sábado, 17 de mayo de 2014

Alfonso VI y Cluny: la verdadera historia y sus consecuencias.





En el siglo XI, la relación de Alfonso VI de Castilla y León con la Abadía de Cluny fue tan continua y profunda que el espíritu de los cluniacenses impregnó su reinado y los reinos peninsulares. Se operó en ellos una influencia tan general y europea que no solo la religión, sino que también el arte, la economía y la política se “iluminaron” desde la abadía borgoñona. La réplica leonesa de Cluny  fue Sahagún. Hugo, el gran abad de Cluny, viajó a Burgos en el 1090 para hablar personalmente con Alfonso VI, entre otras cosas.
El largo reinado de Alfonso VI (1065 –1109) lanzó el Camino de Santiago y las Peregrinaciones a Compostela  a su cumbre. Durante su soberanía se iniciaron, y en parte concluyeron, las grandes obras románicas, que harán de Compostela una de las ciudades imprescindibles de Occidente. Fue también la hora de Gelmírez, el obispo que suscitó admiraciones  y envidias por sus variados protagonismos.
En el 1085, la España cristiana, y Europa, desbordaron de satisfacción, ya que en la primavera de ese año se consiguió algo esperado durante cuatro siglos, recuperar la ciudad que había simbolizado la fe cristiana y el imperio visigótico: Toledo. Pero en el año 1085, Toledo tenía ya otro aspecto que el del año 711, el de la invasión musulmana en la Península Ibérica.
La vida de Alfonso VI fue intensa, como lo fue su tiempo. De rey de León pasó al destierro, y de él volvió a los tronos de Castilla y Galicia. En Castilla se encontró con Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, versátil y diferente al pintado en el famoso poema épico que lleva su nombre. Hubo discrepancias y desvinculación entre ellos, pero ni qué decir tiene que el famoso Juramento en Santa Gadea de Burgos no tuvo lugar, es pura leyenda.  Pero ambos pasaron el trago de ver morir en combate a sus dos hijos varones: el Cid a su hijo Diego en la batalla de Alcira, y Alfonso VI a su hijo Sancho en la batalla de Uclés.  Alfonso VI era un hombre de estado y un estratega, el Cid fue un caballero mercenario y un señor independiente. La historia suele cometer injusticias, y la opinión popular es diversa y voluble.
Mientras tanto, se repoblaba por iniciativa regia el inmenso espacio entre el Duero y el Tajo, con ciudades y villas aforadas y provistas de concejos y milicias concejiles,  con pastores-ganaderos que también eran guerreros y caballeros, los caballeros serranos o villanos, jinetes vigorosos que fueron temibles enemigos para los almorávides y los almohades.  Una sociedad organizada para la guerra, en suma. Como en Sepúlveda, tal fue el caso de Segovia, Ávila, Salamanca, Plasencia, Ciudad Rodrigo, etc. Poblaciones de frontera, con fueros de frontera, concejos y milicias concejiles. El extremo del Duero, Extremadura histórica, se movía desde Soria hasta Portugal, pasando por Segovia, Ávila, Salamanca, y la actual Extremadura. Y la frontera bajó hasta el Tajo, con Toledo y sus poblaciones de la Transierra.
La relación entre el rey Alfonso VI y Cluny fue política y religiosa, pero también humana. El rey enviudó varias veces y se llegó a casar en 1079 con Constanza de Borgoña, sobrina de Hugo el Grande, abad de Cluny. Y se convirtió en el principal mecenas de la abadía de Cluny, la más grande de Occidente. La relación llegó a tal punto que incluso en los documentos del monasterio de Cluny aparece Alfonso VI con la misma categoría que los duques de Borgoña o los reyes de Francia.
Mientras, en Europa se iniciaban las Cruzadas, tenía lugar la lucha entre el Papado y el Imperio por las Investiduras, Gregorio VII impulsaba la liturgia romana,  su control y su poder, de la mano de Cluny.  Y nacen las Órdenes Militares, entre otras cosas.
Era la inflexión del Medievo, en pleno románico, en el siglo XI y el principio del XII.
El Cid no pintó gran cosa en todo esto, pero era popular, y surgió el mito, en la forma del cantar épico que lleva su nombre.  Alfonso VI quedó en la mente popular, hasta hoy día, como un monarca desagradecido y extranjerizante, en vez de como el buen estratega y gestor del cambio de la geopolítica hispana que realmente fue, incluidas reconquista y repoblación, así como la europeización religiosa y cultural medieval peninsular.
De la mano de Cluny, a donde envió dinero en cantidad, ya que los botines de las expediciones y guerras contra los musulmanes  en la península, y las parias o impuestos de las taifas, se lo permitían. Dicha confraternidad le ayudó espiritual y materialmente en sus cometidos y relaciones, tanto personales como políticas, y con el papa de Roma.
El verdadero y mayormente anónimo protagonismo correspondió a los individuos y las gentes a quienes tocó vivir en tales tiempos y lugares, repoblando, trabajando y guerreando.
En otro orden de cosas, si bien Enrique de Borgoña y Teresa, yerno e hija de Alfonso VI, fueron reyes de Portugal, en Castilla y León lo fue el hijo de Raimundo de Borgoña y Urraca, también yerno e hija de Alfonso VI  (el primo y la hermana de los antes citados respectivamente), nieto de Alfonso VI:  Alfonso VII el Emperador. Hasta el año 1157 en que murió, mediado el siglo XII,  siglo que en Europa fue el de la caballería, el amor cortés, las Cruzadas y las Órdenes Militares.
Ya a principios del siglo XIII, con Alfonso VIII de Castilla, y tras la derrota de Alarcos a finales del siglo XII, tuvo lugar la famosa y victoriosa batalla de las Navas de Tolosa en el año 1212. En aquella ocasión, en el centro del campo de batalla estuvieron las huestes castellanas y las Órdenes Militares, con Alfonso VIII y el arzobispo de Toledo, el navarro Rodrigo Jiménez de Rada, a la cabeza. En una de las alas, el rey de Aragón con sus huestes, y algunos caballeros ultrapirenaicos. Y en la otra de las alas, el rey Sancho el Fuerte de Navarra, con doscientos de sus caballeros, y las milicias concejiles de Ávila, Segovia y Medina del Campo, repobladas por Alfonso VI hacía poco más de un siglo, con potente y experta caballería, como era normal en concejos de frontera que habían combatido con frecuencia como temibles enemigos  contra almorávides y almohades.
A las Navas de Tolosa no acudió el rey de León, Alfonso IX de León, de la casa de Borgoña, y reñido con su primo el castellano. Durante una época, ambas coronas, Castilla y León, se volvieron a separar, para luego volverse a unir definitivamente, según se menciona luego. De todos modos, el rey de León repobló por su cuenta Cáceres, Mérida y Badajoz. También fundó y otorgó Carta de Población a La Coruña en 1208. Pactó con los almohades, por lo que fue excomulgado por el papa Celestino III, con carácter de cruzada contra él. Fundó en Salamanca los Estudios Generales en 1218, sucesores de los de Palencia de 1208, y origen de la Universidad de Salamanca, primera en Europa con ese título, con Alfonso X el Sabio en 1254.
Las coronas de Castilla y León se volvieron a unir en la persona de Fernando III el Santo, conquistador de Sevilla en el siglo XIII, y padre de Alfonso X el Sabio.
Por otro lado, en 1213 tuvo lugar en una llanura de la localidad occitana de Muret, a unos doce kilómetros al sur de Toulouse, la batalla decisiva de la llamada cruzada contra los albigenses o cátaros, cruzada religiosa que en realidad fue otra masacre brutal con fines políticos. No fue la primera, ni sería la última, lamentablemente. [] La contienda enfrentó a Pedro II de Aragón, con sus vasallos y sus aliados, entre los que se encontraban Raimundo de Tolosa, Bernardo de Cominges y Raimundo Roger de Foix, contra las tropas cruzadas y las de Felipe II de Francia lideradas por Simon de Montfort. []El triunfo correspondió a las fuerzas de Simón de Montfort, el cual se convirtió, como consecuencia de su victoria, en duque de Narbona, conde de Tolosa, vizconde de Béziers y vizconde de Carcasona. Las tropas aragonesas y occitanas sufrieron unas pérdidas de 15.000 a 20.000 hombres, y Pedro II de Aragón murió en la batalla. Su hijo de cinco años, el futuro rey Jaime I de Aragón, el Conquistador, que estaba bajo custodia de Simón de Montfort, con cuya hija se había concertado un matrimonio futuro en un intento para resolver el conflicto,[ ]debió permanecer un año como rehén hasta que, por orden del papa Inocencio III, Montfort lo entregó a los templarios. Esto marcó el inicio de la dominación de los reyes franceses sobre Occitania. La Langue d´Oil se imponía sobre la Langue d´Oc, entre otras cosas. Fue también el fin de la expansión aragonesa en esa zona. Antes de la batalla, Pedro II de Aragón había conseguido el vasallazgo del condado de Tolosa, de Foix y de Cominges. Tras su derrota y muerte, su hijo y heredero Jaime I tan sólo conservó el señorío de Montpellier por herencia de su madre, María de Montpellier. A partir de esta fecha, la expansión aragonesa se dirigió hacia Valencia y las Islas Baleares, con episodios en el Mediterráneo como el de los almogávares o Compañías Catalanas, protagonizando la llamada Venganza Catalana y apoderándose temporalmente del Imperio Bizantino, donde  habían acudido llamados en ayuda del Emperador contra los turcos, para luego ser traicionados y, enfurecidos, pasaron a derrotar tanto a los turcos, como a los alanos mercenarios de Bizancio, y a los propios bizantinos.
La Reconquista castellano-leonesa continuó en el siglo XIII con Fernando III y Alfonso X, hasta que quedó sólo el Reino de Granada bajo dominio musulmán en la península. Los Reyes Católicos terminarían esa labor en el siglo XV, uniendo Aragón a Castilla, conquistando el Reino de Granada, invadiendo y anexionando Navarra (con la excusa de sus vinculaciones francesas, como si fuese cosa nueva…),  expulsando a los judíos no conversos, etc.  Lo que junto con el descubrimiento, conquista y colonización de América, dejaba abierto el camino del Imperio de Carlos V en pleno Renacimiento, siglo XVI, apoyando la  Contrarreforma católica y el papado contra la Reforma protestante, así como el posterior reinado del casi mítico Felipe II, y el Siglo de Oro español en el siglo XVII.
En el siglo XVI, la dinastía de la casa de Austria, en la persona de Carlos V a su llegada a la península con su cohorte de flamencos, abolió los tan bien ganados fueros y libertades de las villas castellanas, derrotando a las Comunidades de Castilla, ignorando el origen y los méritos que los habían originado durante la Reconquista y Repoblación. Tres cuartos de lo mismo harían los Borbones en el siglo XVIII a su llegada a la península, en la persona de Felipe V, aboliendo los fueros catalanes tras la Guerra de Sucesión. Y la abolición foral, también borbónica, en la persona de Alfonso XII, de los Fueros vascos en el año 1876, ya a finales del siglo XIX, tras las llamadas Guerras Carlistas. Aún hoy día y en nombre de las llamadas leyes o planes de Racionalización de la Administración del Territorio, existe un continuo proceso de ataque a las competencias de los Concejos y Juntas Administrativas, buscando en realidad la democracia representativa de los partidos políticos en los ayuntamientos, frente a la democracia participativa directa de los concejos, algunos de ellos abiertos. Y buscando el control y privatización de los terrenos concejiles comunales. Toda una vieja historia.
Volviendo atrás, venían los tiempos en que los monjes dejarían el protagonismo a los frailes, y los reyes al Imperio. Hasta la decadencia española de los siglos XVII y XVIII, con la Ilustración y el Siglo de las Luces del XVIII. Lo que junto a la Revolución Industrial y el progreso científico, y transcurridos los siglos XIX y XX, no parecen haber sido asimilados. Guerras, concordatos, concilios, uniones económicas y globalizaciones, incluso restauraciones formalmente democráticas, no parecen haber servido para hacer compatible la ética, la tolerancia y el progreso, ni para asimilar socialmente la diferencia entre estados confesionales, aconfesionales y laicos.
Alfonso VI  marcó un hito duradero en el siglo XI. La abadía de Cluny III, que él financió en su mitad, fue físicamente demolida tras la Revolución Francesa a fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX.
Todavía hay lecciones de entonces pendientes de ser aprendidas hoy, en estos principios tan paradigmáticamente cambiantes y críticos del siglo XXI en que nos ha  tocado vivir, cuando la Globalización de los Intercambios impide la Universalidad de los Valores, como decía Jean Baudrillard, incluidos los Derechos Humanos.
 
 

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