sábado, 30 de noviembre de 2013

Amistades.




La amistad es una relación individual, pero funciona como un elemento o componente de las formas de vida colectiva. (…) La amistad se da en una zona muy precisa de nuestra vida que es la intimidad, pero está hecha de respeto. La amistad se nutre de reserva, es siempre un pacto tácito de no agresión. (…) Mientras al amor le pertenece ser desmesurado, la amistad está siempre medida, tiene que estar hecha de medida y ajuste; podríamos decir que es un sentimiento exacto.
 
No se piense que la amistad auténtica es por ello cosa fría o a lo sumo tibia. (…) Claro está que ahí reside la dificultad del fenómeno amistoso, y es la causa de su relativa infrecuencia: la mayoría de las amistades son más o menos. Es decir, bajo el nombre de amistad, como ocurre con el amor, se ocultan sus aproximaciones o modos deficientes: los llamados amigos son muchas veces compañeros, camaradas simples conocidos, o también amigos pretéritos, residuales.
Todo esto pertenece a la vida individual en su sentido más estricto; pero los modos de la amistad, todos ellos, y no sólo los inauténticos, se dan en virtud de ciertas condiciones sociales. (…) Hay sociedades que viven en amistad; otras por el contrario, se caracterizan por ser insólita en ellas la relación amistosa. El grado de proximidad social, el que se viva en soledad o en presencia mutua determina la probabilidad, y por tanto la frecuencia del vínculo amistoso. (…)
El amigo de infancia, si no es más que eso, no es un amigo íntimo, sino probablemente trivial, familiar, inerte; para que la amistad infantil sea auténtica e íntima hay que renovarla y revalidarla después. El lugar natural en que se engendran las amistades es la adolescencia y la primera juventud, los años de estudio y aprendizaje; entonces el individuo está ya hecho como persona, pero aún fresco, poroso, sin corteza, sin cautelas, como cada uno es todavía muy poca cosa, como no tiene apenas recuerdos ni pasado, no puede vivir desde sí mismo y vive desde con los demás, en espontánea y fácil compañía (…)
Después de la juventud, la amistad es siempre un don inesperado, con el cual no se puede contar, y depende de las ocasiones, por tanto de la configuración de la vida. Quiero decir que tiene condiciones que se cumplen en diversos grados y modos: holgura de tiempo, un mínimo de holgura económica, confianza (el recelo y la suspicacia colectivos son una enfermedad social que casi imposibilita la creación de nuevas amistades y corroe las antiguas), y sobre todo concordia, porque cuando una sociedad está profundamente dividida, la amistad queda automáticamente viciada y adulterada. (…) Pero conste que la palabra concordia no significa unanimidad; las más varias diferencias de opinión, estimación o gusto no impiden la amistad, sino que suelen estimularla, a condición de que no afecten a los últimos estratos de la persona, de que dejen una zona radical exenta y libre para la intimidad.(…)
En la inmensa mayoría de las sociedades conocidas la amistad entre hombre y mujer ha sido sobremanera infrecuente. Lejos de ser imposible, la amistad intersexual es la culminación del fenómeno amistoso; nuestros mejores amigos son casi siempre nuestras amigas, y si alguien entiende al hombre o a la mujer un poco es una persona del otro sexo. Pero hay que agregar que el nacimiento normal de la amistad entre hombre y mujer requiere condiciones sociales improbables, que rara vez se dan. (…) Nada esclarece mejor ciertos matices finos de estructura social que la historia de algunas de estas amistades y de su casi segura desvirtuación y fracaso.
J. Marías, La estructura social, Revista de Occidente, 1962.



    

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