jueves, 28 de marzo de 2013

El amor de Lancelot.



 
 
 
 
En tiempos remotos, la isla que hoy integran Inglaterra, Escocia y Gales, era llamada Logres por sus habitantes, descendientes de grupos raciales diversos, pero llamados “britones” por los romanos a causa de una tribu así conocida, de origen celta, con la cual entablaron buenas relaciones tras la invasión de la isla, la cual tuvo lugar en el siglo I.
Muchos integrantes de las legiones se habían convertido al cristianismo, religión que predicaron a los habitantes de Inglaterra. De este modo, lo que con los años seria la Gran Bretaña (Great Britain), fue cristiana antes que el resto de Europa septentrional.
Roma ocupó la isla durante más de tres siglos, y terminó por abandonarla a principios del siglo V. Exactamente en el año 410 se fue la última legión romana. Los “ingleses” entre tanto, habían alcanzado cierto grado de bienestar gracias a la paz romana. Sus iglesias eran ricas, y la economía rural y minera se había desarrollado, aunque no sobrepasara lo que era normal en el sur de Europa.
Los pueblos semi-bárbaros que vivían en el norte, comenzaron a codiciar los bienes poseídos por aquellos pueblos. Inspirados en una mitología guerrera, y anhelantes de riquezas, comenzaron a asolar las costas de Inglaterra, robando, incendiando y violando.
Los “viejos dioses”, como llamaban a sus divinidades, exigían la muerte de los cristianos, empresa que parecía a su alcance cuando los romanos dejaron de defenderlos. Las primeras incursiones fueron fáciles, con lo cual las mismas se multiplicaron y llegaron hasta el corazón mismo de Gran Bretaña. Al finalizar las tormentas invernales, salían las hordas de Dinamarca y de Germania rumbo al este y al sur de la isla, sembrando a su paso dolor y destrucción, sometiendo a los vencidos a tributo o esclavizándolos.
Algunos jefes de tribu pretendieron resistir sin éxito. Pasaban los años añorando los viejos tiempos de paz, hasta que un señor valeroso y ambicioso llamado Constantine, consiguió formar un pequeño reino en el sudoeste, cerca de Gales, preservándolo de las invasiones.
Constantine tuvo tres hijos: Constance,  Aurelius y Uther. Al morir el padre, su primogénito fue asesinado  por un señor galés llamado Vortinger, coronándose rey. Este creyó posible la paz con los bárbaros sajones, intentando llegar a un acuerdo con uno de sus jefes. Invitado éste a una gran fiesta para celebrarlo, Vortinger fue engañado y hecho prisionero.
Para salvar su vida tuvo que ceder sus tierras, poblados y siervos. Huyó a las montañas de Gales, donde consiguió reunir hombres con los cuales quería vengarse del invasor, ya que todo el sur de la isla estaba asolado.
Mientras tanto, la viuda de Constantine había huido con sus otros dos hijos, pero Merlin vaticinó que estos volverían a vengarse de Vortinger y arrebatarle el reino.
Así sucedió, volvieron con setecientos navíos sin que el rey pudiera hacer nada contra ellos. Uther pasaría a reinar, emprendiendo grandes hazañas en busca de la libertad y la paz de sus dominios.
Tuvo un hijo que se llamó Arturo, que sería más adelante el que impondría su autoridad como vaticinó Merlin, y que junto a sus caballeros de la Tabla Redonda, siendo Lancelot el más poderoso y su brazo derecho, protagonizarían todos ellos las leyendas artúricas. Caballeros errantes en busca del Grial rodeados de hechiceros y magia.
Durante unos años, toda la atención de Arturo giró en torno a conseguir la expulsión de los paganos de tierras de Bretaña. Para esa larga tarea, comenzó con la elección de un amplio grupo de caballeros valientes y virtuosos, con quienes formó su corte y sentó sus principios de gobierno, obligando a todos los habitantes de su reino a obedecerlos al margen de su condición social. De este modo y con su ayuda logró pacificar el país
Entonces Arturo decidió que ya era hora de someterse a la coronación y realizar  casamiento, idea que había ido posponiendo, porque reconocido como rey de Bretaña cuando contaba 15 años.
En una de sus aventuras, Arturo había conocido a la hija del rey Leodegrace, soberano de las tierras de Cameliard, Guenevere, a la que no había podido olvidar. Ordenó a Merlin que formara un séquito y que se dirigiera a su corte a pedir su mano.
Leodegrace aceptó y le envió como regalo la mesa redonda que en cierta ocasión le diera Uther, a la cual podían sentarse ciento cincuenta caballeros.
Arturo, feliz, dispuso en seguida que su mejor amigo y jefe de los caballeros, Sir Lancelot, acudiese a recibir a su prometida y la condujese a palacio. Fue así como al verse, y siendo ambos de parecida edad mucho más jóvenes que el rey, surgió el enamoramiento, aunque ambos guardaron para sí aquellos sentimientos. Llegaron a Camelot, a donde llevaron  la Mesa o Tabla Redonda. Allí se celebró la boda, la cual sería seguida por la coronación del rey Arturo.
Se dispuso la Gran Tabla Redonda en el salón de honor del palacio junto a sus 150 asientos. La intención de Arturo consistía en hacer jurar a todos los caballeros que iban a tomar sitio en la Mesa, una absoluta limpieza de pensamiento y una lealtad inconmovible a los altos principios que regían su reino. Debían consagrar sus vidas a Cristo y luchar por la implantación de un modo de vida ejemplar que se extendiera a toda Inglaterra.
Cuando la mesa estuvo dispuesta, se sentaron todos a ella y el Arzobispo de Canterbury la bendijo. Entonces se produjo un gran estruendo de truenos y música celestial. Los corazones de todos se colmaron de dicha, y el rostro de Arturo pareció bañarse en una luz sobrenatural.
Merlin entonces pidió a los caballeros que se acercaran al rey y le rindieran homenaje. Cuando cada uno se arrodillaba ante el monarca y hacia su juramento, Merlin hacia aparecer su nombre en letras de oro en el respaldo de sus respectivos asientos; todos menos tres que se reservaron para los caballeros que ganaran más prestigio cada año (uno de los tres, al que nadie debía osar sentarse salvo muerte fulminante, estaba destinado al autor de la hazaña de más riesgo).
Arturo enseguida advirtió que no era una mesa ordinaria aquella por el dispuesta, sino algo en que Dios mismo se veía materializado. Sobre él y su séquito recaía ahora una bendición y así quedaba instaurada la fundación de La Orden de La Tabla Redonda. Poco podía imaginar Arturo que, apenas establecida la orden,  surgiría la discordia.
Al día siguiente se celebró la boda y se dispusieron para el banquete. Los caballeros se fueron sentando junto al rey en la tabla redonda según sus rangos y grados, incluidos los hijos de su hermana Morgana que ocupaban un lugar de privilegio junto a él.
Guenevere, ya proclamada reina, aunque presidia el banquete como anfitriona, se sentaba en una mesa aparte junto a las damas invitadas desplegando una parecida magnificencia en su estancia y dando muestras como anfitriona de unas refinadas maneras que serian imitadas y que se extenderían por toda Bretaña.
Los británicos conservaban una antiquísima costumbre, en virtud de la cual, hombres y mujeres no debían sentarse juntos a la mesa. Los nobles no llevaban nunca a sus esposas cuando asistían a los banquetes.
Más tarde el rey Arturo, que no en vano pasó a la historia como rey galante, iba a romper con esa tradición.
Todos los caballeros juraron atenerse a la regla dictada por Arturo, comprometiéndose a renovar sus votos cada año en la fiesta de Pentecostés. También se acordó que esa fuera la fecha para la coronación, cuando el tiempo era más templado. Fueron invitados todo tipo de señores y gobernantes, como también príncipes del continente.
Nunca hasta entonces se había visto tanto esplendor. La coronación del rey Arturo y de Guenevere pasó a la leyenda como uno de los acontecimientos más esplendorosos y deslumbrantes.
Lancelot du Lac, no era inglés ni galés. Se trataba en realidad de un caballero nacido en Bayona, cerca de la frontera franco-española. Era hijo del Rey Ban de Banwick, deformación fonética inglesa de Bayona.
 Se llamaba “du Lac”, porque según se afirmaba, había sido robado de pequeño por la Dama del Lago. Ésta quería un hijo, y al serle negado por el Cielo, optó por raptar al más bello de los infantes para criarlo y educarlo en su reino. Era muy poderosa y poseía propiedades no sólo en Inglaterra sino también en Francia, pues como la familia de Lancelot, también provenía del continente.
Nada se dice sobre las causas que guiaron a Lancelot a preferir la corte del rey Arturo a la de su padre o a la del rey francés. Sólo se comenta que llegó a Camelot muy mal trajeado y que se abrió camino por sus propios méritos, omitiendo decir al principio que era hijo de un rey.
Pronto se pasa a mencionar que era uno de los más importantes miembros de la orden creada por el rey Arturo, la cual no tardó en capitanear. Tras pasar los dos un par de años en Francia,  volvieron a Bretaña. Para entonces Lancelot ya era el brazo derecho indiscutible del rey, al que había jurado dedicar la vida a su servicio, y ser siempre el campeón de la reina.
Nunca fue vencido en combate y su valor resultaba proverbial en todo el país. Sólo le presentaban batalla los que ignoraban quién era, sinó se declaraban vencidos de antemano, y le reconocían como el mejor hombre de armas ante el que nadie se hubiera enfrentado nunca.
Llevaba a cabo aventuras sin par, escapando de ardides de damas urdidos para comprometerle, haciéndole victima de innumerables estratagemas y  sufriendo tentativas de asesinato.
Lancelot, el más fuerte, el más alto e invencible caballero, empezó a aburrirse en sus aventuras y comenzó a caer en una rutina que le llevó a perder la ilusión. Nada ni nadie le llenaban, salvo su amor por la reina.
El rey,  preocupado, envió a la reina para que le diera ánimos, ya que al haber paz y sin batallas que pelear, debía recomendarle buscar nuevas metas y conquistar más altos y loables ideales.
Arturo no podía imaginar por entonces que ese acercamiento para aconsejarle e  instruirle en sus pensamientos iba a despertar el amor dormido que la reina sentía. Mantendrían en adelante en secreto su historia de amor.
Recorrió las tierras de Bretaña y Gales, especialmente aquellas donde la ley empezaba a flaquear. De este modo llegó a una aldea donde Lancelot fue requerido para liberar a una dama presa de un dragón encerrada en una torre. Liberada la bella Elaine, hija del rey Pelles, ésta se quedó prendada del caballero y mediante una pócima que le dieron a beber después de cenar,  consiguió hacerle yacer con ella.
Al despertar del encantamiento y ver lo ocurrido, aterrado y dolorido por haber traicionado el amor de su reina, volvió corriendo a  Camelot. Lancelot pensaba que su vigor en las artes caballerescas emanaba de los votos de lealtad hacia sus reyes, de servirles y permanecerles fiel. Angustiado, ejercía sus funciones habituales, adiestramiento de los caballeros e inspección de escudos y armas que se llevarían a la batalla; no podía soportar el haber traicionado su juramento.
Elaine tuvo un hijo varón, afirmando que era hijo de Lancelot, al cual  puso como nombre, Galahad. La noticia pronto llegó a Camelot, causando dolor y furia en la reina que le tildó de traidor y de ser indigno de la corte. Lancelot consideró con desaliento que había perdido su honor y el respeto, y que ya no sería en adelante un ejemplo para nadie. Explicó lo ocurrido, y aunque ella excusó en parte su conducta, ambos se sintieron muy desgraciados durante un tiempo.
Volvieron a salir los caballeros de aventuras, y cuando regresaron victoriosos con todas las naves, el rey, orgulloso, celebró una gran fiesta. Apareció  el rey Pelles con su hija Elaine y su nieto Galahad. Ella venía en calidad de esposa de Lancelot, todo lo cual dio origen a malévolos comentarios, ya que las malas lenguas dijeron que se iban a reunir en secreto. La reina haciendo caso de los rumores, echó a Lancelot de la corte, lo que le obligó a vagar por los bosques, privado de razón durante algún tiempo.
Pasados los años, se presentó Elaine en presencia de Lancelot y cuando recordó quien era, accedió a acompañarle a una Abadía de monjes blancos (cistercienses, orden fundada por Bernardo de Claraval), y allí le presentaron a su hijo Galahad, al que habían educado para que fuera un caballero. Lancelot se llenó de emoción al sentirse invadido de la honestidad y afecto que desprendía el muchacho de sólo 15 años. Otorgó a su hijo la Orden de la que él mismo se viera despojado, pero comprendió que todo el dolor y locura pasados habían servido para que emanara el bien del mal.
Volvió a la corte llevando a su hijo consigo, lo que produjo gran contento en Arturo. Para sorpresa de todos, cuando se fueron a sentar en la mesa, apareció el nombre de Galahad en el asiento que siempre se había mantenido vacío, el asiento peligroso, con la inscripción “este asiento es de Galahad llamado también el Alto Príncipe”. Después de tantos años el asiento se ocuparía por fin.
Galahad fue el nuevo caballero invencible de la Tabla Redonda, al cual estaba destinado el Santo Grial. El puro Galahad, hijo del esforzado Lancelot, cuyo amor pecaminoso le veda el progresar en tan santa aventura, siempre vestido de blanco (educado por monjes blancos, cistercienses), será un modelo de castidad y pureza sin vínculos pasionales con el mundo.
Los caballeros, ya de edad avanzada a estas alturas, decidieron partir en una nueva, grande y muy arriesgada aventura en busca del Santo Grial. Arturo  se entristeció. Para él significaba la dispersión de la Orden de la Tabla Redonda y el fin de su tarea como legislador pacífico. Volvería el caos a apoderarse del pueblo y sabía que ya nunca más se reunirían, la mayoría moriría en el intento. Lancelot mostró precaución, pero los otros caballeros pensaban que la vida ha de acabarse, y era propio de caballeros velar para que su final aportase prestigio individual y para la Orden.
Consiguió volver Lancelot con vida, pero la Orden se hallaba en decadencia. Las gestas eran aisladas y se narraban como un pasado glorioso. Pero la ruina completa sobrevino al estallar la guerra entre Arturo y Lancelot, fruto de las intrigas del clan de Orkney que deseaba la derrota de Arturo como rey, de su estado y del ideal que representaba como guía de espiritualidad.
Algunos caballeros de la Orden también creyeron llegado el momento de que el poder pasara a sus manos. Odiaban al más poderoso, Sir Lancelot, por lo que extendieron rumores de que la reina y el querían derribar al rey Arturo y estalló una guerra civil.
Lancelot tuvo que luchar para conseguir que la reina huyera, la batalla no se podía parar, todo el pueblo estaba soliviantado tomando partido por uno u otro bando, y él sabía que si le mataban, a ella le quemarían en la hoguera. Pero llegó un mensaje del Papa de Roma pidiendo al rey que respetara su juramento matrimonial volviendo con la reina, y que pactara la paz con Lancelot. Así ocurrió, pero Lancelot fue expulsado y partió rumbo a Francia.
Más adelante, Arturo murió de forma misteriosa en batalla contra Mordred. Su hermana Morgana le recogió en una barca y se lo llevó a Avalon. La reina entonces ingresó en un convento, y aunque más tarde Lancelot al enterarse volvió en su búsqueda, ésta quiso acabar su vida dedicándosela a Dios. Entonces él también lo hizo, haciéndose monje. Cuando tuvo noticia de la muerte de la reina no lo pudo superar, y en seis meses murió él también de tristeza.
Por obra y gracia de la literatura de ficción, el rey Arturo de Bretaña aparece como el monarca medieval más prestigioso, rodeado de una fastuosa corte de caballeros, los paladines de la Tabla Redonda, los defensores del orden y la cortesía en un mundo enigmático, en los límites de la realidad y la fantasía.
Muchos contribuyeron a la difusión de las leyendas artúricas, los “chanteurs” bretones difundieron y tradujeron  episodios fantásticos, en los que se expresaban reflejos de la  mitología céltica, una literatura épica oral de extrañas y antiguas raíces.
Chrétien  de Troyes es el escritor que en 1180 introdujo a Lancelot y los temas artúricos en la tradición de la novela europea y fue el padre de la novela francesa. Las figuras de Arturo y sus caballeros de la Tabla Redonda podían rivalizar con los de Carlomagno y sus doce pares, exaltados por la epopeya francesa. La épica se escribió antes de la lírica.  Mezcla las enseñanzas refinadas de los trovadores del amor cortés con motivos y figuras de variado origen integrándolos en  hábiles relatos.
Es en el libro de “El Caballero de la Carreta”  donde Lancelot  aparece como protagonista, encarnando uno de los personajes más influyentes de los creados, o al menos configurado espiritualmente de modo perdurable por Chrètien.
Entre los más aguerridos caballeros de la Tabla Redonda, Sir Lancelot ocupaba el lugar más destacado. Había dado prueba de sí mismo, acrecentando su honra y dignidad hasta ganar fama como el mejor caballero del mundo. Nadie le derrotaba en la batalla ni en el torneo, salvo por traiciones o encantamientos. Ya bien joven había escuchado la profecía de Merlin según la cual estaba destinado a ganar preeminencia en la Orden de Caballería. Él se había empeñado en dar cumplimiento a la profecía, desdeñando todo lo que no fuera su oficio de caballero hasta superar a todos.
Lancelot amaba profundamente a la reina, desde el mismo momento en que la viera por primera vez, y le amó hasta su muerte. En el siglo XII, se produce un “renacimiento” cultural que trajo consigo la literatura del amor cortés: el caballero andante al servicio de la dama. Son muchos escritos los que recogen los amores de la reina Guenevere y de Lancelot, desde las narraciones orales de origen galés y los romans de Chrétien de Troyes, hasta la obra de Thomas Malory escrita en el siglo XV.  Lancelot amaba al rey, pero sucedió que al no tener rival, sintió que su destreza se echaba a perder, y sus ánimos decayeron.  El rey,  preocupado, y tras mantener un largo consejo con la reina Guenevere (Ginebra), ésta le prometió hacer de Lancelot el primer  paladín de la justicia del rey, preparándole para importantes aventuras. Esto dio pie a los amores entre ambos, y al declive de Lancelot, puesto que ya los problemas y la tristeza no tuvieron fin.

Fuente N.B.


 
 

 

 

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