jueves, 16 de enero de 2014

Libre y justo no es lo mismo cuando se habla del comercio.




Existe una descripción del impacto de la clase capitalista en unos términos que podrían aplicarse hoy a la Organización Mundial del Comercio (OMC):
Ha hecho de la dignidad personal un simple valor de cambio. Ha sustituido las numerosas libertades escrituradas y adquiridas por la única y desalmada libertad de comercio. (…) Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen añejas antes de llegar a osificarse. Todo lo estamental y estancado se esfuma; todo lo sagrado es profanado.
(Karl Marx y Friedrich Engels, El Manifiesto Comunista, 1848.)
 Los defensores de la OMC rechazarían términos cargados de juicios de valor como “desalmada”, pero aparte de eso aceptarían esta descripción de lo que intentan lograr. Que el libre comercio es un objetivo de importancia prioritaria está implícito en las decisiones de los grupos especiales de la OMC. También estarían de acuerdo con que un libre mercado global acabaría con el “cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos” y considerarían esto algo bueno, porque esas creencias limitan el uso de la creatividad individual que beneficia tanto al productor que innova como a los consumidores que pueden sacar ventaja de ello.
Ya aceptemos o rechacemos la idea de que la globalización económica es buena, podemos preguntarnos si hay formas de hacer que funcione mejor, o menos mal. Incluso aquellos que aceptan el argumento general a favor de los beneficios económicos de un mercado libre global deberían preguntarse hasta qué punto puede funcionar bien un mercado libre global en ausencia de una autoridad global que establezca niveles mínimos en cuestiones como el trabajo infantil, la seguridad en el trabajo, el derecho a constituir sindicatos, y a la protección del medio ambiente (…).
(…) Si una élite dominante no se preocupa de la clase obrera, o de la gente de una región particular de su territorio , puede no tener en cuenta el coste que para esas personas supone contaminar el aire o el agua, ni la cuestión de trabajar largas horas por poco salario. Los países gobernados por esas élites pueden tener una ventaja competitiva sobre otros que proporcionen unas condiciones mínimas a sus trabajadores:
Una proporción cada vez cada vez mayor de la producción mundial  emigra a países que hacen peor la contabilidad de costes, lo que es una receta segura para reducir la eficiencia de la producción global.
(H. Daly, Globalizations and its Discontents, 2001.)

El resultado es que el nexo entre el bienestar humano y el crecimiento de la economía global, incompleto en el mejor de los casos, se erosionará más aún.
P. Singer, Un solo mundo. La ética de la globalización, 2003.

 
 
 

 

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