lunes, 23 de junio de 2014

Sobre el abuso del lenguaje, con una nota acerca de los precedentes en filosofía y ciencia.





Además de la imperfección natural del lenguaje y la oscuridad y confusión que tanto cuesta evitar en el uso de las palabras, las personas cometen errores voluntarios y descuidos al comunicarse.
El primero y más palpable abuso de este tipo es usar palabras carentes de ideas claras y distintas, o peor aún, signos que no significan nada. En todos los idiomas existen ciertas palabras que cuando se las examina, demuestran no significar ninguna idea clara y distinta, ni respecto a su origen ni a su uso apropiado.
Hay otros que llevan el abuso aún más lejos: como no se cuidan de no utilizar palabras que apenas se refieren a ninguna idea clara y distinta, usan de manera familiar, con imperdonable negligencia, palabras que en el lenguaje apropiado se asocian a ideas muy importantes, sin darles ningún significado diferenciado. Son palabras frecuentes en boca de las personas, pero si a muchos de quienes las usan se les preguntara qué significan con ellas se quedarían tiesos y no sabrían qué contestar: clara prueba de que, aunque han aprendido las palabras y las tienen siempre en los labios, no hay en sus mentes ninguna idea determinada que quieran comunicar con ellas a los demás.
Aunque la gente se las arregla en las circunstancias normales de la vida cuando quiere hacerse entender, cuando se pone a razonar sobre sus principios o intereses, llena palmariamente su discurso con una jerigonza vacía, en especial en lo relativo  a las cuestiones morales, donde la mayoría de las palabras no coexisten regular ni permanentemente en la naturaleza, son con frecuencia puros sonidos, o evocan nociones muy oscuras e inciertas asociadas a ellas.
La gente adopta las palabras que oye a sus vecinos, y para no parecer ignorante de lo que estas significan, las emplea a sus anchas, sin romperse la cabeza en pos del sentido exacto. Además de comodidad, obtiene de este modo una ventaja: pese a que en su discurso rara vez tiene razón, rara vez puede probarse que se equivoca.
Otro abuso del lenguaje es la oscuridad afectada. La palabrería docta ha prevalecid en los últimos tiempos, por obra e interés de quienes no hallaron mejor manera de obtener autoridad y poder que entretener a las personas de negocios y a los ignorantes con palabras difíciles, o enredar a los ingeniosos y ociosos en disputas intrincadas acerca de términos ininteligibles, y tenerlos siempre desorientados en ese laberinto infinito.
Sería bueno para la humanidad, cuyo interés es conocer las cosas como son y hacer lo debido, no empeñar la vida en habladurías y juegos de palabras, que el uso de las palabras fuera llano y directo, y que no se empleara el lenguaje, que puede aumentar el conocimiento y cementar el vínculo social, para oscurecer la verdad y desestabilizar los derechos de la gente.
Otro gran abuso de las palabras es tomarlas por cosas. Los nombres tomados por las cosas pueden confundir el entendimiento. Pero cualquiera que sea el inconveniente que se sigue de esta confusión de palabras, estoy seguro de que por el uso constante y familiar, estas inspiran nociones muy alejadas de la verdad de las cosas. Como las palabras a las que se han habituado las personas desde hace mucho tiempo están grabadas en sus mentes, no es extraño que no puedan deshacerse de las nociones erróneas que se asocian con ellas.
Otro abuso de las palabras, más general aunque quizás menos observado, estriba en que las personas, al asociarlas a ciertas ideas durante un uso continuo y familiar, tienden a imaginar que existe una conexión tan estrecha y necesaria entre los nombres y el significado que les dan que se precipitan a suponer que uno no puede sino entender lo que ellas quieren decir, y por tanto, debe aceptar las palabras pronunciadas como si estuviera fuera de toda duda que, en el uso de esos sonidos comunes, el hablante y el oyente han de tener las mismas precisas ideas. Por ello suponen que al usar un término en conversación exponen, por así decirlo, la cosa de la que hablan delante de los demás. Y como igualmente creen que las palabras ajenas significan por naturaleza justo aquello a lo que ellos mismos están acostumbrados a aplicarlas, nunca se molestan en explicar las propias o entender con claridad los significados de los demás.
Las personas toman las palabras como las marcas constantes y regulares de nociones aceptadas, cuando en verdad no son sino los signos voluntarios e inestables de sus propias ideas, Y sin embargo a las personas les resulta extraño que se les pregunte el significado de sus términos.
Para concluir estas consideraciones sobre la imperfección y el abuso del lenguaje, diré que los fines del lenguaje, cuando conversamos con los demás, son principalmente tres: dar a conocer una persona a otra sus ideas, hacerlo con tanta facilidad y rapidez como sea posible, y transmitir así el conocimiento de las cosas. No se produce el conocimiento de las cosas transmitidas por las palabras cuando las ideas no concuerdan con la realidad de las cosas. Aunque sea un defecto que se origina en nuestras ideas se extiende también a nuestras palabras, cuando las usamos como signos de entes reales que nunca han tenido realidad o existencia alguna.
Como en el mundo el ingenio y la fantasía se disfrutan más que la dura verdad y el conocimiento real, las expresiones figuradas y las alusiones rara vez se tendrán por imperfección y abuso del lenguaje. Sin embargo, si queremos hablar de las cosas tal como son, todas las aplicaciones artificiosas y figuradas de las palabras que ha inventado la elocuencia no sirven sino para sugerir ideas incorrectas, agitar las pasiones y confundir el juicio, siendo pues una trampa.
John Locke (1632-1704)
 
Nota:
Parece bastante evidente la influencia que tuvieron las ideas de Locke (1632-1704) acerca de las palabras y el lenguaje en la muy posterior Filosofía del Lenguaje de Wittgenstein (1889-1951). Nadie parte de cero, y la parte que falta por desarrollar en cualquier teoría siempre suele ser la más importante. Los gigantes se suben a hombros de otros gigantes, y eso es bueno para el avance del conocimiento humano.
Por ejemplo, Poincaré (1854-1912) ya había tratado sobre la relatividad antes que Einstein (1879-1955), si bien no llegó a postular la constancia de la velocidad de la luz respecto a cualquier sistema de referencia, la equivalencia entre masa y energía, etc. Es imposible que Einstein no conociese el trabajo de Poincaré y es claro que el mérito de la Teoría de la Relatividad Restringida y Generalizada es de Einstein.
Pero Einstein no mencionó ni citó a Poincaré nunca para nada en absoluto. Y creo que Wittgenstein tampoco a Locke. La vanidad es también cosa de genios.
 
 

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