martes, 7 de abril de 2015

La Ciencia y la Ética.





La ciencia busca relaciones que se considera que existen independientemente de la búsqueda individual. Esto incluye el caso en el que el propio humano es el sujeto. O también el caso en que los sujetos de los enunciados científicos son conceptos creados por nosotros mismos, como sucede en matemáticas. No se supone que dichos conceptos corresponden necesariamente a objetos del mundo exterior. Sin embargo, todos los enunciados y leyes científicas tienen una característica en común: son “verdaderos o falsos” (adecuados o inadecuados). En un sentido muy general, nuestra reacción a ellos es “sí” o “no”.

El modo científico de pensar tiene una característica adicional. Los conceptos que utiliza para construir sus sistemas coherentes no expresan emociones. Para el científico sólo hay “ser”, pero no hay desear, no hay valorar, no hay bien ni mal, no hay propósito. Mientras permanezcamos dentro del ámbito de la ciencia propiamente dicha, nunca podremos encontrar una sentencia del tipo: “No mentirás”. Hay una especie de restricción puritana en el científico que busca la verdad: se mantiene apartado de cualquier voluntarismo o emotividad. Dicho sea de paso, este rasgo es el resultado de un lento desarrollo, peculiar del moderno pensamiento occidental.
Podría parecer que esto implica que el pensamiento lógico es irrelevante para la ética. Los enunciados científicos sobre hechos y relaciones no pueden generar directrices éticas. Sin embargo, las directrices éticas pueden hacerse racionales y coherentes mediante el pensamiento lógico y el conocimiento empírico. Si podemos estar de acuerdo en algunas proposiciones éticas fundamentales, entonces otras proposiciones éticas pueden derivarse de ellas con tal de que las premisas originales estén enunciadas de forma suficientemente precisa. Tales premisas éticas desempeñan un papel similar al que desempeñan los axiomas en matemáticas.
Por esto es por lo que no pensamos que carezca de sentido plantear preguntas tales como: ¿Por qué no debemos mentir? Pensamos que tales preguntas tienen sentido porque en todas las discusiones de este tipo se dan tácitamente por aceptadas algunas premisas éticas. Entonces nos sentimos satisfechos cuando conseguimos rastrear la directriz ética en cuestión hasta estas premisas básicas. En el caso de mentir esto podría hacerse de alguna manera como ésta: mentir destruye la confianza en las afirmaciones de otras personas, sin esa confianza la cooperación social se hace imposible, o al menos difícil, pero dicha cooperación es esencial para hacer la vida humana posible y tolerable. Esto significa que hemos rastreado la regla “No mentirás” hasta las demandas “La vida humana debe ser preservada” y “El dolor y la pena deben ser reducidos tanto como sea posible”.
Pero ¿cuál es el origen de tales axiomas éticos? ¿Son arbitrarios? ¿Se basan en la mera autoridad? ¿Derivan de experiencias de los humanos y están condicionados indirectamente por tales experiencias?
Para la pura lógica todos los axiomas son arbitrarios, incluyendo los axiomas de la ética. Pero no son en absoluto arbitrarios desde un punto de vista psicológico y genético. Se derivan de nuestras tendencias innatas a evitar el dolor y la destrucción, y de la reacción emocional acumulada de muchos individuos ante el comportamiento de sus vecinos.
Es privilegio del genio moral humano, encarnado en individuos inspirados, postular axiomas éticos tan generales y tan bien fundados que los humanos los aceptarán en la medida  en que están basados en la enorme masa de sus experiencias emocionales individuales. Los axiomas éticos se encuentran y se ponen a prueba de forma no muy diferente de los axiomas de la ciencia. La verdad es aquello que supera el test de la experiencia.
(Albert Einstein, The Laws of Science and the Laws of Ethics, prólogo a Philipp Frank, Relativity. Richer Truth, Boston, 1950)
 
 

 

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