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¤ El Animismo en Euskal Herria.
Fundamentos Culturales y Religiosos de la Antigua Mitología Vasca.
Sabemos que, en un tiempo, la Naturaleza y sus
manifestaciones físicas eran percibidas como entidades sagradas. A estas
fuerzas (Sol, Luna, Tierra) se les atribuyó un alma: ahí se encuentra la concepción animista.
Antes o después, pero en cierto
momento, cristalizó la creencia en númenes, genios y divinidades telúricas con
una forma física precisa (zoomórfica o antropomórfica, comúnmente), que vivían
dentro de la montaña, del bosque o del agua, y que podrían resultar propicios o
malditos para los humanos. Había que rendirles culto, aplacarlos y ganarse su favor. Así surgieron los mitos. El
mito, como toda forma de religión, se presenta como expresión y vehículo de un
ideal, nacido en un medio mágico y animista, no obstante el carácter material
del ser que muchas veces le sirve de objeto.
Es sobre todo el animismo el ambiente
propicio del mito. El animismo pone un genio o una divinidad al frente de cada
función, de cada fenómeno, y detrás de cada misterio: todo está penetrado por
la divinidad, las cosas son divinas, sagradas, sin que haya lugar a la acción
de causas segundas.
El pueblo vasco elaboró una cultura y
unos modos de vida que traducían su actitud ante los problemas fundamentales de
la existencia.
Algunos signos de la cultura popular
de Euskal Herria han llegado a nosotros como testigos de aquellas concepciones:
motivos estéticos, lugares sagrados, tradiciones, palabras, leyendas, y personajes.
Las creencias y la forma de
interpretar la realidad de quienes vivieron antes de la penetración del
cristianismo en Euskal Herria, resultan
difíciles de descifrar. Sí que disponemos de restos arqueológicos, de enseres,
de pinturas rupestres, de mitos, ritos y tradiciones, pero sobre todo, poseemos
palabras en la más antigua lengua de Europa, el euskara, que traduce algo sobre
la mentalidad del pasado más remoto.
El pueblo vasco, como todos los pueblos del mundo, mediante
creencias y mitos, ha elaborado unos modelos de interpretación y una
inteligencia práctica e instrumental que le han servido para relacionarse entre
sí y con su entorno.
En el animismo, los seres humanos no
se limitan a su cuerpo: la tierra, los astros, los animales, los mismos
vegetales, pertenecen a un orden del mundo que vincula entre sí todos los
elementos del cosmos. Su vida no se detiene después de la muerte. Todo procede
de un dios supremo e inalcanzable.
El animismo posee su organización,
pero suelen confundirse las funciones religiosas y las civiles. Por detrás de
los cultos hay unos esquemas profundos inherentes al espíritu religioso.
Generalmente se vive con la
tradición, porque da conexión e identidad. Los grupos siempre tienen
representaciones simbólicas. Conceptos clave son: tabú, tótem, maná.
Representan la identidad, el grupo, simbolizan los límites, los ancestros, el
origen (la historia).
En todos los animismos existen
objetos sagrados como la cueva, la montaña, el árbol, planta, animal, fuente…
Su poder es tan grande que se ejerce a distancia. No hay contacto entre el
mundo profano (normal de cada día) y el mundo sagrado.
Los ritos de ofrenda y de sacrificio
manifiestan el reconocimiento de la dependencia del hombre respecto a su
creador. A menudo constituyen una expiación; la primera función es de gratitud,
la segunda de reparación (sacrificio).
Sea cual fuere el nombre que se le dé,
el alma está presente, y forma parte de un sistema dualista.
Hay una imagen complicada de dios,
rodeada de vida, en la cual estamos todos integrados: un dios retirado de la
vida cercana, alejado de la tierra, cercano a las fuerzas inmediatas.
El animismo ha estado presente en todos
los continentes. Ocupa la mayor extensión cultural en el mundo, y está
relacionado con los albores de la humanidad. Todo cuanto existe está vivo, todo
está en relación con todo, nadie es dueño de nada.
Tomando esto en cuenta, y que ha
estado presente antigua y contemporáneamente con organizaciones de estructura
social muy básica (tribal, clanes), no hay grandes organizaciones sociales,
grupos diversos, y como ya hemos mencionado anteriormente, el pueblo vasco,
como todo grupo étnico, elaboró una cultura, unos modos de vida que traducen la
actitud del ser humano ante los problemas fundamentales de su existencia. Uno
de los aspectos que cabe considerar en esa actitud es la religión.
La religión es una forma de mirar la
realidad. El espíritu, lo invisible, está en las fuerzas de la naturaleza .La
imagen de dios siempre está rodeada de vida, cercano a las fuerzas inmediatas
en las cuales estamos todos integrados.
El pueblo vasco sentía veneración
respecto al medio: respeto y veneración. El ser humano está relacionado con la
naturaleza, con la tierra: nosotros somos la tierra. Todo está vinculado a una
fuerza invisible.
Se consideraban los cultos primitivos, sus creencias, una
especie de fetichismo, una idolatría forjada de supersticiones y hechicerías.
Se le llamaba paganismo, en sentido no
de irreligión, sino de religión rudimentaria, y por lo tanto, falsa. Pero
“pagano” significa aldeano, el que vive en el campo, por lo que como significa
la religión de un mundo rural cercano a la naturaleza.
Más tarde se bautizó a estos cultos
como religiones tradicionales. Después de haber hablado de totemismo
(veneración de un animal), de manismo (creencia en una fuerza misteriosa), y de
politeísmo (creencia en la existencia de varias divinidades), se eligió el
término de animismo. Este término designa la creencia en los espíritus, en las
almas que viven y animan todo cuanto existe.
El animismo ha estado muy arraigado
en la cultura vasca y todavía sigue muy vivo en el euskara. Los mitos y
creencias que surgieron en las cavernas hace decenas de miles de años han
llegado hasta nuestros días a través de los restos arqueológicos, de enseres,
pinturas rupestres, de ritos, mitos y tradiciones, pero sobre todo palabras en
la lengua más antigua de Europa, el euskara, que insinúan algo sobre el pasado
más remoto.
Los ritos y creencias forjados hace
miles de años en las cavernas de Euskal Herria, son también los más antiguos de
Europa. Pero aunque todavía hay pequeños núcleos rurales donde perviven estas creencias, poco
a poco se van perdiendo, por lo que el euskara se perfila como único testigo vivo del
mundo animista vasco anterior al cristianismo.
El sistema tradicional de los vascos
es muy fuerte, y puede decirse que en este ámbito son la última tribu de Europa
occidental. Su lengua, que es la base de
su cosmogonía, nos lleva a la Prehistoria. Pongamos algún ejemplo. Cuando
llueve decimos “euria ari du”, estamos utilizando el verbo “ukan” que es
transitivo, y es porque existe un sujeto elíptico que es ergativo (sería como
decir “Ortzik euria ari du”). O si habla de la deidad del sueño, cuando
indicamos que hemos dormido, decimos “loak hartu gaitu”. Si alguien muere en el
rio, “errekak hil du”, o decimos “hotzak nago” cuando tenemos frío, equivalente
a decir “hotzak harrapaturik nago” (o “beroak nago”), etc.
En el Paleolítico empezó a labrarse
la cosmogonía que ha llegado hasta nuestros días, cuando los humanos vivían en
contacto íntimo con la naturaleza, y su supervivencia dependía en gran medida
de la observación y del conocimiento de los ciclos naturales.
Aquellos pobladores de hace 30.000
años vieron que había otras existencias junto a la suya: la tierra, los astros… y los divinizaron. La
antigua cosmogonía se caracterizaba por intentar explicar el mundo desde el
naturismo, animismo.
La mentalidad vasca tendía a pensar
que todos eran deidades, que existía un mundo mágico, en el que la diosa Mari era la deidad principal, y luego había
otras deidades, en segundo plano. El
alma (gogoa) se liberaba del cuerpo cuando éste moría y se volvía a reencarnar:
tomaba el camino de Ortzadar (arco iris) hacia la luna por medio de la lluvia y
se reencarnaba de nuevo en otro ser.
Quien con más profundidad investigó y
reflexionó sobre el mundo de creencias anterior al cristianismo fue José Miguel
de Barandiaran. A él se debe la división de la Prehistoria vasca en tres
etapas: a cada una de ellas le corresponde un sistema de producción y unas
determinadas estructuras de pensamiento.
1.-Sustrato Arcaico.
En el paleolítico, las comunidades de
cazadores y recolectores habitan en cavernas. Ese medio físico determina
creencias de carácter telúrico para las cuales ciertas cuevas y oquedades
subterráneas están habitadas por genios y dioses misteriosos (númenes). A esta
etapa correspondería el mito de Mari, señora del cielo y la tierra, a la que
hay que aplacar mediante ofrendas e invocaciones como las que se pronunciaban
al arrojar una piedra en cuevas donde se decía que moraban los “genios”.
2. La Cultura Megalítica.
Con el neolítico y la cultura
pastoril, en el área vasca pirenaica aparecen las grandes construcciones de
piedra o megalitos. La orientación de los dólmenes hacia la salida del Sol y
los restos de fuego a su entrada insinúan cultos uránicos o celestes. El cielo
seria venerado como una divinidad: Egu o Eki. Datan de entonces los símbolos
solares tan característicos del arte vasco, el eguzkilore, el calendario vasco
de origen lunar o las hogueras solsticiales.
3. Cultura Epigráfica.
La abundancia de piedras con
inscripciones (epigrafía) justifica el nombre de esta etapa marcadamente
influenciada por la presencia romana. En lápidas funerarias y aras aparecen
representaciones del Sol y de la Luna, fuerzas de la Naturaleza divinizadas
como entidades con espíritu propio. Dominaban por tanto las creencias
animistas. Algunos de los lugares de culto politeísta de esta época serían
posteriormente sacralizados mediante construcciones cristianas.
Procediendo directamente del
cromagnon del área pirenaica, (así lo demuestran yacimientos como Santimamiñe,
Ekain, Urkiaga, Isturitz entre otros), según Barandiarán hay continuidad del
mismo grupo étnico siendo el Neolítico periodo decisivo en su conformación
cultural, de la que nos han llegado las raíces mitológicas más primitivas
conocidas en el continente europeo: las preindoeuropeas.
Los datos de la religión antigua son
pocos, a partir de las investigaciones
arqueológicas y etnológicas, se han descubierto vestigios de sus creencias
religiosas telúricas (presencia de genios y númenes en cuevas y bosques), que
generaron prácticas rituales, cuyas huellas perduraron y se transformaron a lo
largo del tiempo.
Según estos convencimientos arcaicos
animistas, la fuerza de la vida está en el interior de la Tierra, que se
manifiesta en árboles, montañas sagradas, fuentes: se hace presente en la Madre
Tierra, Ama-Lur, en las cuevas habitadas por Mari. Con el auge pastoril, hace
unos 5.000 años se multiplicaron las construcciones megalíticas.
Cuando el pueblo vasco entró en
contacto con las culturas indoeuropeas, descubre y asimila otros horizontes
religiosos, y se genera una religión
politeísta y evolutiva de carácter naturista, de divinidades terrestres,
animales totémicos, dando culto al Sol y venerando en dólmenes y crómlechs a
sus antepasados con diversos ritos mágicos que expresaban sus creencias en una
existencia ultraterrena.
Con la cultura agrícola cambió su perspectiva
religiosa, basando la vida en Ortzi e Ilargia, de los que dependía la vida de
sus rebaños. La expresión religiosa de forma mítica y simbólica se ha plasmado
en diversos ritos.
Los mitos cuentan historias sagradas,
acontecimientos que han tenido lugar en un tiempo primordial para ayudar a
comprender la realidad tanto de los orígenes como de la actualidad por
referencia a los seres y acontecimientos sobrenaturales que la explican.
Como hemos dicho, ese conocimiento
vivo, ritual, se expresa a través de la lengua, cuya función es fundamental. Los vascos adoraban la naturaleza y creían
que tanto los seres vivos como los inertes tenían alma. Se practicaba el culto
a los “ zuhaitzak” (el más sagrado el “ Haritz”, roble), porque sus raíces eran
el origen del pueblo vasco y sus ramas lo protegían.
La tierra: Mari o “Ama-Lur”, diosa
principal , emitía su energía desde sus entrañas a través de “Arkaitz” y
“Harri”. De ahí “Harri eta Herri”, que pervive todavía en el imaginario vasco. “Trikuharriak” (dólmenes) y “gentilharriak” (menhires), eran
las tumbas que construían con grandes
piedras, que más adelante con los romanos identificaron con el Ara ( altar), y
que después cubrieron formando un Fanun
(templo en latín), y que en época cristiana
se transforma en iglesia : “Eliza”.
Se creía que caían durante la lluvia
“Euriharri” que eran almas de los difuntos. “Sukarrri”, pedernal, es la piedra
del fuego o rayo.
Los mitos y símbolos vascos afectan a
todas las dimensiones de la convivencia popular y con la naturaleza, expresando
las concepciones básicas de sus relaciones mutuas.
Gran Diosa vasca: Mari, Amari o Maya.
Dioses del cielo: Urtzia, Eguzki,
Ilargi.
Gigantes de la montaña: Basajaun,
Basandere.
Genios de las profundidades:
Herensuge.
Hadas y brujas: Lamiak, Sorgiñak.
Diablos y duendes: Zaldigorrri,
Zezengorri.
Animales: erle, otso, hartz, basurde…
Agua-Fuego-Tierra: Ur-Su-Lur.
-La Tierra: Lurra.
Nuestros antepasados veían la Tierra
como una extensión inmensa con partes sólidas y partes líquidas. A la tierra se
le atribuía un vigor propio para generar vida en forma de vegetales que
alimentaban personas y animales.
A la Tierra se le atribuía carácter
maternal, acogía en su seno al Sol y la Luna a los que acoge en su seno cuando
los astros desaparecen de la vista. Sus profundidades constituyen un inmenso
receptáculo donde habitan las almas de los difuntos y también muchos genios que
en la mitología vasca habitualmente tienen forma de animales (toro, caballo,
verraco, macho cabrío, carnero, etc.) , o un aspecto cercano al humano.
Reinando encima de todos estos
númenes y genios se halla la divinidad telúrica o tectónica Mari, diosa
principal de la mitología vasca.
-Mari.
El numen central de la mitología
vasca es de sexo femenino, su nombre es Mari o Maya.
Hace funciones de oráculos, guía de
fenómenos climatológicos (característica fundamental para un pueblo agrícola) y
somete la naturaleza entera a su voluntad (ella misma es una personificación de
la naturaleza).
El trasfondo arquetípico de la
mitología vasca hay que inscribirlo en el contexto de un Paleolítico dominado
por la Gran Madre, en el que el ciclo de Mari y sus metamorfosis ofrece toda
una simbología típica del contexto matriarcal-naturista. De acuerdo con el
arquetipo de la Gran Madre, esta suele encontrarse relacionada con los cultos
de fertilidad, como en el caso de Mari, quien es la hacedora de lluvia o
pedrisco, aquella de cuyas fuerzas telúricas dependen las cosechas, la vida y
la muerte, la suerte (gracia) y desgracia.
Mari toma figuras zoomórficas en sus
moradas subterráneas y forma de mujer o de una hoz de fuego cuando atraviesa
los aires. Las figuras de animales (a las que hace referencia el mundo
subterráneo) representan a Mari y a sus subordinados, es decir, a los númenes
telúricos. Mari es por tanto, la manifestación de las fuerzas de la naturaleza
divinizadas en el sentido de sagrado de los pueblos indígenas.
Mari no es ajena a la creación
(trascendencia), sino que ella misma es la creación (inmanencia). Todos los
seres y ciclos naturales no son más que distintas expresiones de una misma
cosa. Este es el sentido de sus metamorfosis y de su multiapariencia, lo cual
está recogida en numerosas leyendas de diferentes formas y percibida bajo
diversos aspectos.
Este ancestral mito está extendido
por toda la geografía vasca con infinidad de moradas conocidas por tradición
oral en montañas, cuevas o simas. Varia en cuanto a sus nombres en cada región
o comarca (Andre Mari, Dama de Anboto, Mariurraka, Mari la del Horno, de Muru,
de Aketegi…) características y mitotemas peculiares.
A Mari se le atribuye un aspecto
positivo, de dama buena que aparece como sedante cuando está en su cueva; sus
símbolos y asociaciones tienen virtud mágica positiva, y está presta a ayudar a
quien se acerque a ella pidiendo consejo, interpretando naturísticamente en sus
mandamientos éticos. Junto a éste aspecto positivo, aparece un aspecto negativo
( la estructura matriarcal-naturalista aparece devaluada). Se puede resaltar la
ambivalencia de este arquetipo matriarcal en el inconsciente colectivo vasco
que se manifiesta como fascinación y miedo a la mujer al mismo tiempo.
El catálogo de leyendas en torno a
Mari es grande, y no raras veces presentan adherencias de sincretismo
cristiano. Es notable la convergencia del mito de la Virgen María, aunque la
opinión más sólida apunta a que se trata de un nombre autóctono derivado de
“Amari”(oficio de madre, lo que daría razón a la interpretación matriarca-naturista
del mito) o de” Emanari”(don,regalo).
El carácter que revelan las leyendas
es más frecuentemente el de un ser terrible, no el de una madre bondadosa y
maternal, aunque eso es ambiguo. Tiene un hijo bueno, Atarrabi, y otro malo,
Mikelats.
-La Luna: Ilargia.
El culto a la luna sobrepasaba en
importancia al culto solar. Caro Baroja llega a afirmar que durante un lapso de
tiempo, indefinido pero bastante extenso, fue la divinidad principal y más
original del pueblo vasco.
“La Luna es un astro mudable,
cíclico, sometido a leyes parecidas a las de los mortales. En fases regulares
crece y decrece hasta desaparecer, como si falleciera, para renacer a los tres
días, y con ese movimiento dibuja la trayectoria de nacimiento, desarrollo y
fin propia de todo recorrido vital. De la vida a la muerte y de la muerte a la
vida: la Luna representa plásticamente la aspiración espiritual de los ser
humanos.”
A la luna se le dedicaban
invocaciones orales habitualmente con el apelativo de abuela: (“Amona mantagorri,
zeruan ze berri? Zeruan berri onak,
orain eta beti”).
En excavaciones vascas se han
descubierto aras de época romana con signos de culto lunar y también
posteriormente estelas discoidades de función funeraria que presentan profusos
motivos relacionados con cultos astrales. Uno de ellos es la espiral, cuyo
simbolismo cósmico respecto a la Luna tiene que ver con la idea de lo que
evoluciona, lo que aparece y desaparece.
-El Sol: Eki o Eguzki.
Al igual que otros pueblos de la antigüedad,
también los euskaros consideraban al Sol numen o deidad natural. De su culto
han quedado huellas desde el periodo neolítico.
Fue creencia que la Tierra es madre
del Sol y de la Luna, hierofanías (apariciones sagradas) femeninas que duermen
diariamente en su seno: el Sol sale cada mañana de la Tierra y al atardecer
regresa nuevamente a sus entrañas en la región de Itxasgorrieta ( los mares
bermejos).
Le decían “Adios amandre, biarartio”,
“Eguzki amandria joan da bere amagana. Bihar etorriko da denpora ona bada”, son
fórmulas recogidas por la etnografía vasca, aunque hay otra aún más expresiva
por el tratamiento de entidad sagrada dado al astro: “Eguzki santu bedeinkatue,
zoaz zure amagana”.
Nuestros dólmenes construidos principalmente desde hace 5.000 años hasta
hace 3.500, también insinúan una veneración solar por su disposición con la
entrada orientada hacia el levante. El
mismo canon se aplicaría posteriormente a las tumbas cristianas medievales y en
la construcción de iglesias románicas, cuya fachada mira al este, al igual que
las chabolas de los pastores vascos.
Los ritos sagrados eran expresiones
mediadoras para pedir protección y rendir culto a sus divinidades telúricas,
númenes, genios y divinidades (todo estaba animado y poseía atributos hierofánicos),
y vivir en armonía y paz con la naturaleza en todas sus dimensiones.
Bajo estos elementos míticos aparecen
concepciones religiosas: son mediaciones
hierofánicas que expresan sus convicciones explicativas cosmológicas y
sobrenaturales de manera antropomórfica, relacionadas con la vida y
subsistencia del grupo humano.
Como hemos visto, elementos
referenciales básicos son el Sol y la Luna, de significado animista y
procedencia indoeuropea. Igual que el Sol, el “eguzkilore” ahuyenta los malos
espíritus, a los genios de la noche y a los rayos. Se pone en las puertas de
las casas y de los establos.
-La casa: etxea.
La casa, “etxe”, es también espacio
sagrado en referencia a los muertos. De hecho, la sepultura se daba bajo sus
aleros. Más tarde éstas pasaron a la Iglesia. La “etxekoandre” era la responsable del culto
doméstico. A ella estaba encomendado el cuidado del fuego (su), junto al agua
(ur) , elemento sagrado, protector de la casa, y se encarga así mismo de la
relación con el mundo de los antepasados, el de la trascendencia y de la
religión, de bendecir a sus moradores y de la instrucción religiosa de los
hijos. La “etxe”, es el cuerpo materno del universo familiar.
Estos mitos, ritos y símbolos son
testimonio de un pasado remoto y
mantienen una determinada influencia expresada en múltiples formas sociales,
culturales, políticas y por supuesto religiosas.
No existe unanimidad respecto a
cuando llegó la cristianización a Euskal Herria, (algunos investigadores la
sitúan en el siglo II y otros 650 años más tarde). Sin embargo, los ritos
funerarios prehistóricos perduraban por lo que otros autores dicen que todavía
en el siglo X existían núcleos de gentiles (paganos) en territorio vasco.
Tampoco se sabe si con la llegada del
cristianismo, éste se encontró con un
mundo de creencias profundamente arraigado, pero lo que sí parece es que en vez
de haber un enfrentamiento, se produjo una especie de simbiosis que propició su
supervivencia hasta nuestros días.
A pesar del control eclesiástico, han
persistido culturalmente, sobre todo en áreas rurales, vestigios de la religión
primitiva en las conciencias, también en la lengua, y en costumbres y ritos
diversos perseguidos a finales de la Edad Media y Moderna.
Podemos decir que a pesar de la
inculturación de una religión racional, masculina dominante, controlada por la
institución eclesiástica, el rio ancestral de la religiosidad vasca en su
concepción matriarcal arquetípica cuyos referentes simbólicos son “Ama-Lur” y “Mari”,
encuadradas en la mitología de los “Jentilak” del periodo neolítico, ha seguido
discurriendo.
La religión vasca cumplía una función
étnica-simbólica que va a perdurar a lo largo de los siglos. La religión más
profunda, original y mítica es identificadora del pueblo, y al mismo tiempo, es
generadora de convivencia tanto con los poderes naturales como entre las
personas.
Mari era considerada bruja y señora
de todas las brujas. Este dato, unido a que las ceremonias y celebraciones que
se consideraban brujeriles tuvieran como escenario cuevas y montañas, lleva a
suponer que hasta la edad moderna llegaron residuos de cultos antiguos de tipo
telúrico y determinadas creencias que poseían funciones útiles para la
regulación de pequeñas comunidades aisladas. Este equilibrio se fracturó con la
irrupción de jueces y teólogos externos que movidos por motivaciones
doctrinales, desencadenaron violentas campañas represivas. El poso
mágico-religioso pre-cristiano, se convirtió así en motivo de persecución en
los siglos XVI y XVII. El objetivo de la Inquisición fue acabar con todas las
religiones que no fueran la oficial: el judaísmo y el islam eran reconocidas
como categorías de religión, pero la religión vasca era sólo una brujería.
Vemos una semejanza con los movimientos ecologistas en oposición a las
agresiones contra “Ama-Lur” en la actualidad.
La religión vasca tiene al frente una
diosa de sexo femenino: la diosa Mari, Amari o Maya, la cual representa por una
parte a la Madre-Tierra, “Ama-Lur”, y se proyecta por otra parte en la
“etxekoandre”, señora de la casa. La
gran madre vasca condensa a la Luna y el Sol como sus hijos, se metamorfosea en
los cuatro elementos agua, tierra, aire o fuego), así como en los reinos de la
realidad (minerales, vegetales y animales).
El pueblo vasco estaba influenciado por concepciones mágicas y animistas
muy aptas para perpetuar numerosas formas de viejas culturas y mitologías.
Es sobre todo el animismo el ambiente
propicio para el mito. El animismo pone un genio o una divinidad al frente de
cada función, de cada fenómeno y detrás de cada misterio: todo se está
penetrado por la divinidad, las cosas son divinas, sagradas.
Para comprender el animismo en el
pueblo vasco, es preciso conocer las concepciones mágicas y animistas que
forman su base y entorno.
Las religiones surgen en la
confluencia de múltiples emociones y experiencias individuales y colectivas de
muerte y vida, de oscuridades y clarividencias, de amor y odio, de admiración y
de confusión ante la realidad que les rodea. Intentan comprender, explicar, dar
seguridad y encontrar la salvación, relacionarse y organizarse en un mundo
lleno de incógnitas y peligros, de sombras y luces, de Luna y Sol.
Según los antropólogos, la
experiencia religiosa expresada en creencias míticas presentes en todos los
pueblos, ha ido en Euskal Herria tejiendo su identidad fundamentalmente en su
relación con la tierra: “Ama-Lur”. Era fundamental, y se expresaba en múltiples
mitos, ritos y símbolos religiosos. Constituían tales mitos, formas de
pensamiento y comprensión de la realidad, modelos de interpretación, de
relaciones sociales y de una inteligencia práctica e instrumental, dentro de su
lengua, el Euskara , y de sus costumbres. La religión como religación con la tierra
y sus divinidades, tiene además funciones ecológicas y garantiza la fecundidad.
La religiosidad del pueblo vasco requería espacios abiertos, contacto con la
naturaleza, con la tierra, con lo fenómenos celestes. Lo sagrado tomaba cuerpo
en ese medio cósmico natural. Para el
ser humano rural tradicional, todo lo que tiene un significado y se refiere a
una realidad, tenía un valor sagrado, de donde viene la ancestral afirmación:
"Izena duen oro ba du bere Izana ere."
Es decir:
• "Todo lo que tiene Nombre tiene también su Ser."
☆◇☆
(Basado en trabajo de N.B.)
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