En
este blog figura una entrada de fecha 24/12/2013 titulada “Modernidad,
postmodernidad y lo que viene”. En ella se decía al final que, para las
personas, la adaptación y la evolución no son el mismo concepto y que ello
tiene repercusiones en la dignidad humana.
Existe
una dignidad humana innata o inherente al ser humano y, con otro matiz, una
dignidad que se adquiere o se pierde con “el hacer” humano. Esta dignidad
implica respeto, propio y ajeno, como consecuencia del mérito que se otorga a
quien tiene una norma más elevada de comportamiento, según decía Kant.
Las
normas de comportamiento constituyen la ética, así que el mérito y el respeto,
o sea la dignidad, corresponderían a quien le reconozcamos una actuación mejor
o más elevada. La ética de las personas y grupos sociales, civilizaciones
incluidas, implican un sentido de la vida que es cultural, aunque cada persona
necesita un sentido personal de su vida para que su existencia sea
“soportable”. La ética común para la humanidad está hoy día constituida por los
Derechos Humanos, como ética transcultural.
La dignidad,
el respeto, el mérito y la ética personal son conceptos vinculados y
relacionados también con la libertad objetiva que realmente tiene la persona y
la libertad subjetiva que cree tener. Los neurocientíficos sostienen que
objetivamente no existe el “libre albedrío”, ya que el Yo individual y la
voluntad se originan en el cerebro, y el cerebro está sujeto a procesos
bioquímicos, como los neurotransmisores y neuroreceptores, así como a procesos
sociales de educación, adaptación y evolución, los cuales son posibles gracias
a la “plasticidad” cerebral.
Tanto
la ética como la estética son vitales para el ser humano, pero de muy diferente
manera. Interviene aquí el llamado “locus o sitio de control”, que puede ser
interno o externo, originando así acciones “autotélicas” o “exotélicas”. La
estética tiene, al parecer, un “locus de control” más externo, es más
exotélica, se basa más en el parecer y el tener, es menos libre. La ética se
vincula con el ser y el hacer, y tendría según esto un “locus de control” más
interno, más autotélico, más libre.
Así
mismo, la dignidad tiene relación con la obediencia, siendo digno de obediencia
aquello que merece ser obedecido: lo que es justo. La obediencia ciega a
aquello que es legal, pero injusto, es indigna. A veces, la desobediencia es
más ética, justa y digna que la obediencia. Obedecer es más exotélico y
desobedecer más autotélico.
La
palabra democracia se emplea para designar realidades muy diferentes, y está a
su vez vinculada con la dignidad humana. Diferente asunto es cómo conseguir una
democracia que merezca ese nombre en un mundo globalizado.
Últimamente
escuchamos con frecuencia que libertad y seguridad son conceptos que se
contradicen, lo cual es utilizado como excusa para justificar el incumplimiento
de derechos y deberes, el incremento del control sobre la ciudadanía y la reducción
de las libertades civiles y la privacidad.
Pero
como se ha dicho ya, los Derechos Humanos constituyen la ética transcultural de
nuestra época, y necesitarán adaptarse y evolucionar por “generaciones”: desde
los derechos civiles y políticos, a los derechos económicos, sociales y
culturales, y desde éstos a los relacionados con las tecnologías de información
y comunicación, la ecoética y la bioética.
En
este siglo XXI, los conflictos serán éticos e ideológicos, incluida la
macroeconomía y las grandes finanzas, que siempre han sido políticas y
sociales. La microeconomía, sobre todo cuando se aplica a estados, países y
naciones como si fuesen meras empresas o familias, merece más el nombre de “contabilidad”,
por más compleja que quieran hacerla parecer.
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