"Señor Ministro,
Vosotros los aquí presentes,
Vosotros los aquí presentes,
No hay nada que exaltar, nada que condenar, nada que acusar, pero hay muchas cosas rislbles; todo es risible cuando se piensa en la muerte.
Se atraviesa la vida, se reciben impresiones, no se reciben impresiones, se atraviesa la escena, todo es intercambiable, se recibe una formación más o menos buena en la tienda de accesorios: ¡qué error!.
Se comprende, un pueblo que no sospecha de nada, un hermoso pais, padres muertos o conscientemente sin conciencia, hombres con la simplicidad y la bajeza, la pobreza de sus necesidades.
Todo es prehistoria altamente filosófica e insoportable. Los siglos son pobres de espiritu, lo demoniaco en nosotros es la prisión perpetua del pais de los padres donde los componentes de la tonteria y de la brutalidad más intransigente se han hecho necesidad cotidiana.
El Estado es una estructura condenada permanentemente al fracaso, el pueblo una estructura condenada sin cesar a la infamia y a la flaqueza de espiritu.
La vida es desesperación en que se apoyan las filosofias, en las que todo, finalmente, es prometido a la demencia.
Somos austriacos, somos apáticos; somos la vida, la vida como indiferencia a la vida, vulgarmente compartida; somos, en el proceso de la naturaleza, la locura de grandezas, el sentido de la locura de grandeza como porvenir.
No tenemos nada que decir, sino que somos lamentables, que hemos sucumbido por imaginación a una monotonia fllosófica-económica mecánica.
Instrumentos de la decadencia, criaturas de la agonia, todo es claro para nosotros, no comprendemos nada. Poblamos un traumatismo, tenemos miedo, tenemos mucho derecho a tener miedo, vemos ya, por más que indistintamente, en último término, los gigantes de la angustia.
Lo que pensamos ha sido ya pensado, lo que sentimos es caótico, lo que somos es oscuro.
No tenemos que tener verguenza, pero no somos nada tampoco y no merecemos sino el caos.
Agradezco, en nombre personal y en el de aquellos a quienes se distingue hoy conrnigo, a este jurado y muy especialmente a todos los aqui presentes.
UN HORRIBLE VACIO
No puedo explicarle ahora mi vida, ni lo que soy. No, eso no se puede hacer. Necesitaría tres mil páginas y posiblemente se me olvidarían aún las cosas importantes, que se me ocurrirían luego. Para eso haría falta otro volumen complementario. Lo esencial se me olvidaría en esas tres mil páginas, y en mi lecho de muerte diría: ¡Santo Cielo!, ahora veo lo más importante de todo, ahora, al mirar desde un lecho de muerte, eso lo explicaría todo de otra manera; no tiene ningún sentido.
Hay que llegar a todo por sí mismo. Uno no tiene ninguna tarea ni nada parecido. Tareas sólo tienen los colegiales y los que obedecen a sus maestros.
Y entonces pierdo de algún modo las ganas, porque no tengo ya nada que hacer, eso es lo idiota. Por eso he tenido que tener siempre una compensación y hacer algo, aunque fuera absurdo. Pero da igual. Como las mujeres, que tienen que sacudir incansablemente alfombras para tranquilizarse y poder freír sus tortillas. Todo ser humano se busca algo parecido. De algún modo siento un —¿cómo se llama ese famoso vacío?—, un horrible vacío, desde hace un año. ¿Qué puedo hacer ahora? No me interesa ya nada. Pero bueno, siempre ocurre algo, aunque sea una desesperación pura, algo llega siempre. Y entonces lo explotaré otra vez. Porque la vida es una explotación. Y uno se precipita sobre lo que sea, otra persona o uno mismo, no sé.
Todo eso no conduce a nada.
Eso me recuerda dónde estuve ayer, en casa de un campesino, que me contó que un tabernero, al que yo también conocía, había muerto de pronto, aunque podía preverse desde hacía un año, pero sin embargo, de pronto, tenía un pie totalmente podrido, y desde luego hubo mucha gente en su entierro, y uno de ellos, ex-carnicero y posadero, que había sido anteriormente oficial de carnicero pero tenía ya más de sesenta años, tuvo que llevar una cruz, de dos metros, enormemente pesada... Siempre tienen, cuando llevan algo así, una especie de soporte de cuero, donde va metida la cruz. Y sólo hace falta sujetarla, pero no cargarla. Sin embargo, no encontraron el soporte y el hombre tuvo que llevar la cruz durante dos horas, y le pusieron encima además una corona, y entonces él se derrumbó y ahora estaba en cama, también listo. Ahora me acuerdo."
( Thomas Bernhard )
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