viernes, 30 de enero de 2015

Argumentos y falacias, o cómo "nos venden la moto".




 
 
 
En tiempos de “ética global en construcción” se hace necesario disponer de una defensa moral frente a las falacias éticas, y saber argumentar para tener lucidez en la interpretación de los hechos que acaecen en la esfera económica. Actualmente casi todo en la vida se ha reducido a economía, y ante la “moralidad” de los grandes sistemas económicos, se siente frecuentemente un sentimiento de frustración, debido a lo poco que podemos hacer para entender y actuar individualmente de forma eficaz.
 
Como ejemplo, el tiempo de permanencia medio de las acciones o valores bursátiles en manos de un titular era anteriormente de unos veinte años. Actualmente es inferior a un minuto. Queda claro que la búsqueda especulativa de beneficio a corto hace imposible la vinculación a proyectos industriales, geográficos, o sociales duraderos.
 
La economía se ha vuelto global, pero las personas y sus gobiernos no. Los agentes económicos son globales, los agentes sociopolíticos no lo son, lo cual no quiere decir que en el mundo no se gobierne de una forma más o menos global, aunque no se perciba. Lo hacen las grandes instituciones económicas y financieras, las grandes potencias y las grandes empresas multinacionales. Se les llama “los mercados”.
Discutir es muy cansado, les resulta más práctico controlar los medios de comunicación y pensamiento, defendiendo un cientifismo económico que en realidad es ideológico, una teología económica o una especie de religión civil. Se busca la no crítica, seguir el “main stream”, o sea la corriente. Los nichos culturales producen nerviosismo, no se admite el debate, no se quiere que la gente piense. Se quiere evitar el pensamiento crítico fomentando un pensamiento único no disidente que  siga la corriente: el “main stream” de un sistema pseudodemocrático y neoliberal, el llamado fin de la Historia.
Cada vez es más difícil encontrar “pensamiento independiente” basado en la dignidad y el estímulo intelectual honesto. Una serie de falacias ocupan su lugar, son marcos pre-argumentativos de inevitabilidad: no hay alternativas, no hay nada que decidir, solo queda gestionar. Las estructuras de poder han tomado el camino del fin de la política para comenzar el reinado de la gestión, arropados por fundaciones, “think tanks”, escuelas de negocios y universidades. Las alternativas económicas y la economía justa y solidaria no interesan, salvo a minorías informadas y concienciadas.
Sin embargo, la economía no se rige por las leyes de la naturaleza, sino por leyes humanas, ideologías e intereses. A diferencia de la naturaleza, en economía hay una ética que distingue el ser, lo que es, el “es lo que hay”, de aquello que debe ser. Pero no interesa.
Hay poco espacio social para el pensamiento independiente sin apoyo dinerario. Para investigar y tener proyectos hace falta dinero, entre otras cosas. Lo sostenible no coincide siempre con lo justo. Las falacias se ocultan tras el lenguaje. Por ejemplo, se llama mercado de libre competencia al comercio mundial desregulado y controlado por los más fuertes, a quienes se pondera como más eficientes y productivos. Se escribe de “religiones civiles”, pero se modifican o se rompen los  “contratos sociales”. Se dice que las pensiones no son sostenibles en el tiempo, sin tener en cuenta otras opciones de financiación y las futuras productividades tecnológicas que cambiarán a lo largo de las décadas, como lo han hecho anteriormente. En los procesos de toma de decisión, se confunde la ética del diálogo y de la deliberación con la negociación comercial basada en fuerzas de distintos tipos. Y así tantos otros temas.
Las argumentaciones económicas falaces se pueden distinguir por las pautas que en ellas se detectan, por ejemplo: son instrumentales y ajenas a cualquier reflexión sobre medios y fines, son utilitaristas y suelen reconocer la única utilidad racional del dinero y la ganancia “máxima” (ganancia sí, hay que obtenerla para poder invertir, mantener y crear empleo, innovar y ser sostenible económica, social, y medioambientalmente), siguen cadenas simplistas de acciones y consecuencias, diluyen la responsabilidad o son ciegas a ella, admiten daños colaterales “inevitables”, y aspiran al cientifismo de la economía.
Esas argumentaciones son falaces porque no admiten otras posibilidades y obvian lo moral, sustituyéndolo por el “mecanicismo” del mercado, llegando a otorgar un superior valor moral a la llamada libertad individual y a la propiedad privada, de forma indiscutible e ilimitada, sin restricciones posibles en el límite.
En este proceso global de mundialización, solos y sin solidaridad ni cooperación, individualmente somos “carne de cañón”, hacen mucha falta las redes de economía solidaria que generen acción en vez de frustración.
Es de temer que no nos libremos de tener que “calmar a los mercados”, oír hablar de economías en ruinas, de naufragios del sistema con rescates o sin ellos según “convenga”, de siglas honorables y terminologías especializadas que aumentan la desinformación y el temor a lo desconocido, y conflictos de intereses con agencias de ratings incluidas. La lucidez no elimina el sufrimiento, pero ayuda cuando te toman por tonto. Sin olvidar que, en caso de disonancia cognitiva, unos cambian de opinión o lo hacen otros, y si no, cambia la opinión de unos respecto de otros, para no sufrir, ni cuestionarnos, ni enfrentarnos, cuando lo que hacemos no coincide con lo que decimos o lo que creemos, o nos quieren hacer creer.
La austeridad, la eficacia y la eficiencia, el I+D+i, etc. son imprescindibles. Pero pueden ser simplismos cuando la situación de poder está ya predeterminada y las relaciones causa-efecto ya no dependen ni del esfuerzo ni de la inteligencia. Previamente conviene preguntarse por el qué y el cómo, también el por y para qué, y  sobre todo, para quiénes. Es  que, visto “a posteriori”, algunos siempre se arreglan para estar en el lugar y momento adecuados realizando las acciones oportunas, o mejor dicho, "políticamente correctas".
 
 
 
 
 
 
 
 

 

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