jueves, 27 de febrero de 2014

Montaigne y la falsedad.





Porque, en cuanto a esa nueva virtud del fingimiento y el disimulo que ahora goza de tanto crédito, la odio a muerte; y entre todos los vicios, no veo otro que pruebe tanto la cobardía y la bajeza de ánimo. Disfrazarse y esconderse tras una máscara es una actitud cobarde y servil, y lo es no osar mostrarse tal como uno es. Los hombres de hoy se instruyen así en la perfidia, habituados a manifestar falsas palabras, las traicionan sin escrúpulo. Un corazón noble no debe desmentir sus pensamientos, quiere mostrarse hasta el interior. En él todo es bueno, o al menos todo es humano. (…)
Quien dice la verdad porque le obliga otra cosa y porque es útil, y quien no teme mentir cuando a nadie le importa, no es bastante veraz. (…) No siempre debe decirse todo, pues sería necio. Pero lo que se dice, debe decirse tal como se piensa, de lo contrario se incurre en maldad. Ignoro qué ventaja esperan obtener de fingir y simular incesantemente, salvo no ser creídos ni siquiera cuando digan la verdad. (…)
Ahora bien, por mi parte prefiero ser importuno e indiscreto a ser adulador y disimulado. Reconozco que puede mezclarse alguna punta de orgullo y obstinación en el hecho de mantenerse íntegro y abierto como yo lo hago, sin consideración de los demás. (…) Mi afecto muda; mi juicio, no.
Michel de Montaigne. Los Ensayos, Libro II, capítulo XVII, 1580.
 
 

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