domingo, 6 de julio de 2014

Meritocracia, Democracia, Plutocracia, valores "ad hoc", y la mezcla de "churras" y "merinas".



 
 
Los juegos del lenguaje se convierten frecuentemente en “timos” del lenguaje. Las palabras, los conceptos y la realidad no suelen coincidir, nos engañan. Las medias verdades actúan como las mentiras, aunque se “venden” mejor.
Las ideologías “cuelan” mejor mezclando “churras y merinas”, no conviene poner la cosa demasiado fácil al entendimiento. De la infraestructura económica surgen la ideología y los valores que la legitiman, y no al revés, aunque frecuentemente se afirme lo contrario.
La ideología liberal defiende una concepción meritocrática de la sociedad, según la cual la sociedad se estratificaría en función del mérito de cada persona, y sostiene que es justo que así sea, lo cual justificaría sin más las desigualdades y diferencias sociales existentes.
Pero la ideología liberal también defiende la democracia política formal, según la cual la dirección política de la sociedad se encomendaría a los elegidos por la voluntad de la mayoría de los ciudadanos votantes, lo cual aún deja un amplio margen de aplicación de la meritocracia en las funciones públicas, y otros tipos de cargos, o mejor aún, en todo tipo de cargos.
El problema radica en la definición de lo que se entiende como “mérito”. Inevitablemente, adjudicar mérito requiere comparar las múltiples competencias de cada persona con las de las demás, y llegar a saber quién “aporta” más a la sociedad. Esto nos conduce a otro problema de clarificación: ¿quién aporta más de qué?...¿bienestar, riqueza, bondad, justicia, sabiduría, virtud, esfuerzo, formación, educación, experiencia, creatividad, inteligencia…?
A todo ello se podría contestar que el proceso es “automático”, y que quien tiene más mérito, tiene más éxito. Pero, en definitiva ¿qué se entiende por “éxito”, o “fracaso”, o “felicidad”…? En la vida real es difícil definir y medir tales conceptos.
La ideología liberal elige una unidad de medida del mérito: el dinero. Lo cual nos lleva a otro problema, ya que el dinero se puede obtener de varios (no muchos…) modos, maneras y formas, no todos igualmente “meritorios”. Ello induce a omitir las cuestiones éticas relativas a su logro u obtención, y admitir que el dinero es una medida-patrón única y absoluta del mérito.
Lo anteriormente expuesto justificaría además que quienes tienen dinero, mucho dinero, ostenten el poder: es la llamada plutocracia, que se caracteriza porque el poder está en manos de aquellas personas que tienen posiciones económicas más ventajosas, poseyendo simultáneamente riqueza y poder.
Se “resuelve” así un círculo vicioso y global, en el cual los plutócratas ostentan el poder de facto, los políticos gobiernan por y para ellos, y los altos cargos  funcionariales administran por su mérito, medido como eficacia y eficiencia económica.
El problema residual y secundario generado, colateral se podría llamar, consistente en que muchas personas no acepten que eso sea “meritorio”, sin más consideraciones personales, sociales, familiares, circunstanciales, éticas, etc. se intenta neutralizar desprestigiando ante la sociedad a quienes piensen así, utilizando para ello todos los medios al alcance que, por cierto, son muchos.
Y me temo que en ello están, mezclando “churras y merinas”, con mentiras muy gordas, y verdades a medias, legitimando lo injustificable. En cuestión de valores e ideología se hace cada vez más preciso contrastar con cuidado las palabras, los conceptos y las realidades. O sea, utilizar el pensamiento crítico, en vez del alienante pensamiento único.
 
 

 

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