, 20.000 leguas de viaje submarino, etc.), o simplemente la viabilidad científica y tecnológica de los inventos o sucesos predichos.

Pero la ciencia-ficción distópica o sociedades-ficción son algo muy diferente. Han sido llamadas utopías, si sus propuestas son básicamente buenas desde un punto de vista ético, o distopías en caso contrario. Han existido desde la antigüedad, aunque algunas han sido meras propuestas de organización social y otras, en cambio, profecías que se van cumpliendo de verdad.
Como ejemplos del primer caso se pueden citar La República de Platón, La Política de Aristóteles, la Utopía de Tomás Moro o La Isla de Aldous Huxley. Nunca han tenido lugar, reflejan una ideología y unos valores, y en base a ellos se han pretendido justificar o han servido como referencias para actuaciones históricas posteriores de uno u otro signo.

Mas en el otro caso, el de las profecías cumplidas, se dan casos bien sorprendentes y cercanos. Me refiero a Un mundo feliz de Aldous Huxley, 1984 de George Orwell y Fahrenheit 451 de Ray Bradbury.

Un mundo feliz fue escrito por Aldous Huxley en 1932. En él se describen tecnologías reproductivas, cultivos humanos, sistemas de hipnopedia (el llamado soma) y, en definitiva, una sociedad en la que los seres humanos pretenden ser felices sin familia, sin diversidad cultural, sin arte, sin avance científico, sin literatura, sin religión ni filosofía.
Existían los llamados “salvajes” como muestra humana poco evolucionada, que conocían la alegría pero también sentían el dolor y la angustia, pero la sociedad tenía unos valores derivados de una felicidad artificial basada en la manipulación, la falta de libertad de elección, la falta de libertad de expresión, la falta de ejercicio intelectual, la falta de expresión emocional, y con una pretendida felicidad basada en el consumismo y en humillantes diferencias genéticas, sociales y laborales.

Todo ello nos toca ya muy de cerca, como sistema, y una falta de bioética global podría traer el resto.

1984  fue escrita por George Orwell y publicada en 1949. En esta obra el omnipresente y vigilante Gran Hermano ejerce un control total en una sociedad sin ninguna posibilidad de privacidad, con una ubicua policía del pensamiento  y una neolengua vigilante del léxico y la represión del mismo, sabedores de que lo que no existe en el lenguaje no puede ser pensado.
Que conteste cada uno/a para sí mismo/a si no vivimos ya en una Sociedad Orwelliana totalitaria y represora.

Fahrenheit 451 fue escrita por Ray Bradbury en 1953. Se nos presenta en ella una sociedad en la que los libros están prohibidos, se queman los libros, aunque existen disidentes perseguidos que los conservan, leen, ocultan y memorizan. Es una civilización esclavizada por el conformismo y los tranquilizantes. Grandes pantallas de televisión ocupan las paredes y emiten folletines interactivos, y la gente vive en un infierno conformista en el que sólo se escucha música simplona y noticias banales, mientras circulan por las avenidas con coches de gran potencia y velocidad.
Todo ello ya no es novedad.
Estas tres obras maestras de la literatura del siglo XX han resultado ser profecías cumplidas, en general para desgracia de la mayoría. Mucho tendría que cambiar y reaccionar la humanidad para salvarse y evitar estos hechos consumados, que no hace muchos años eran meras distopías. Asombrosa fue la capacidad de análisis sistémico de sus autores cuando se escribieron estas premoniciones.