Al
comienzo de la recesión que siguió al “crash” de 1929, Keynes advirtió acerca de la necesidad de comprender la
naturaleza del problema que ocurría para ser capaces de enfrentarse a él:
“El
mundo ha sido lento en darse cuenta de que este año estamos viviendo bajo la
sombra de una de las mayores catástrofes económicas de la historia moderna. En
este momento la recesión probablemente está algo forzada por razones
psicológicas. Sin embargo, en cualquier momento puede ocurrir una suave
reacción al alza. Pero en mi opinión, no puede haber una recuperación real
hasta que la intención de los que prestan y la intención de los que toman
prestado para la producción vuelvan a
coincidir otra vez. Rara vez en la historia moderna ha sido mayor la separación
entre ambas intenciones y tan difícil acercarlas de nuevo. A menos que forcemos
nuestras voluntades y nuestras inteligencias, impulsados por la convicción de
que este diagnóstico es correcto, para encontrar una solución en estas
circunstancias. Porque si el diagnóstico es correcto, la recesión puede dar lugar
a una depresión, acompañada por un hundimiento del nivel de precios, lo cual
puede durar durante años, con indecibles daños para la riqueza material y para
la estabilidad social de todos los países afectados."
Keynes, “The Grand Slump of 1930”.
Así
fue, y de nuevo ha sido y es el dilema con el que los dirigentes mundiales se
enfrentan hoy: calibrar mal la situación y tratarla como una recesión pasajera
más, o dedicarse a la tarea de enfrentarse a un serio problema estructural,
empezando por comprender su naturaleza, y evitar así culpar de la situación a
fenómenos que no son su causa, o aplicar pasadas soluciones a nuevos problemas
estructurales. Esas soluciones serían frágiles, breves y vulnerables si lo que
ocurre es un nuevo paradigma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario