sábado, 9 de septiembre de 2023

Sobre el animismo vasco. Euskal Herria y Mari-Ama Lur.






Sabemos  que, en un tiempo, la Naturaleza y sus manifestaciones físicas eran percibidas como entidades sagradas. A estas fuerzas (Sol, Luna, Tierra) se les atribuyó un alma: ahí se encuentra  la concepción animista.
Antes o después, pero en cierto momento, cristalizó la creencia en númenes, genios y divinidades telúricas con una forma física precisa (zoomórfica o antropomórfica, comúnmente), que vivían dentro de la montaña, del bosque o del agua, y que podrían resultar propicios o malditos para los humanos. Había que rendirles culto, aplacarlos y  ganarse su favor. Así surgieron los mitos. El mito, como toda forma de religión, se presenta como expresión y vehículo de un ideal, nacido en un medio mágico y animista, no obstante el carácter material del ser que muchas veces le sirve de objeto.
Es sobre todo el animismo el ambiente propicio del mito. El animismo pone un genio o una divinidad al frente de cada función, de cada fenómeno, y detrás de cada misterio: todo está penetrado por la divinidad, las cosas son divinas, sagradas, sin que haya lugar a la acción de causas segundas.
El pueblo vasco elaboró una cultura y unos modos de vida que traducían su actitud ante los problemas fundamentales de la existencia.
Algunos signos de la cultura popular de Euskal Herria han llegado a nosotros como testigos de aquellas concepciones: motivos estéticos, lugares sagrados, tradiciones, palabras, leyendas, y personajes.
Las creencias y la forma de interpretar la realidad de quienes vivieron antes de la penetración del cristianismo en  Euskal Herria, resultan difíciles de descifrar. Sí que disponemos de restos arqueológicos, de enseres, de pinturas rupestres, de mitos, ritos y tradiciones, pero sobre todo, poseemos palabras en la más antigua lengua de Europa, el euskara, que traduce algo sobre la mentalidad del pasado más remoto.
El pueblo vasco,  como todos los pueblos del mundo, mediante creencias y mitos, ha elaborado unos modelos de interpretación y una inteligencia práctica e instrumental que le han servido para relacionarse entre sí y con su entorno.
En el animismo, los seres humanos no se limitan a su cuerpo: la tierra, los astros, los animales, los mismos vegetales, pertenecen a un orden del mundo que vincula entre sí todos los elementos del cosmos. Su vida no se detiene después de la muerte. Todo procede de un dios supremo e inalcanzable.
El animismo posee su organización, pero suelen confundirse las funciones religiosas y las civiles. Por detrás de los cultos hay unos esquemas profundos inherentes al espíritu religioso.
Generalmente se vive con la tradición, porque da conexión e identidad. Los grupos siempre tienen representaciones simbólicas. Conceptos clave son: tabú, tótem, maná. Representan la identidad, el grupo, simbolizan los límites, los ancestros, el origen (la historia).
En todos los animismos existen objetos sagrados como la cueva, la montaña, el árbol, planta, animal, fuente… Su poder es tan grande que se ejerce a distancia. No hay contacto entre el mundo profano (normal de cada día) y el mundo sagrado.
Los ritos de ofrenda y de sacrificio manifiestan el reconocimiento de la dependencia del hombre respecto a su creador. A menudo constituyen una expiación; la primera función es de gratitud, la segunda de reparación (sacrificio).
Sea cual fuere el nombre que se le dé, el alma está presente, y forma parte de un sistema dualista.
Hay una imagen complicada de dios, rodeada de vida, en la cual estamos todos integrados: un dios retirado de la vida cercana, alejado de la tierra, cercano a las fuerzas inmediatas.
El animismo ha estado presente en todos los continentes. Ocupa la mayor extensión cultural en el mundo, y está relacionado con los albores de la humanidad. Todo cuanto existe está vivo, todo está en relación con todo, nadie es dueño de nada.
Tomando esto en cuenta, y que ha estado presente antigua y contemporáneamente con organizaciones de estructura social muy básica (tribal, clanes), no hay grandes organizaciones sociales, grupos diversos, y como ya hemos mencionado anteriormente, el pueblo vasco, como todo grupo étnico, elaboró una cultura, unos modos de vida que traducen la actitud del ser humano ante los problemas fundamentales de su existencia. Uno de los aspectos que cabe considerar en esa actitud es la religión.
La religión es una forma de mirar la realidad. El espíritu, lo invisible, está en las fuerzas de la naturaleza .La imagen de dios siempre está rodeada de vida, cercano a las fuerzas inmediatas en las cuales estamos todos integrados.
El pueblo vasco sentía veneración respecto al medio: respeto y veneración. El ser humano está relacionado con la naturaleza, con la tierra: nosotros somos la tierra. Todo está vinculado a una fuerza invisible.
Se consideraban  los cultos primitivos, sus creencias, una especie de fetichismo, una idolatría forjada de supersticiones y hechicerías. Se le llamaba paganismo, en sentido  no de irreligión, sino de religión rudimentaria, y por lo tanto, falsa. Pero “pagano” significa aldeano, el que vive en el campo, por lo que como significa la religión de un mundo rural cercano a la naturaleza.
Más tarde se bautizó a estos cultos como religiones tradicionales. Después de haber hablado de totemismo (veneración de un animal), de manismo (creencia en una fuerza misteriosa), y de politeísmo (creencia en la existencia de varias divinidades), se eligió el término de animismo. Este término designa la creencia en los espíritus, en las almas que viven y animan todo cuanto existe.
El animismo ha estado muy arraigado en la cultura vasca y todavía sigue muy vivo en el euskara. Los mitos y creencias que surgieron en las cavernas hace decenas de miles de años han llegado hasta nuestros días a través de los restos arqueológicos, de enseres, pinturas rupestres, de ritos, mitos y tradiciones, pero sobre todo palabras en la lengua más antigua de Europa, el euskara, que insinúan algo sobre el pasado más remoto.
Los ritos y creencias forjados hace miles de años en las cavernas de Euskal Herria, son también los más antiguos de Europa. Pero aunque todavía hay pequeños núcleos  rurales donde perviven estas creencias, poco a poco se van perdiendo, por lo que el  euskara se perfila como único testigo vivo del mundo animista vasco anterior al cristianismo.
El sistema tradicional de los vascos es muy fuerte, y puede decirse que en este ámbito son la última tribu de Europa occidental.  Su lengua, que es la base de su cosmogonía, nos lleva a la Prehistoria. Pongamos algún ejemplo. Cuando llueve decimos “euria ari du”, estamos utilizando el verbo “ukan” que es transitivo, y es porque existe un sujeto elíptico que es ergativo (sería como decir “Ortzik euria ari du”). O si habla de la deidad del sueño, cuando indicamos que hemos dormido, decimos “loak hartu gaitu”. Si alguien muere en el rio, “errekak hil du”, o decimos “hotzak nago” cuando tenemos frío, equivalente a decir “hotzak harrapaturik nago” (o “beroak nago”), etc.
En el Paleolítico empezó a labrarse la cosmogonía que ha llegado hasta nuestros días, cuando los humanos vivían en contacto íntimo con la naturaleza, y su supervivencia dependía en gran medida de la observación y del conocimiento de los ciclos naturales.
Aquellos pobladores de hace 30.000 años vieron que había otras existencias junto a la suya:  la tierra, los astros… y los divinizaron. La antigua cosmogonía se caracterizaba por intentar explicar el mundo desde el naturismo, animismo.
La mentalidad vasca tendía a pensar que todos eran deidades, que existía un mundo mágico, en el que la diosa  Mari era la deidad principal, y luego había otras  deidades, en segundo plano. El alma (gogoa) se liberaba del cuerpo cuando éste moría y se volvía a reencarnar: tomaba el camino de Ortzadar (arco iris) hacia la luna por medio de la lluvia y se reencarnaba de nuevo en otro ser.
Quien con más profundidad investigó y reflexionó sobre el mundo de creencias anterior al cristianismo fue José Miguel de Barandiaran. A él se debe la división de la Prehistoria vasca en tres etapas: a cada una de ellas le corresponde un sistema de producción y unas determinadas estructuras de pensamiento.
1.-Sustrato Arcaico.
En el paleolítico, las comunidades de cazadores y recolectores habitan en cavernas. Ese medio físico determina creencias de carácter telúrico para las cuales ciertas cuevas y oquedades subterráneas están habitadas por genios y dioses misteriosos (númenes). A esta etapa correspondería el mito de Mari, señora del cielo y la tierra, a la que hay que aplacar mediante ofrendas e invocaciones como las que se pronunciaban al arrojar una piedra en cuevas donde se decía que moraban los “genios”.
2. La Cultura Megalítica.
Con el neolítico y la cultura pastoril, en el área vasca pirenaica aparecen las grandes construcciones de piedra o megalitos. La orientación de los dólmenes hacia la salida del Sol y los restos de fuego a su entrada insinúan cultos uránicos o celestes. El cielo seria venerado como una divinidad: Egu o Eki. Datan de entonces los símbolos solares tan característicos del arte vasco, el eguzkilore, el calendario vasco de origen lunar o las hogueras solsticiales.
3. Cultura Epigráfica.
La abundancia de piedras con inscripciones (epigrafía) justifica el nombre de esta etapa marcadamente influenciada por la presencia romana. En lápidas funerarias y aras aparecen representaciones del Sol y de la Luna, fuerzas de la Naturaleza divinizadas como entidades con espíritu propio. Dominaban por tanto las creencias animistas. Algunos de los lugares de culto politeísta de esta época serían posteriormente sacralizados mediante construcciones cristianas.

Procediendo directamente del cromagnon del área pirenaica, (así lo demuestran yacimientos como Santimamiñe, Ekain, Urkiaga, Isturitz entre otros), según Barandiarán hay continuidad del mismo grupo étnico siendo el Neolítico periodo decisivo en su conformación cultural, de la que nos han llegado las raíces mitológicas más primitivas conocidas en el continente europeo: las preindoeuropeas.
Los datos de la religión antigua son pocos, a partir  de las investigaciones arqueológicas y etnológicas, se han descubierto vestigios de sus creencias religiosas telúricas (presencia de genios y númenes en cuevas y bosques), que generaron prácticas rituales, cuyas huellas perduraron y se transformaron a lo largo del tiempo.
Según estos convencimientos arcaicos animistas, la fuerza de la vida está en el interior de la Tierra, que se manifiesta en árboles, montañas sagradas, fuentes: se hace presente en la Madre Tierra, Ama-Lur, en las cuevas habitadas por Mari. Con el auge pastoril, hace unos 5.000 años se multiplicaron las construcciones megalíticas.
Cuando el pueblo vasco entró en contacto con las culturas indoeuropeas, descubre y asimila otros horizontes religiosos,  y se genera una religión politeísta y evolutiva de carácter naturista, de divinidades terrestres, animales totémicos, dando culto al Sol y venerando en dólmenes y crómlechs a sus antepasados con diversos ritos mágicos que expresaban sus creencias en una existencia ultraterrena.
Con la cultura agrícola cambió su perspectiva religiosa, basando la vida en Ortzi e Ilargia, de los que dependía la vida de sus rebaños. La expresión religiosa de forma mítica y simbólica se ha plasmado en diversos ritos.
Los mitos cuentan historias sagradas, acontecimientos que han tenido lugar en un tiempo primordial para ayudar a comprender la realidad tanto de los orígenes como de la actualidad por referencia a los seres y acontecimientos sobrenaturales que la explican.
Como hemos dicho, ese conocimiento vivo, ritual, se expresa a través de la lengua, cuya función es fundamental.  Los vascos adoraban la naturaleza y creían que tanto los seres vivos como los inertes tenían alma. Se practicaba el culto a los “ zuhaitzak” (el más sagrado el “ Haritz”, roble), porque sus raíces eran el origen del pueblo vasco y sus ramas lo protegían.
La tierra: Mari o “Ama-Lur”, diosa principal , emitía su energía desde sus entrañas a través de “Arkaitz” y “Harri”. De ahí “Harri eta Herri”, que pervive todavía en el imaginario vasco. “Trikuharriak”  (dólmenes) y “gentilharriak” (menhires), eran las  tumbas que construían con grandes piedras, que más adelante con los romanos identificaron con el Ara ( altar), y que después cubrieron formando un  Fanun (templo en latín), y  que en época cristiana se transforma en iglesia : “Eliza”.
Se creía que caían durante la lluvia “Euriharri” que eran almas de los difuntos. “Sukarrri”, pedernal, es la piedra del fuego o rayo.
Los mitos y símbolos vascos afectan a todas las dimensiones de la convivencia popular y con la naturaleza, expresando las concepciones básicas de sus relaciones mutuas.
Gran Diosa vasca: Mari, Amari o Maya.
Dioses del cielo: Urtzia, Eguzki, Ilargi.
Gigantes de la montaña: Basajaun, Basandere.
Genios de las profundidades: Herensuge.
Hadas y brujas: Lamiak, Sorgiñak.
Diablos y duendes: Zaldigorrri, Zezengorri.
Animales: erle, otso, hartz, basurde…
Agua-Fuego-Tierra: Ur-Su-Lur.

-La Tierra:  Lurra.
Nuestros antepasados veían la Tierra como una extensión inmensa con partes sólidas y partes líquidas. A la tierra se le atribuía un vigor propio para generar vida en forma de vegetales que alimentaban personas y animales.
A la Tierra se le atribuía carácter maternal, acogía en su seno al Sol y la Luna a los que acoge en su seno cuando los astros desaparecen de la vista. Sus profundidades constituyen un inmenso receptáculo donde habitan las almas de los difuntos y también muchos genios que en la mitología vasca habitualmente tienen forma de animales (toro, caballo, verraco, macho cabrío, carnero, etc.) , o un aspecto cercano al humano.
Reinando encima de todos estos númenes y genios se halla la divinidad telúrica o tectónica Mari, diosa principal de la mitología vasca.
 
-Mari.
El numen central de la mitología vasca es de sexo femenino, su nombre es Mari o Maya.
Hace funciones de oráculos, guía de fenómenos climatológicos (característica fundamental para un pueblo agrícola) y somete la naturaleza entera a su voluntad (ella misma es una personificación de la naturaleza).
El trasfondo arquetípico de la mitología vasca hay que inscribirlo en el contexto de un Paleolítico dominado por la Gran Madre, en el que el ciclo de Mari y sus metamorfosis ofrece toda una simbología típica del contexto matriarcal-naturista. De acuerdo con el arquetipo de la Gran Madre, esta suele encontrarse relacionada con los cultos de fertilidad, como en el caso de Mari, quien es la hacedora de lluvia o pedrisco, aquella de cuyas fuerzas telúricas dependen las cosechas, la vida y la muerte, la suerte (gracia) y desgracia.
Mari toma figuras zoomórficas en sus moradas subterráneas y forma de mujer o de una hoz de fuego cuando atraviesa los aires. Las figuras de animales (a las que hace referencia el mundo subterráneo) representan a Mari y a sus subordinados, es decir, a los númenes telúricos. Mari es por tanto, la manifestación de las fuerzas de la naturaleza divinizadas en el sentido de sagrado de los pueblos indígenas.
Mari no es ajena a la creación (trascendencia), sino que ella misma es la creación (inmanencia). Todos los seres y ciclos naturales no son más que distintas expresiones de una misma cosa. Este es el sentido de sus metamorfosis y de su multiapariencia, lo cual está recogida en numerosas leyendas de diferentes formas y percibida bajo diversos aspectos.
Este ancestral mito está extendido por toda la geografía vasca con infinidad de moradas conocidas por tradición oral en montañas, cuevas o simas. Varia en cuanto a sus nombres en cada región o comarca (Andre Mari, Dama de Anboto, Mariurraka, Mari la del Horno, de Muru, de Aketegi…) características y mitotemas peculiares.
A Mari se le atribuye un aspecto positivo, de dama buena que aparece como sedante cuando está en su cueva; sus símbolos y asociaciones tienen virtud mágica positiva, y está presta a ayudar a quien se acerque a ella pidiendo consejo, interpretando naturísticamente en sus mandamientos éticos. Junto a éste aspecto positivo, aparece un aspecto negativo ( la estructura matriarcal-naturalista aparece devaluada). Se puede resaltar la ambivalencia de este arquetipo matriarcal en el inconsciente colectivo vasco que se manifiesta como fascinación y miedo a la mujer al mismo tiempo.
El catálogo de leyendas en torno a Mari es grande, y no raras veces presentan adherencias de sincretismo cristiano. Es notable la convergencia del mito de la Virgen María, aunque la opinión más sólida apunta a que se trata de un nombre autóctono derivado de “Amari”(oficio de madre, lo que daría razón a la interpretación matriarca-naturista del mito) o de” Emanari”(don,regalo).
El carácter que revelan las leyendas es más frecuentemente el de un ser terrible, no el de una madre bondadosa y maternal, aunque eso es ambiguo. Tiene un hijo bueno, Atarrabi, y otro malo, Mikelats.

-La Luna:  Ilargia.
El culto a la luna sobrepasaba en importancia al culto solar. Caro Baroja llega a afirmar que durante un lapso de tiempo, indefinido pero bastante extenso, fue la divinidad principal y más original del pueblo vasco.
“La Luna es un astro mudable, cíclico, sometido a leyes parecidas a las de los mortales. En fases regulares crece y decrece hasta desaparecer, como si falleciera, para renacer a los tres días, y con ese movimiento dibuja la trayectoria de nacimiento, desarrollo y fin propia de todo recorrido vital. De la vida a la muerte y de la muerte a la vida: la Luna representa plásticamente la aspiración espiritual de los ser humanos.”
A la luna se le dedicaban invocaciones orales habitualmente con el apelativo de abuela: (“Amona mantagorri, zeruan ze berri?  Zeruan berri onak, orain eta beti”).
En excavaciones vascas se han descubierto aras de época romana con signos de culto lunar y también posteriormente estelas discoidades de función funeraria que presentan profusos motivos relacionados con cultos astrales. Uno de ellos es la espiral, cuyo simbolismo cósmico respecto a la Luna tiene que ver con la idea de lo que evoluciona, lo que aparece y desaparece.

-El Sol:  Eki o Eguzki.
Al igual que otros pueblos de la antigüedad, también los euskaros consideraban al Sol numen o deidad natural. De su culto han quedado huellas desde el periodo neolítico.
Fue creencia que la Tierra es madre del Sol y de la Luna, hierofanías (apariciones sagradas) femeninas que duermen diariamente en su seno: el Sol sale cada mañana de la Tierra y al atardecer regresa nuevamente a sus entrañas en la región de Itxasgorrieta ( los mares bermejos).
Le decían “Adios amandre, biarartio”, “Eguzki amandria joan da bere amagana. Bihar etorriko da denpora ona bada”, son fórmulas recogidas por la etnografía vasca, aunque hay otra aún más expresiva por el tratamiento de entidad sagrada dado al astro: “Eguzki santu bedeinkatue, zoaz zure amagana”.
Nuestros dólmenes construidos  principalmente desde hace 5.000 años hasta hace 3.500, también insinúan una veneración solar por su disposición con la entrada orientada hacia el levante.  El mismo canon se aplicaría posteriormente a las tumbas cristianas medievales y en la construcción de iglesias románicas, cuya fachada mira al este, al igual que las chabolas de los pastores vascos.
Los ritos sagrados eran expresiones mediadoras para pedir protección y rendir culto a sus divinidades telúricas, númenes, genios y divinidades (todo estaba animado y poseía atributos hierofánicos), y vivir en armonía y paz con la naturaleza en todas sus dimensiones.
Bajo estos elementos míticos aparecen concepciones religiosas:  son mediaciones hierofánicas que expresan sus convicciones explicativas cosmológicas y sobrenaturales de manera antropomórfica, relacionadas con la vida y subsistencia del grupo humano.
Como hemos visto, elementos referenciales básicos son el Sol y la Luna, de significado animista y procedencia indoeuropea. Igual que el Sol, el “eguzkilore” ahuyenta los malos espíritus, a los genios de la noche y a los rayos. Se pone en las puertas de las casas y de los establos.

-La casa: etxea.
La casa, “etxe”, es también espacio sagrado en referencia a los muertos. De hecho, la sepultura se daba bajo sus aleros. Más tarde éstas pasaron a la Iglesia. La  “etxekoandre” era la responsable del culto doméstico. A ella estaba encomendado el cuidado del fuego (su), junto al agua (ur) , elemento sagrado, protector de la casa, y se encarga así mismo de la relación con el mundo de los antepasados, el de la trascendencia y de la religión, de bendecir a sus moradores y de la instrucción religiosa de los hijos. La “etxe”, es el cuerpo materno del universo familiar.

Estos mitos, ritos y símbolos son testimonio  de un pasado remoto y mantienen una determinada influencia expresada en múltiples formas sociales, culturales, políticas y por supuesto religiosas.
No existe unanimidad respecto a cuando llegó la cristianización a Euskal Herria, (algunos investigadores la sitúan en el siglo II y otros 650 años más tarde). Sin embargo, los ritos funerarios prehistóricos perduraban por lo que otros autores dicen que todavía en el siglo X existían núcleos de gentiles (paganos) en territorio vasco.
Tampoco se sabe si con la llegada del cristianismo, éste se encontró con  un mundo de creencias profundamente arraigado, pero lo que sí parece es que en vez de haber un enfrentamiento, se produjo una especie de simbiosis que propició su supervivencia hasta nuestros días.
A pesar del control eclesiástico, han persistido culturalmente, sobre todo en áreas rurales, vestigios de la religión primitiva en las conciencias, también en la lengua, y en costumbres y ritos diversos perseguidos a finales de la Edad Media y Moderna.
Podemos decir que a pesar de la inculturación de una religión racional, masculina dominante, controlada por la institución eclesiástica, el rio ancestral de la religiosidad vasca en su concepción matriarcal arquetípica cuyos referentes simbólicos son “Ama-Lur” y “Mari”, encuadradas en la mitología de los “Jentilak” del periodo neolítico, ha seguido discurriendo.
La religión vasca cumplía una función étnica-simbólica que va a perdurar a lo largo de los siglos. La religión más profunda, original y mítica es identificadora del pueblo, y al mismo tiempo, es generadora de convivencia tanto con los poderes naturales como entre las personas.
Mari era considerada bruja y señora de todas las brujas. Este dato, unido a que las ceremonias y celebraciones que se consideraban brujeriles tuvieran como escenario cuevas y montañas, lleva a suponer que hasta la edad moderna llegaron residuos de cultos antiguos de tipo telúrico y determinadas creencias que poseían funciones útiles para la regulación de pequeñas comunidades aisladas. Este equilibrio se fracturó con la irrupción de jueces y teólogos externos que movidos por motivaciones doctrinales, desencadenaron violentas campañas represivas. El poso mágico-religioso pre-cristiano, se convirtió así en motivo de persecución en los siglos XVI y XVII. El objetivo de la Inquisición fue acabar con todas las religiones que no fueran la oficial: el judaísmo y el islam eran reconocidas como categorías de religión, pero la religión vasca era sólo una brujería. Vemos una semejanza con los movimientos ecologistas en oposición a las agresiones contra “Ama-Lur” en la actualidad.
La religión vasca tiene al frente una diosa de sexo femenino: la diosa Mari, Amari o Maya, la cual representa por una parte a la Madre-Tierra, “Ama-Lur”, y se proyecta por otra parte en la “etxekoandre”, señora de la casa.  La gran madre vasca condensa a la Luna y el Sol como sus hijos, se metamorfosea en los cuatro elementos agua, tierra, aire o fuego), así como en los reinos de la realidad (minerales, vegetales y animales).  El pueblo vasco estaba influenciado por concepciones mágicas y animistas muy aptas para perpetuar numerosas formas de viejas culturas y mitologías.
Es sobre todo el animismo el ambiente propicio para el mito. El animismo pone un genio o una divinidad al frente de cada función, de cada fenómeno y detrás de cada misterio: todo se está penetrado por la divinidad, las cosas son divinas, sagradas.
Para comprender el animismo en el pueblo vasco, es preciso conocer las concepciones mágicas y animistas que forman su base y entorno.
Las religiones surgen en la confluencia de múltiples emociones y experiencias individuales y colectivas de muerte y vida, de oscuridades y clarividencias, de amor y odio, de admiración y de confusión ante la realidad que les rodea. Intentan comprender, explicar, dar seguridad y encontrar la salvación, relacionarse y organizarse en un mundo lleno de incógnitas y peligros, de sombras y luces, de Luna y Sol.
Según los antropólogos, la experiencia religiosa expresada en creencias míticas presentes en todos los pueblos, ha ido en Euskal Herria tejiendo su identidad fundamentalmente en su relación con la tierra: “Ama-Lur”. Era fundamental, y se expresaba en múltiples mitos, ritos y símbolos religiosos. Constituían tales mitos, formas de pensamiento y comprensión de la realidad, modelos de interpretación, de relaciones sociales y de una inteligencia práctica e instrumental, dentro de su lengua, el Euskara , y de sus costumbres. La religión como religación con la tierra y sus divinidades, tiene además funciones ecológicas y garantiza la fecundidad. La religiosidad del pueblo vasco requería espacios abiertos, contacto con la naturaleza, con la tierra, con lo fenómenos celestes. Lo sagrado tomaba cuerpo en ese medio cósmico natural.  Para el ser humano rural tradicional, todo lo que tiene un significado y se refiere a una realidad, tenía un valor sagrado.
(Basado en trabajo de N.B.)
 
 

 

 

 

 

 

 

 


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