jueves, 21 de diciembre de 2017

Sobre felicitaciones y buenos deseos.


Han llegado las fechas,
rituales y festivas,
simbólicas.
Antes,
tan ansiadas,
ahora,
esperadas
con recelo,
por los contactos
humanos,
o mejor dicho,
por su falta,
y el recuerdo
de otras épocas.

Los recuerdos:
fuente de
dolores y alegrías
pasados,
sagradas cicatrices.
Y de actuales roces,
que pican,
y sus bálsamos.

Antes era distinto.
Ni mejor ni peor,
distinto.
Quizá
más alegre
e ingenuo.
Había muchos
a quien desear
felices fiestas
del Solsticio Invernal
(Navidad)
y del Año Nuevo.
Era seguro que,
otros tantos,
por lo menos,
contestarían
deseando lo mismo.
Y a la mayoría
se les había visto
a lo largo del año,
por razones varias,
de trabajo,
de amistad,
(supuesta o real,
eso se ve luego...)
y otras.

Se solía organizar
una pequeña celebración
en el trabajo
para celebrar
que el año
no había podido
con nosotros:
habíamos sobrevivido
en el salvaje mundo
un año más.
Y teníamos unos dias
de fiesta y descanso
para recobrar fuerzas
y encarar otro año,
juntos.
Así se sentía,
así se vivía,
y se creía,
en la ignorancia,
que los demás
también.

Años vinieron
y años se fueron.
En el tercer acto
del teatro de la vida
se hace 'mutis por el foro'
del escenario laboral.
Ese rol acaba así.

La vorágine
en la que se vive
no da ocasión
de reflexionar
y prepararse
para la nueva vida.
Otro gallo nos hubiera
cantado,
caso de hacerlo.
Lo hemos pagado,
con años de dolorosa
e incómoda
transición.
Y tristes sucesos,
aparte,
que afectaron
al mundo,
y a toda vida
anterior.

Perder el pasado:
cruel vivencia
que no habíamos
ni siquiera
imaginado.
Con un futuro
inexistente
y probablemente
duro,
breve,
de segunda mano.
Y un presente
cómodo,
pero no feliz,
salvo por la familia.

A la búsqueda
de nuevas ocupaciones
que diesen sentido
al azaroso
resto de la vida
con alguna relación
social.
No mucho.
Y menos mal
que, entonces,
llegan nuevas
personitas queridas,
a la vida, a la familia,
y al mundo.

¡Qué triste es
dejar vida
y compañeros
atrás,
por los caminos del mundo
y de la existencia!
Debiera decir:
dejar la vida atrás,
mientras
los amigos
y compañeros
siguen,
mejor o peor,
bien o mal,
pero sin nosotros.
¿Olvidarán?
¿Recordarán?
¿Qué sienten
y piensan?
Silencio
que
duele.

Luego,
te acostumbras,
llega el alivio,
y disfrutas
de nuevos avatares.
Con tiempo,
llegas a pensar:
mejor así.
Aún te envían
sus buenos deseos
algunas pocas personas.
Se contesta,
con dolor disimulado,
porque
a muy pocas de ellas
se les ve
a lo largo del año.
Con casi todos,
ya han pasado
demasiados años 
sin verse.
Quizá,
nunca más
nos veamos.
Ni trabajo,
ni vivencias
en común.
Todo
al carajo.

Felicitar a quien
ya no tratas,
nunca,
pero recuerdas
y estimas.
Unas pocas
palabras,
y otro año
de silencio.
Ni comidas,
ni cafés.
Ni verse,
ni oírse,
ni escribirse,
ni contarse
nada.
Ya no hay
nada
que contar.
No nos damos
nada.
Quizá,
siempre fue así,
y no nos dimos
cuenta.

Ley de vida.
Se va la Fuerza,
y asoma
el lado Oscuro,
las Sombras.
Lo que no vimos
unos en otros.

El tiempo
lo ha resuelto:
ya no nos felicita nadie.
(O casi).
Ni nosotros a ellos,
sería poco digno,
inoportuno,
impersonal,
pura formalidad.
Ya no se puede
dar ni ayudar
en nada.
Y sin embargo,
algo falta.
No poder
pedir ni dar
más.
Nada
que agradecerse.
Sólo estimación
residual.
Pero, no vale,
debe ser
biunívoca.
Así que,
toca aguantar.
Se hace
lo que se puede,
en humildes
menesteres,
 en pequeños,
y nuevos,
circulos
de relación.

En otros ámbitos,
somos fantasmas
del pasado,
y de nosotros mismos.
Ellos,
desconocidos
ya
para nosotros,
como nosotros
para ellos.
Todos
hemos cambiado.
Ya somos
antiguos conocidos.

También se van
los antiguos lugares,
los antiguos asuntos,
y los antiguos amigos.
Es difícil hacer nuevos:
estamos moldeados,
rígidos,
inflexibles.
Ya no te abres.
Estamos cerrados.
Las conversaciones
son
banales.

Se vive
más calmado,
pero
el tiempo corre,
en contra.
Maldita sea:
nos creíamos intocables
e inmutables.
Bendita sea:
cambiamos
para mal
y para bien.
Según y cómo.
La partida
está perdida,
de antemano.
Hay que asumirlo.
Si no,
es peor.

Ahora,
doy pábulo
a mi mente,
y no espero
gran cosa.
Pero esa es otra historia.

El mundo y yo
nos entendemos
muy bien,
pero
no nos soportamos.
Justo
lo contrario
de antes.

Quien entienda esto,
ya sabe mucho.
A quien no lo entienda,
toda explicación
le será inútil.

Nuevos tiempos
y costumbres.
Diez años de crisis
no pasan en vano.
No encuentro el hueco.
No me puedo quejar,
aquello de lo que
me quejaría,
no tiene arreglo.

Como ya he dicho,
casi nadie felicita,
y viceversa,
salvo la familia,
y algunas excepciones.
Pero ¡ojo!,
cada vez menos...
...en número,
pero más...
...en excepción.
Los excepcionales.
¡Qué alivio!

Que Uds. lo pasen bien.
¡Felices fiestas
y buena entrada de año!
Les deseo lo mejor,
aunque
esto se va a quedar
en un mero deseo.
No tengo poder.
Así que,
nadie haría
lo que yo deseo,
ni hace
lo que yo desearía.
Las expectativas
se han perdido.
La capacidad
de generar expectativas
también.
Las promesas
no son ya
poderosas.
Somos
supervivientes.

La villa
está poco adornada
y peor iluminada:
luces lilas,
de bajo consumo,
algo tristonas.
Se sienten "Blues",
por fuera
y por dentro.
Agur t'erdi.

@fga51

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