miércoles, 29 de octubre de 2014

Dos cuestiones sin respuesta.





Hay dos cuestiones fundamentales que no puede contestar la ciencia.

La primera cuestión es por qué hay algo en vez de nada. Es decir, no cómo ni cuándo, sino por qué surgió y existe el Universo.
 
Esta cuestión no es respondible por la filosofía, o sea, por la razón humana. Su respuesta está fuera de nuestra realidad alcanzable y observable.
La respuesta viene necesariamente de una creencia religiosa, por tanto asunto de fe, o una declaración agnóstica, como el azar. Pero no lo sabemos, ni lo podemos saber.
La segunda cuestión es qué es bueno, y por qué es mejor lo bueno que lo malo.
Una respuesta objetiva a esta segunda cuestión, lejos de ser evidente, es inexistente fuera de una moral religiosa. Puede ser deducida de la propia naturaleza humana, por lo cual no es objetiva, sino función de la corporalidad, la emocionalidad, y la razón-pensamiento-lenguaje humanos.
La respuesta no religiosa y subjetiva a esta cuestión es objeto de la filosofía moral, o ética, por tanto fruto de la razón humana.
La ética humana universal son los Derechos Humanos. Dichos Derechos Humanos precisan de garantías para ser derechos, y no meras declaraciones, lo que los convierte en valores.
La única respuesta válida es la aceptación universal de la dignidad humana de todos y cada uno de los seres humanos por igual, y el universal deseo de ser felices y evitar el sufrimiento.
Kant definió la Ilustración como el fin de la culpable minoría de edad de la Humanidad. Pero sin Dios, sin religiones, sin mitologías, el ser humano queda atrapado en su biología por las leyes de la naturaleza, las cuales podemos conocer mediante la ciencia y la razón, ejercicio del cerebro humano, pero con los límites de una realidad observable discutiblemente objetiva.
Según la razón, venimos de la nada por azar: somos fruto de la genética, las circunstancias y la voluntad, y volvemos a la nada. Las creencias religiosas permiten responder a la cuestión de modo diferente. Son fruto de nuestros imaginarios personales y colectivos, no demostrables, pero impregnan nuestras culturas.
No es lo mismo creer que saber. Aunque lo que podamos saber sea limitado y revisable.
 
 



 

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