viernes, 12 de octubre de 2012

Sobre las diferencias culturales y éticas.






Decimos que alguien tiene cultura cuando posee una serie de conocimientos no específicamente profesionales. Pero la Cultura no es eso. La Cultura es el conjunto de soluciones que un grupo social da a los problemas humanos: su forma de vida (incluido el lenguaje, la tecnología, las instituciones, usos, costumbres, etc...).

Hacer juicios transculturales es una osadía, y una impertinencia, porque cada persona está condicionada en gran medida por su educación y costumbres entre otras cosas.

Ciertamente unas culturas fracasan y desaparecen, mientras otras "triunfan", pero ello no debe de implicar juicios de superioridad o inferioridad, aunque pueda existir una superioridad tecnológica, o un problema de  decadencia social, pero no necesariamente una superioridad cultural, y menos aún una superioridad ética.



En 1854, el Presidente de los Estados Unidos de América, Franklin Pierce, hizo una oferta de compra por una gran extensión de tierras en el noroeste de los Estados Unidos, en la que vivían los indios de la tribu Swaminsh, de la gran familia Sioux, ofreciendo en contrapartida crear una reserva para ellos. La respuesta del Jefe indio Seattle fue la siguiente:


“El Gran Jefe de Washington nos ha enviado palabras diciendo que desea comprar nuestra tierra.  Nos envía también palabras de amistad y buena voluntad. Apreciamos mucho esta delicadeza porque sabemos la poca falta que le hace nuestra amistad. Vamos a considerar su oferta, pues sabemos que, de no hacerlo,  vendrán con sus armas de fuego y tomarán nuestras tierras. El Gran Jefe de Washington puede confiar en la palabra del Gran Jefe Seattle, con la misma certeza que confía en el retorno de las estaciones. Mis palabras son inmutables como las estrellas del firmamento.

¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra?, esta idea nos parece extraña. Si no somos dueños de la frescura del aire, ni del brillo del agua, ¿Cómo podréis comprarlos? Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo, cada aguja brillante de pino, cada grano de arena de las riveras de los ríos, cada gota de rocío entre las sombras de los bosques, cada claro en la arboleda y el zumbido de cada insecto son sagrados en la memoria y tradiciones de mi pueblo. La savia que recorre el cuerpo de los árboles lleva consigo los recuerdos de los nuestros.

Los muertos blancos olvidan la tierra donde nacieron cuando emprenden su paseo por entre las estrellas, en cambio nuestros muertos, nunca pueden olvidar esta bondadosa tierra, pues ella es nuestra madre. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas, el venado, el caballo, el gran águila, todos son nuestros hermanos. Las escarpadas montañas, los húmedos prados, el calor de la piel del potro y el ser humano, todos pertenecemos a la misma familia.

Por eso, cuando el Gran Jefe de Washington manda decir que desea comprar nuestra tierra, pide mucho de nosotros. Nos dice que nos reservará un lugar donde podremos vivir cómodamente. Él se convertirá en nuestro padre y nosotros en sus hijos. Por lo tanto, vamos a considerar su oferta de comprar nuestra tierra. Pero no es fácil, ya que esta tierra es sagrada para nosotros.

Esta agua cristalina que fluye por los arroyos y corre por los ríos no es solamente agua, sino también sangre de nuestros antepasados. Si os vendemos la tierra, debéis recordar que es sagrada, y debéis enseñar a vuestros hijos que es sagrada, y que los reflejos misteriosos sobre las aguas claras de los lagos hablan de acontecimientos y recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo del agua de los ríos es la voz de los padres de nuestros padres. Los ríos son nuestros hermanos, ellos calman nuestra sed. Los ríos llevan a nuestras canoas y nos dan peces para alimentar a nuestros hijos. Si os vendemos nuestras tierras,  debéis recordar y enseñar a vuestros hijos que los ríos son nuestros hermanos y también los suyos, y por tanto debéis tratar a los ríos con la misma dulzura con que se trata a un hermano.

Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestro modo de vida. Tanto le importa un trozo de nuestra tierra como otro cualquiera, pues es un extraño que llega en la noche a arrancar de la tierra aquello que necesita. La tierra no es su hermana, sino su enemiga, y una vez conquistada la abandona, y prosigue su camino dejando atrás la tumba de sus padres sin importarle nada. Roba a la tierra aquello que pertenece a sus hijos y no le importa nada. Tanto la tumba de sus padres como los derechos de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, la tierra y a su hermano, el cielo, como cosas que se pueden comprar, saquear y vender, como si fuesen corderos o collares que intercambian por otros objetos. Su hambre insaciable devorará todo lo que hay en la tierra y detrás de sí dejarán tan sólo un desierto.

Yo no entiendo. Nuestro modo de vida es muy diferente. La sola vista de vuestras ciudades nos apena los ojos. No existe un lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ni hay sitio donde escuchar cómo se abren las flores de los árboles en primavera, o el movimiento de las alas de un insecto.  El ruido de las ciudades parece insultar los oídos. Y yo me pregunto: ¿ qué tipo de vida tiene el hombre si no puede escuchar el canto solitario del pájaro, ni las discusiones nocturnas de las ranas al borde de una laguna?.  Nosotros preferimos el suave susurro del viento sobre la superficie del lago, así como el olor de ese mismo viento purificado por la lluvia del mediodía, o perfumado por la fragancia de los pinos.
 
El aire es algo precioso, ya que todos los seres comparten el mismo aliento, el animal, el árbol, el ser humano, todos respiramos el mismo aire. El hombre blanco no siente el aire que respira, como un moribundo que agoniza durante muchos días es insensible al hedor. Si os vendemos nuestras tierras debéis recordar que el aire es precioso para nosotros, que el aire comparte su espíritu con la vida que sostiene. El viento que dio a nuestros antepasados el primer soplo de vida, también recibió de ellos su último suspiro. Si os vendemos nuestras tierras,  debéis conservarlas sagradas, como un lugar en donde hasta el hombre blanco pueda saborear el viento perfumado por las flores de las praderas.

Queremos considerar su oferta de comprar nuestras tierras. Si decidimos aceptarla, yo pondré una condición: el hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos. He visto miles de búfalos pudriéndose en las praderas, abandonados allí por el hombre blanco que les disparó desde el ferrocarril sin ni siquiera parar.  No comprendo como el humeante ferrocarril puede importar más que el búfalo, al que nosotros sólo matamos para poder vivir. ¿Qué sería del hombre sin los animales? Si todos los animales fuesen exterminados, el hombre también perecería de una gran soledad de espíritu, pues lo que ocurra a los animales pronto habrá de ocurrirle también al ser humano. Todas las cosas están relacionadas entre sí.
 
Debéis de enseñar a vuestros hijos que el suelo que pisan son las cenizas de nuestros antepasados. Decid a vuestros hijos que la tierra está enriquecida con las vidas de nuestro pueblo, a fin de que sepan respetarla. Es necesario que enseñéis a vuestros hijos, lo que nuestros hijos ya saben: que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra, les ocurrirá también a los hijos de la tierra. Cuando los hombres escupen en el suelo, se están escupiendo a sí mismos. Esto es lo que sabemos: la tierra no pertenece al ser humano, es el ser humano el que pertenece a la tierra.  Esto es lo que sabemos: todas las cosas están ligadas como la sangre que une a una familia. El sufrimiento de la tierra se convertirá en sufrimiento para los hijos de la tierra. El hombre no ha tejido la red que es la vida, sólo es un hilo más de la trama. Lo que hace con la trama se lo está haciendo a sí mismo.

Nuestros hijos han visto cómo sus padres eran humillados mientras defendían su tierra. Nuestros guerreros han sentido vergüenza, y ahora pasan sus días ociosos, mientras contaminan sus cuerpos con comida dulce y licor. Importa poco donde pasaremos el resto de nuestros días: no son demasiados. Unas pocas horas, unos pocos inviernos, y ninguno de los descendientes de las grandes tribus que alguna vez vivieron sobre esta Tierra, estarán aquí para lamentarse sobre las tumbas de una gente que un día tuvo poder y esperanza. Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios pasea y habla con él de amigo a amigo, quedará exento del destino común. Quizás seamos hermanos a pesar de todo, ya se verá algún día. Sabemos una cosa que quizás el hombre blanco tal vez descubra algún día: el Dios nuestro y el vuestro es el mismo Dios. Creéis que Dios os pertenece, de la misma manera que deseáis que nuestras tierras os pertenezcan, pero no es así. Él es el Dios de todos los hombres y su compasión se extiende por igual entre todos.

Esta tierra es preciosa, y despreciarla es despreciar a su Creador y se provocaría su ira. También los blancos se extinguirán, quizás antes que todas las otras tribus. Contaminan sus lechos, y una noche perecerán ahogados en sus propios desechos.  Camináis hacia vuestra destrucción rodeados de gloria, inspirados por la fuerza del Dios que os trajo a esta tierra y, que por algún designio especial, os dio dominio sobre ella y sobre nosotros. Ese destino es un misterio para nosotros, pues no entendemos por qué se exterminan los búfalos, se doman los caballos salvajes, se impregnan los rincones secretos de los densos bosques con el olor de tantos hombres y se obstruye la visión del paisaje de las verdes colinas con un enjambre de alambradas.

¿Dónde está el bosque?: Destruido.
¿Dónde está el águila?: Desapareció.
Es el final de la vida, y el inicio de la supervivencia.”
 
 
Eso mismo sigue pasando hoy día, o algo muy similar, en relación con la globalización y la gobernanza global. Se presenta como algo natural, bueno, e inevitable, pero no es sino la hegemonía de un sistema y de una ideología (capitalista, neoliberal, individualista), y se "vende" como libertad, eficacia, y democracia. Pero ser hegemónico no significa ser superior en todos los sentidos. Hay otras alternativas, globales o no, cultural y éticamente diferentes y, ciertamente, no inferiores.
Como le ocurrió al Gran Jefe Seattle, puede que no haya más remedio. Pero lo bueno para las finanzas y las grandes empresas transnacionales, no es necesariamente lo mejor para la Humanidad, más bien al contrario.
No parece evidente la bondad y la posibilidad de una cultura global, una ética global, y una gobernanza global, aunque la tecnología lo haga posible.  
La garantía global del cumplimiento de los Derechos Humanos en todo el planeta es la única referencia válida del camino a seguir, y de las soluciones que pueden  ser aceptadas como válidas para la evolución de las sociedades humanas, sean globales o no. 
Pero eso está, lamentablemente, muy lejos de lograrse. 
 
 

 
































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