jueves, 3 de mayo de 2012

Sobre la libertad de prensa, la manipulación informativa, y las redes sociales.






Actualmente en muchos países la libertad de información no existe: está falseada o prohibida. Hay países bajo cuyo régimen político la prensa goza de una semilibertad. Paradójicamente esta situación conlleva más peligros personales para los periodistas que el sistema de la censura total. Muchos de ellos son cada año víctimas de represalias, por la imprecisión de los límites impuestos al ejercicio de su profesión.

Debido al hecho de que en la mayor parte del mundo la información está prohibida, fuertemente censurada,  perseguida, o inaccesible, es peligrosa de recoger y de transmitir.

La información y el poder van de la mano, y a veces se hace a nuestros ojos tan preciosa que llegamos a suponerla exenta de todo defecto y al abrigo de todo error en los países donde reina la libertad. En estos países, criticar a la prensa constituye una especie de sacrilegio. Sin embargo, incluso en las sociedades que se apoyan en una larga tradición democrática y observan un gran respeto por la libertad de expresión, sólo unos pocos medios de comunicación son concebidos y utilizados con el objetivo de proporcionar al público una información exacta y seria en la medida de lo posible.

Además, la ley en democracia garantiza a los ciudadanos la libertad de expresión, pero no les garantiza ni la infalibilidad, ni la inteligencia, ni la honestidad, ni la comprobación de los hechos, lo cual es competencia del periodista,  no del legislador. Pero cuando un periodista es criticado por la falta de exactitud, honradez, o veracidad, los medios claman como si se atacase el principio de  libertad de expresión,  o como si se pretendiese amordazar a los medios de información: al fin y al cabo, según ellos, el periodista sólo ha ejercido su oficio de informador.

En realidad, los propietarios de los medios de comunicación los fundan para imponer un determinado punto de vista, y no para informar objetivamente, sin más. Sólo una minoría de empresas de comunicación son  fundadas y dirigidas con el principal objetivo de informar. Esta preocupación produce un tipo de periódicos que ocupan un espacio mínimo en la masa de medios puramente comerciales o proselitistas.

La confusión entre la libertad de expresión y el oficio de informar, que conlleva sus propias y específicas obligaciones, se sitúa en los orígenes del liberalismo. Antes de la segunda mitad del siglo XIX, todas las consideraciones sobre la libertad de prensa, desde Milton hasta Tocqueville, pasando por Voltaire, se refieren exclusivamente a la libertad de opinión.  A medida que surge la democracia moderna, es evidente que uno de sus componentes consiste en la libertad de cada uno para pensar por escrito, como dice Voltaire.  Debemos defender el derecho de cada uno a dar a conocer al público su punto de vista, incluso si tal punto de vista nos horroriza, y no debemos combatirlo más que mediante la palabra y la argumentación, jamás con la fuerza o con la calumnia. Surge así el principio de tolerancia. Pero el razonar no tiene nada que ver con difundir falsas informaciones, lo cual obviamente es muy distinto.

En los comienzos de la democracia burguesa del siglo XVIII, en USA y Francia, y como consecuencia de la Revolución de Independencia de los Estados Unidos de América  en 1776, y de la Revolución Francesa en 1789, el debate sobre la prensa no se instauró en el contexto del derecho a informar o ser informado, sino que se refiere a la tolerancia y a la diversidad de opiniones. Así es como la famosa Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos de América, trata simultáneamente de la libertad religiosa, de la libertad de expresión, de la libertad de reunión, y de la libertad de petición, lo cual es muy significativo. Pero esta Primera Enmienda no trata en absoluto de la libertad o del derecho a la información.

Los pensadores liberales franceses del siglo XIX, plantearon la cuestión de que la reflexión de los pensadores políticos y su manifestación, tenía límites, y se debían de castigar los abusos de la libertad de expresión cuando va contra del honor, la dignidad, o la seguridad ajena.

Para Tocqueville  la prensa servía de base y de vínculo entre los habitantes de una comunidad. Creaba opinión compartida. Sin la prensa, los ciudadanos podrían confinarse en el individualismo al que nos impulsa la democracia igualitaria. Cuando el número de personas no es ya muy limitado, como era el caso de la aristocracia, no se podría conseguir que  un gran número actuara en común, lo cual sólo puede hacerse, según él, con la ayuda de un periódico. Sólo un periódico podía divulgar las mismas ideas en mucha gente. Y en USA proliferaban las colectividades y los periódicos.

La prensa tiene pues, según esta concepción, una  función movilizadora. Sirve para reunir a los ciudadanos en torno a un proyecto común, lo que según Tocqueville era bueno, incluso si el proyecto no valía nada, porque evita el individualismo.  Sin periódicos, o los actuales medios de comunicación,  no hay proyectos comunes en democracia,  sin entrar en la valoración de dichos proyectos.

No obstante, hay otra función que Tocqueville no menciona y que hace a la prensa necesaria e importante en democracia: la función de información.  En efecto, sin ella no tiene sentido la elección de candidatos al parlamento, gobierno e instituciones en general, ya que este régimen democrático no puede funcionar en interés de los ciudadanos si éstos no están correctamente informados, tanto en política interna como externa. Esta es la razón por la cual la mentira es tan grave en democracia, régimen que sólo es viable con la verdad, y lleva a la catástrofe si los ciudadanos votan según informaciones falsas.

En democracia, cuando el poder engaña a la opinión pública, se ve obligado a hacer coincidir sus decisiones y actos con los errores a los cuales ha inducido, puesto que es la opinión pública, cuando vota, la que designa o aparta a los dirigentes.

Pero a este respecto, la confusión entre la función de opinión y la función de información, han dado lugar a un equívoco que se ha producido hasta la actualidad. Por una parte, casi todo el mundo está de acuerdo en que en democracia todas las opiniones deben de poder expresarse  a condición de que se haga pacíficamente, pero por otro lado es un sistema que sólo funciona si el ciudadano dispone de un mínimo de informaciones exactas. Sin embargo, esto último no ha sido comprendido, o ha sido subestimado.

La prensa debe de ser pluralista en opinión, pero no en información. La información puede ser falsa o verdadera, pero no pluralista, aunque no siempre la información sea verdadera a ciencia cierta, ni siempre comprobable, y a veces haya un margen para la duda y la controversia. El pluralismo no afecta a la información más que en la medida en que ésta pueda ser dudosa. En cierto modo puede decirse, que cuanto más pluralista es una información, menos información es. En caso de debate, la confrontación  no ha sustituido nunca al contenido de los hechos. El deber de la prensa consiste en adquirir ese conocimiento y transmitirlo.

El pluralismo recobra su sentido cuando llega el momento de sacar las conclusiones de los hechos establecidos e informados, para proponer remedios y sugerir medidas. Pero en la práctica, el pluralismo se ejerce casi siempre antes de esa fase:  selecciona las informaciones, les cierra el paso, las omite, las silencia, las niega, las elimina, las amplifica, e incluso las inventa, con el objeto de adulterar en su fase embrionaria el proceso de formación de la opinión pública.

Cuando se invoca el pluralismo, se hace referencia descarada a un pretendido derecho de cada periódico para presentar las informaciones a su manera.

Pero si bien eso ha sido así hasta no hace mucho, hoy en día las redes sociales digitales han cambiado esa realidad, y en esta línea también hay pensamientos contrapuestos.

Hay quienes cuestionan y llaman mito a la democracia digital, negando que Internet y las redes sociales digitales generen una mayor participación ciudadana como consecuencia de la, hasta ahora, libre circulación de información en ellas, porque dichas redes no eliminan las relaciones de poder, sino que las transforman. Las redes descentralizan el poder de las ideas, la economía, y la sociedad…pero reproduce finalmente el poder ya existente, en opinión de estos detractores.

Esta línea de pensamiento advierte que la apelación permanente a los ciudadanos, propia de la democracia directa, conduce al populismo, y que la política así vigilada y fiscalizada puede derivar en antipolítica, tranasformándose en  antisistema.

Según ellos, la preocupación por inspeccionar la acción de los gobiernos se convierte en ataque permanente a  las autoridades legítimas, hasta constituir un contrapoder negativo.

Pero esta compleja realidad tiene otras lecturas que dejan la puerta abierta a la ilusión democrática, aunque haya lados oscuros, sombras, en una posible utopía digital, y debamos por tanto ser realistas y cuidadosos en nuestras apreciaciones, reflexiones y análisis a este respecto.

Hay razones para hacer un juicio ponderado y crítico respecto a los peligros democráticos a los que nos enfrentamos si nos dejamos arrastrar por la fascinación de la multitud. Sobrevalorar es tan equívoco como infravalorar.

Pero por otro lado, estos nuevos medios pueden favorecer una interrelación social, en la que las personas puedan reconstruir su identidad individual y colectiva.

Los argumentos favorables a este nuevo paradigma digital y potencialmente democrático serían:

-         Los valores culturales cambiantes, como por ejemplo compartir, reconocer, participar, etc… pueden convertirse en valores socioculturales  y políticos, más abiertos al diálogo, al debate, y a la horizontalidad  transversal, frente a la cultura política  dominante, tradicional y de posiciones excluyentes.



-         La politización de las personas cambia de forma:  clics en vez de carteles,  al fin y al cabo activando acciones en uno u otro sentido, y  facilitando acciones más globales, antes imposibles en extensión dialéctica, numérica y geográfica.

-         Los temas en sí mismos no son tecnológicos, sino de cultura y sociedad.  Las redes se han convertido en un poderoso sensor social de temas y preocupaciones. La política podría, por esta vía, acercarse a los problemas de la ciudadanía, y encontrar el pálpito social en un flujo digital veloz, breve y efímero,  signo de los tiempos que corren. Por supuesto, esto debería de ser complementado con otras prácticas de razonamiento, reflexión y organización quizás más adecuados.



Al fin y al cabo, la política formal actual es incapaz de adecuarse a las necesidades cambiantes del mundo y de la ciudadanía, y estos nuevos medios pueden ser la manera de dar respuesta a una generación de ciudadanos desengañados de la política y decepcionados por ella. En realidad, las personas no “pasan” de la política, sino de los políticos, que no es lo mismo.

Esta nueva vía digital sería para los políticos la manera de conectar con la ciudadanía, más allá de las elecciones cada cuatro años, recuperando para las ciudadanos un poco de ilusión y fe, mediante una participación activa. Esto mismo es muy necesario para ellos, en una época de descrédito, desesperanza y sufrimiento colectivo, superando el miedo y el individualismo, gracias al sentimiento  colectividad.

Estos nuevos movimientos son fuertes socialmente, y multitudinarios, y no parece que puedan ni deban ser desdeñados por la clase política. Sin esperar a las siguientes elecciones para pedirles el voto, tras un movido mandato, porque puede que no ya no encuentren a  gente desinformada.

La política debe aceptar la inteligencia de las gentes, utilizando el “crowdsourcing” social  como fuente de análisis hacia soluciones diferentes. Y su instrumento tradicional,los partidos, debe evolucionar hacia espacios de “coworking” político, junto con otros protagonistas alternativos.

Si la política formal desprecia e ignora la actual denuncia de su supuesta incapacidad para hacer propuestas, perderá la oportunidad  de revitalizarse. La innovación no es sólo aplicable en la ciencia y  tecnología,  es necesaria también en las ciencias sociales, humanas y políticas, y más aun en estos  tiempos que corren.






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